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En esta nueva edición de Penumbria, engalanada con una esotérica acuarela de Emiliano González (el verdadero culpable de que estés leyendo esto), encontrarás una morada que hospeda a una gran variedad de temas fantásticos, todos con un toque clásico que te hará recordar aquellas historias que te perturbaban en la infancia.

Al respecto, en su más reciente artículo, Enrique Urbina apunta:

“Algo se nos olvida: el horror se siente, el horror no se ve. Los monstruos no son terribles, los monstruos son seductores; lo horroroso del monstruo no es el monstruo en sí porque, al final, cuando podemos mirarlo, describirlo y definirlo en palabras, lo controlamos. Por eso los vampiros, los zombis (y próximamente demás integrantes de ese panteón popular) pueden hacer películas de amor adolescente, porque están domesticados. Se nos olvida que lo temible de ellos es lo que nos pueden hacer: la enfermedad o la pérdida, el olvido y la inmortalidad. Si acaso sus formas nos hacen temblar es por lo grotesco (lo indefinible, lo violentamente mezclado); el deterioro que encarnan es un espejo que nos dice en letras volteadas “yo soy tú”. Lo horrible de los monstruos está alrededor de ellos, a través de ellos. La presencia del monstruo, el conocimiento de su poder, su acecho, saberse su víctima, eso es lo horrible. Que no se confunda con el barato espanto, el sobresalto. Eso no es una experiencia, es una respuesta efímera. El horror se queda, trabaja lento. El horror se experimenta en las vísceras, en la piel. Es el escalofrío del peligro, del cambio, del recuerdo inminente de lo que no nos gusta. El horror puede ser la atmósfera, como en Lovecraft, porque ésta se vuelve cuerpo, presencia que oprime. Sus monstruos son temibles por su inefabilidad, no por sus falsos ídolos. El horror es lo alienígena, lo ajeno, que penetra en lo íntimo, en lo seguro. Por eso se experimenta en lo privado, como lo es el cuerpo. El horror nos recuerda que no estamos seguros, que nos inventamos un mundo para olvidarnos de la soledad infinita y caótica del universo. Stephen King narra familias perfectas que se deshacen por eso, porque la familia es lo único que -se supone- nos pertenece. La familia es lo nuestro, el cuerpo es lo nuestro, y el horror lo invade. El horror es sensación, lo saben bien Clive Barker y Junji Ito. El horror es erotismo al límite. El horror es un acontecimiento privado, terrible porque nos regresa la inaceptable certeza de ser diminutos. Nos reúne con lo infinito. El horror es una de las últimas místicas que nos quedan por experimentar”.

Adelante, bienvenido a nuestra morada esotérica.