BEETLEJUICE BEETLEJUICE
mucha nostalgia, poca emoción y menos alma
Israel Yerena
Existen películas que marcaron a diversas generaciones, cintas que, por su toque oscuro, cómico y cuya trama oscilante entre lo infantil y lo adulto, nos hacen amarlas mientras sentimos una placentera incomodidad al verlas. Beetlejuice (1988), de Tim Burton, es una de ellas, mientras que su reciente secuela Beetlejuice Beetlejuice resulta únicamente entretenida.
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Tras casi 30 años de los eventos originales, una adulta, psíquica y ahora también madre, Lydia Deetz (Winona Ryder), regresa a la casa donde el fantasma-demonio Beetlejuice (Michael Keaton) casi se apoderó de su alma. Cuando este último amenaza con regresar, Lydia deberá hacer lo posible por salvarse a sí misma y a su hija (Jenna Ortega).
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Hablar de cintas tan queridas por la mayoría es peligroso, sobre todo cuando, como a nosotros, esta secuela no nos gustó tanto. Y es que, al final, Beetlejuice Beetlejuice cuenta con enormes cantidades de nostalgia, pero muy poca emoción y con menos intriga que su antecesora.
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El punto fuerte de esta segunda parte son las referencias que tiene a su primera cinta, así como a otras obras de comedia que se muestran mediante ciertos easter eggs. Ni qué decir de la aparición de viejos personajes que se volvieron tan importantes en la cultura pop como ya lo es el mismo Beetlejuice; nos referimos, principalmente, al entrañable “Bob” y su mítica cabeza reducida.
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Desgraciadamente, casi todo el resto del elenco, así como sus personajes, carece de emoción más allá de la que nos genera volver a verlos por primera vez, pero nada más. Si bien Lydia nos maravilló por ser una sombría adolescente y su particular manera de ver la vida, ahora, como madre, nos provoca mucha menos empatía, apenas un poco más que la que genera Ortega en su papel de Astrid.
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Y, sin embargo, el papel y actuación más horriblemente desperdiciados es el de Monica Bellucci, quien poco aparece y aporta todavía muchísimo menos. Los no más de 5 minutos que la vemos como la presunta villana Delores son prometedores, pero terminan en un final decepcionante para el personaje.
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No podemos decir lo mismo de Keaton y el siempre querido Willem Dafoe. El primero se roba la pantalla en cada una de sus escenas como el famoso bioexorcista; tanto, que cuando no está en cámara, el ritmo y emoción decaen enormemente. El segundo, por su parte, nos saca una sonrisa en cada momento que aparece su torpe pero gracioso detective-actor.
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Aun así, se extraña ese toque irreverente, grosero, adulto y un poco más despreciable que Keaton le otorgó a su súperfantasma en los años 80. Pero se entiende que, por esta época, hasta Beetlejuice deba tener ciertos límites en su comportamiento.
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En resumen, Beetlejuice Beetlejuice es una película entretenida, buena para pasar el rato, con gran trabajo de vestuario y maquillaje, pero cuya subtrama tras subtrama tras subtrama dejan muy del lado al buen Juice en su propia secuela.
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Carlos Israel Yerena Cruz
Amante de los temas tabúes, lo retorcido y lo bizarro, desde muy temprana edad —cuando apenas era un pequeño Ghoul— encontró en el género de terror un refugió en el cual depositar y liberar todos aquellos deseos perversos que crecen hasta en la mente más pura. Sin importar la vertiente, ya sea literaria o cinematográfica, el horror es un género que lo ha sumergido en un mundo que le ha enseñado que, a veces, la belleza más extrema se encuentra en las obras más grotescas.
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