BLACK MIRROR
CUANDO EL ABISMO NOS MIRA
Amaranta Castro
En Black Mirror los espacios no son simples escenarios, sino auténticos personajes que articulan la tensión entre lo humano y lo digital. Lejos de ser un simple atrezzo, la arquitectura se convierte en un escenario de confrontaciones. Hay espacios secretos, abiertos y digitales; cada uno con sus símbolos, algunos atravesados por la misma obsesión: la manera en que la tecnología invade los lugares íntimos.
Charlie Brooker, creador de la serie, construyó un universo en el que la tecnología es una condición de existencia. Sus personajes ceden voluntariamente a un sistema que no se impone sino que seduce. A la manera del universo orwelliano, subsisten espacios íntimos que se resisten a ser invadidos por lo digital. Lugares donde, de manera particular, lo humano se muestra con crudeza extrema; espacios donde la ausencia de luz permite mostrar las pulsiones.
Tomemos como ejemplo dos episodios que se espejean con precisión siniestra: el segundo capítulo de la sexta temporada, “Loch Henry”, y el primero de la séptima, “Common People”. Ambos presentan espacios subterráneos en donde la tecnología extiende su sombra hasta la intimidad, y en este sentido ambas se enredan, se fusionan.
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En “Loch Henry” el sótano se revela como el centro del horror: un teatro clandestino donde se grababan crímenes. En ese espacio las normas sociales fueron abandonadas de manera voluntaria, y la oscuridad trae al juego esa materia primitiva de la que están hechos los impulsos.
Por otra parte, en “Common People” el sótano es luz, sombra y penumbra. Allí, la pantalla de una computadora se convierte en la única fuente de luz, la cual ilumina los restos de una vida en pausa. Se observa una cuna vacía, además de otros objetos que atraen el silencio, mientras que la tecnología graba la intimidad convertida en espectáculo.
En ambos casos, la oscuridad de los espacios actúa como un espejo de la oscuridad interior de los personajes. ¿Siguen siendo sus actos verdaderamente voluntarios?
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La necesidad de producir más contenido morboso en “Loch Henry” y la necesidad de aparentar una vida normal en “Common People” exponen cómo el deseo es el motor de la esclavitud digital. No hay elección, sino una compulsión que se disimula y que se disfraza de libertad. En este sentido, Black Mirror no sólo critica el aparato, sino la manera en que hacemos uso de ciertos media para exteriorizar nuestra sombra.
Decía Nietzsche: Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.
Black Mirror lleva esta idea al límite. Cuando colocamos cámaras frente al abismo humano, no sólo lo observamos: el monstruo ya no está del otro lado de la pantalla, está en nosotros.
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Amaranta Castro
Primer lugar en la categoría de Poesía en el Festival Internacional de Escritores y Literatura de San Miguel de Allende.
Ha publicado en diversos periódicos y revistas.
Sus poesías fueron seleccionadas en la obra de escritoras contemporáneas mexicanas Romper con la palabra (Eon, 2017)
y participó en la antología peruana Microrrelatos de horror escritos por mujeres (Luna Negra, 2022).
Autora del libro Bosque Camaleón (Crisálida, 2022).
IG:_amantine_
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