BRING HER BACK
LOS HORRORES DE LA MUERTE Y LA PÉRDIDA
Aglaia Berlutti
En Bring Her Back (2025), Danny y Michael Philippou exploran la idea de la muerte, lo desconocido y la perdida a través de dos niños traumatizados. Pero lo que comienza como una historia sobrenatural, pronto se transforma en una mirada inquietante y cada vez más retorcida acerca del misterio, el duelo y la oscuridad de la mente humana.
En 2022, Danny y Michael Philippou convirtieron la obsesión de la generación Z por la celebridad instantánea en una inquietante fábula sobrenatural, que a su vez meditaba sobre temas tan complejos como el duelo y la pérdida. Su debut en largometraje, Talk to Me, no sólo marcó un antes y un después dentro de las producciones de A24, sino que reveló que el terror aún puede hurgar en lo profundo del alma sin depender de trucos baratos. La historia de adolescentes que buscan comunicarse con los muertos con la ayuda de una mano embalsamada capturó la atención no por su premisa escalofriante, sino por la cruda exploración del luto que escondía bajo cada susto.
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Lo que se planteaba como una película sobre posesiones rápidamente se reveló como una autopsia emocional sobre la soledad, el aislamiento y el deseo desesperado de recuperar a un ser amado perdido, incluso a través de un método brutal destinado a culminar en el horror o algo peor. No es casualidad que Talk to Me se convirtiera en el fenómeno más taquillero de A24 en el género: el público conectó visceralmente con esa fusión perfecta entre el espanto y la tristeza.
Como en The Babadook (Jennifer Kent, 2014) o Hereditary (Ari Aster, 2018), pero con un ritmo más agresivo, la cinta de los Philippou empleaba una atmósfera asfixiante no sólo para asustar, sino para traducir en imágenes la claustrofobia del dolor. La muerte, en su cine, no es un evento; es un estado del alma. Con una narrativa que se niega a ofrecer respuestas fáciles y una estética que suda juventud podrida, Talk to Me demostró que el cine de terror aún podía sangrar verdad. Y no una verdad pulida o cinematográfica, sino una dolorosa, maloliente, cruda.
Si bien su éxito puso el listón alto, también dejó claro que los Philippou no estaban aquí para hacer películas cómodas. Con un pie en el trauma personal y otro en el horror físico, redefinieron los límites del miedo moderno. De modo que cuando se anunció Bring Her Back (2025), la expectativa no era simplemente alta: era una gran interrogante sobre la capacidad para reinventar el terror en formas por completo nuevas. Y de hecho, la película lo hace de una forma total que impacta por su tenebrosa belleza y su percepción total acerca del miedo a lo desconocido.
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El dolor y el miedo en un mismo escenario
Desde sus primeras escenas, Bring Her Back golpea con un dolor que no se esconde detrás del artificio. Es una obra que se empapa de pérdida y desesperación desde el primer fotograma. No hay coqueteo con la comedia negra ni respiro estilizado. A diferencia de Talk to Me, donde el terror convivía con una cierta ligereza adolescente, aquí los Philippou descienden directamente al corazón del trauma sin intención alguna de tomar atajos.
La historia comienza con un doble golpe seco: un niño y su hermana regresan a casa y encuentran a su padre muerto. Ese evento no es simplemente un disparador narrativo, sino una grieta emocional que se va ensanchando. La orfandad no es una metáfora: es el centro gravitacional que arrastra a todos los personajes hacia una oscuridad inevitable. A través de grabaciones caseras, imágenes granuladas y una estética que recuerda al horror doméstico de Lake Mungo (Joel Anderson, 2008) o Noroi (Koji Shiraishi, 2005), la película construye un universo donde la tristeza es tangible, un lugar donde incluso la luz parece haber sido drenada.
El mundo que construyen los Philippou aquí está podrido por dentro, como si todo estuviera al borde del colapso. No hay espacio para la redención fácil. El duelo se representa no como un camino hacia la sanación, sino como una espiral descendente. Y dentro de esa espiral, cada personaje se aferra a sus propias formas de sobrevivir. Para algunos, eso implica mirar hacia adelante. Para otros, mirar hacia atrás por tanto tiempo que acaban quedándose atrapados en el reflejo. Este nuevo filme no sólo amplía el lenguaje visual del dúo, sino que profundiza en sus obsesiones: la incapacidad de dejar ir, el peligro de jugar con lo inexplicable y la constante pregunta de hasta dónde estarías dispuesto a llegar por alguien a quien amaste y perdiste. En esa pregunta incómoda se encierra el verdadero terror.
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La tragedia del duelo como escenario de lo sobrenatural
La narrativa de Bring Her Back se sostiene sobre personajes que no están simplemente escritos para gritar, correr o morir. Andy (Billy Barratt) y Piper (Sora Wong), dos hermanos atrapados por un sistema que no entiende el luto infantil, son mucho más que víctimas del guion. Ellos son el ancla emocional de una historia que parece desarrollarse en un mundo donde el amor ha sido deformado por la pérdida. Andy, en particular, lleva sobre sus hombros el peso de una adultez forzada, intentando proteger a su hermana mientras lidia con un dolor que apenas ha comenzado a procesar.
Cuando son asignados a una nueva madre de acogida, Laura (interpretada con delicadeza y demencia por Sally Hawkins), la historia se transforma. Ya no es sólo un relato sobre el duelo, sino sobre los peligros de proyectar el amor perdido en otros. Laura no es una villana en el sentido tradicional. Su dolor la ha deformado, sí, pero no de forma caricaturesca. Hawkins entrega una interpretación que oscila entre lo maternal y lo monstruoso, y ese desequilibrio se vuelve aún más inquietante porque jamás se sabe con certeza si lo que hace nace del amor o del delirio.
A su lado, su hijo Oliver (Johan Wren Phillips) es una figura que encarna la esencia misma del “niño extraño” en el cine de horror: su silencio es más ensordecedor que cualquier grito. En lugar de respuestas, el filme ofrece presencias. Gestos. Miradas. Puertas entreabiertas. Todo está envuelto en un halo de malestar que no necesita explicación. Como en The Others (Alejandro Amenábar, 2001) o The Innocents (Eskil Vogt, 2021), el horror se insinúa más que se muestra, y esa ambigüedad es una de sus armas más potentes. Es aquí donde Bring Her Back se desliza en ese terreno incómodo entre lo sobrenatural y lo psicológico, donde el espectador debe decidir si lo que ve es real o sólo una manifestación del sufrimiento acumulado.
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La muerte y una puerta al horror
A lo largo de Bring Her Back, los Philippou juegan con los límites de la percepción, tanto de sus personajes como del público. Hay un uso casi perverso de los recursos visuales para sembrar la duda. Fragmentos de cintas VHS, imágenes que parecen surgir de pesadillas y una atmósfera donde lo temporal se diluye —¿es esto el presente o un eco del pasado?— construyen una tensión que se arrastra como una sombra. Laura, al igual que Annie (Toni Collette) en Hereditary, es un personaje atrapado entre la culpa y el ritual. Su obsesión con el más allá no parece surgir del deseo de entenderlo, sino de la desesperación por volver a tocar algo que ya no existe. La película jamás detalla con claridad qué es exactamente lo que Laura intenta hacer, pero las insinuaciones son suficientes.
Vemos lo que ella ve: retazos de grabaciones, movimientos extraños, rituales deformes. No hay exposición tradicional. No se explica un “por qué”. Esa negativa deliberada a entregar respuestas claras se convierte en uno de los elementos más efectivos del filme. Bring Her Back exige que el espectador trabaje, que reconstruya la historia desde fragmentos, como si uno mismo fuera otro de los huérfanos de esta historia.
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El cine de terror moderno, cuando funciona bien, no ofrece un mapa: es un bosque donde uno entra sabiendo que algo te va a encontrar. Y aquí esa oscuridad no es una amenaza externa, sino el reflejo de un alma quebrada. El espectador no es sólo testigo, sino cómplice involuntario. Mientras Laura se hunde más en su obsesión, nosotros también somos arrastrados a ese abismo. Es una experiencia sensorial, emocional y profundamente incómoda. Y eso, precisamente, es lo que la hace inolvidable.
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Aglaia Berlutti
Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.
Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.
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