CANÍCULA, MANANTIAL Y FUEGO
La mujer perro
Este año quise comenzar rindiendo culto a la tierra que me vio nacer y a las leyendas que me fascinaban de niña, tratando de recuperar su magia en las letras de autoras y autores que retoman estos ecos.
Aunque yo soy de Morelia y hay mucho que contar de la ciudad de las canteras, hoy me voy a mover a Uruapan, un lugar en igual proporción hermoso y lastimado, como la antología de cuentos muy personales del uruapense Oscar Mendoza Mora.
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Río abajo fue publicado por el Programa ACOMPAÑARTE de apoyos para creadores, gestores y promotores culturales de la Secretaría de Cultura (Secum) y el Gobierno del Estado de Michoacán. En palabras del autor, esta recopilación “es un [hijo] que nació enfermizo, uno que se hizo con amor, pero ahora los padres ya no están con él”.
Oscar me cuenta que, a la distancia, su antología le parece “un puberto enojado, pero tierno”. Me explica que su nuevo libro ahora sí va “directo al terror y cosas densas de la vida adulta”, porque la vida, como dice él, te da dos tres trancazos que te hacen madurar.
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Para mí los pubertos siempre tienen algo importante que decir… o sentir. Como te comento, la mayoría de los cuentos son muy personales y melancólicos, pero el que quiero recomendarte es el último —mismo que lleva el título del libro— ,“Río abajo”, que por cierto es muy distinto al resto de la colección. Está situado en una época muy lejana, pero con problemas que no dejan de sentirse particularmente cercanos ahora que se vienen secas en estas partes del territorio mexicano.
Quizás en estos territorios michoacanos pasa como en Derry de It, que cada cierto tiempo vuelve “eso” a acecharnos y resulta en una catástrofe, ya que las personas nos rehusamos a tener memoria y actuar en consecuencia.
“Río abajo” tiene relación con la leyenda de la «La rodilla del diablo», un sitio dentro del Parque Nacional Barranca del Cupatitzio que es en realidad el lugar donde brota un manantial que alimenta al Río Cupatitzio, el mismo que provee de agua a Uruapan.
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El relato de «La rodilla del diablo» es uno de esos que me atrapaban cuando era niña, porque, fíjate, se cuenta que en el siglo XVI, en un momento donde Uruapan le hacía honor a su nombre —Uruapani o Ulhuapani “lugar donde todo florece”—, de repente, así sin más, el manantial dejó de brotar y el Cupatitzio se secó.
Entre las personas corría el rumor de que al ver la belleza de aquel lugar y las alabanzas que los creyentes hacían a Dios por su prosperidad, el Diablo sintió envidia y se dispuso a secar el manantial. La vegetación se deshidrataba, los animales morían de sed y las personas en un arranque de preocupación se plantearon huir del lugar.
Entonces, Don Gachupín Salvador —entónese aquí una voz de sarcasmo— Fray Juan de San Miguel, fundador de Uruapan, salió al quite y que comienza a ayunarle durísimo, además de hacer todo tipo de intercambios religiosos para contrarrestar la obra diabólica.
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Una tarde reunió a los feligreses para exhortarlos a ir en procesión al día siguiente hasta el manantial. Así fue: subieron con una imagen de la Virgen, Fray Juan comenzó a hacer un exorcismo y ¡zas!, que avientan el agua bendita. Se cuenta que justo cuando cayó a las piedras la tierra tembló, crujió y se escuchó un grito lastimero seguido de un olor a azufre y podredumbre que remató con el patas de cabra saliendo de las entrañas de la tierra, apresurándose para fugarse. ¿Te imaginas? Cuando me lo contaron a mí me daban unas ganas de haberlo visto; en ese tiempo yo lo imaginaba todo rojo, jorobado, desnudo y con sus pezuñas sonando. Me daba mucho miedo, ahora me da risa.
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El punto es que mientras corría pasó frente a la imagen de la Virgen y eso hizo que se tropezara y cayera dejando su súper rodilla marcada en la piedra. Después de eso el manantial volvió a brotar.
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Y pues nada, “Río abajo” es como el fanfic de esta leyenda y, ¿qué crees?, está más bueno que la leyenda, porque a mi parecer es más realista.
El cuento comienza con un pacto que hace Piri —uno como el que al final siempre hacemos todos y todas, porque hay que sincerarse, todas las personas nos hemos vendido por tres pesos pa’ comer—, en este caso para sobrevivir a la canícula.
El calor comenzaba a abrasar, algo que nos llega siempre por lo menos a quienes habitamos en los bosques del Estado de México y Michoacán, que vivimos con la angustia de no saber cuándo se puede empezar a quemar el cerro… o cuándo lo comienzan a quemar.
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Uruapan del Progreso no ha sido la excepción. Se sabe que el progreso en este lado del mundo se mide en el contraste de la aniquilación del verde en favor de las construcciones de block cementado sin pintar —donde vive y resiste mucha de la gente que tiene que hacer pactos para sobrevivir—, de las calles grises atascadas de carros pitando y camioneros mentando madres. Ese progreso ha alcanzado también a los bosques.
Recuerdo bien cómo la “capital mundial del aguacate” tuvo un incendio terrible en 2016, cuando ardió el Cerro de la Cruz, considerado “el pulmón más grande de Uruapan”. Nunca olvidaré la imagen en las noticias de un conejo vivo con la piel rosa completamente quemada. En ese momento la Comisión Forestal del Estado de Michoacán confirmó que el incendio había sido provocado por aguacateros. A partir de entonces se han registrado más incendios. Tan sólo en 2024 en Michoacán se contabilizaron unos veintidós.
¿Quién sabe? Quizás en estos tiempos anarcocapitalistas el fuego sí sea una señal del Diablo. Lo cierto es que Uruapan sí tiene una relación muy particular con los incendios e historias espantosas con ellos, un ejemplo es la de la casa donde habitaba una manada de perros que quedaron atrapados, como lo relata Oscar en otro cuento.
Volviendo a “Río abajo”, el personaje Piri no cree en esas patrañas de que el Diablo ande secando ríos y está decidido a averiguar qué es exactamente lo que está pasando. En este cuento las personas no son tan ingenuas. Oscar plasma acertadamente el ambiente particular de cómo se vive en la ruralidad, donde a veces no se contestan saludos y las relaciones se vuelven igual de secas que el paisaje.
Sin embargo, siempre hay optimistas entre los que ya están a punto de rendirse. En esta ocasión no es sólo el padrecito que se pone a rezar, la resolución viene nada más y nada menos que de un personaje marginado, una muchacha indígena. Porque ciertamente, ¿quién más podría entender los problemas en relación con este vientre que es la tierra sino alguien que tiene la bendición y el estigma de tener su mismo color?
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Ya no te cuento más para que lo leas, pero ya sabes que siempre salgo con mis cosas anticapitalistas aunque sea una humana bien incongruente.
Lo que sí te diré es que este puberto sigue haciendo que me cuestione. ¿Quién es el verdadero diablo y qué es capaz de hacernos? ¿Qué somos nosotros para el Diablo? ¿Existe algo así como la justicia para encargarse de los personajes diabólicos?
Las respuestas que me planteo son todas fatalistas y desconsoladoras, pues siendo yo una ex abogada a veces pienso que eso de la justicia humana o divina nomás es un invento pa no sentirnos tan mal.
Y ya, perdón. Es que con eso de las tomas de posesión diabólica, digo, presidenciales, empecé el año medio escamada. Me mejoro en la siguiente columna, lo prometo.
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Aquí puedes leer Río abajo:
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Soy la mujer perro.
Me encantan las historias de terror, el anime, los taquitos y el rámen.
Me gusta bordar. Vivo alejada de la gente, convivo más con animales, pero siempre buscando conectar con mis colegas.
Escribo para no morir de envenenamiento.
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