COSMIC ODYSSEY

¡la locura cósmica!

(Jim Starlin y Mike Mignola, DC, 1988)

Pok Manero

 

 

Hubo un tiempo en que todos estaban locos por el espacio exterior. Era la proverbial «última frontera» y todos querían un pedazo de ella, una parte de la gloria. Los comics no fueron la excepción. Dado su origen tan cercano a la mal llamada Ciencia Ficción, el subgénero de superhéroes mostró aventuras espaciales desde inicios de la época de Plata a finales de los años 50 y principios de los 60, siendo quizá un parte aguas la primera aparición de los Fantastic Four, cuyos asombrosos poderes fueron obtenidos precisamente a bordo de un cohete espacial.

Con el paso de los años, infinidad de personajes de la novena dimensión se aventuraron a las profundidades del espacio, explorando sus regiones más distantes y enfrentando las amenazas que ahí encontraban. Curiosamente, los personajes de Marvel siguieron más este llamado sideral, proliferando en las páginas de sus comics grandes sagas cósmicas que perduran hasta nuestros días. Si bien DC contaba con personajes salidos de sus antologías de ficción especulativa, carecía de historias con el mismo calibre épico que poseían las de su competidora. No fue sino hasta 1970, cuando Jack Kirby abandonó la Casa de las Ideas (como se le llama internamente a Marvel) para irse con la Distinguida Competencia, que la editorial pudo tener su primera saga propiamente cósmica en los títulos que conformaban el Fourth World, en donde vieron la luz los New Gods. Lamentablemente, Kirby nunca pudo contar el final que tenía planeado para su obra, pues la editorial, como es costumbre, no le permitió matar a los personajes.

Con la llegada de Star Wars (George Lucas, EUA, 1977) y el boom de la space opera, todos los superhéroes se fueron al espacio. Vamos, hasta Spider-Man tuvo poderes cósmicos como por cinco minutos y Galactus se enfrentó incluso a Dazzler. Para finales de los 80, cuando esta tendencia comenzaba a decaer, Jim Starlin escribió para DC Cosmic Odyssey, una miniserie publicada como cuatro números en «formato de prestigio» (es decir, empastados y con un mayor número de páginas). Starlin es una especie de experto en las sagas cósmicas: para Marvel creó a Thanos y actualizó tanto a Warlock como a Captain Marvel, a los que posteriormente usaría para contar las épicas historias de las gemas del Infinito (Infinity Gauntlet, Infinity War e Infinity Crusade, sin contar la infame Infinity Abyss). Para esta miniserie pudo utilizar a los personajes que «inspiraron» la creación de Thanos: Metron y Darkseid.

Metron es uno de los New Gods quien, a bordo de su silla Moebius, recorre el tiempo y el espacio en una interminable búsqueda de conocimiento. La historia comienza cuando los parademonios de Apokolips, el planeta de Darkseid, lo encuentran en estado catatónico: en el último de sus viajes descubrió la Ecuación Anti-Vida, la fórmula que el dios oscuro ha codiciado para poder someter a todo ser viviente bajo su voluntad. Mas al sondear lo que encontró el explorador descubre algo que aun a él mismo le aterra: la ecuación es una entidad viviente y, al haber sido perturbada por Metron, se encamina hacia su universo, destruyendo todo a su paso. De este modo, el mismísimo Darkseid se ve en la necesidad de pedir ayuda a sus eternos enemigos.

Con esta premisa arranca la historia en que un grupo de héroes terrestres -Superman, Batman, el actual Green Lantern (John Stewart), Starfire y Martian Manhunter- unen fuerzas con los Nuevos Dioses -Orion, Lightray y Forager- para seguir el plan creado por su némesis para detener el advenimiento de la Entidad Anti-Vida. En el camino también aparecen Etrigan el demonio y otro aliado perteneciente al reino de lo oculto cuya identidad se revela hasta el último capítulo. La selección de los personajes parece responder más que nada a la popularidad de que estos gozaban entonces, mostrándonos a un Superman bastante impetuoso y hasta cierto punto bobalicón, así como a un Batman que, si bien es ingenioso, no resulta tan sofisticado como lo conocemos hoy en día (recordemos que antes de su aparición en la película de Tim Burton en 1989, Batman seguía siendo más una mezcla entre un James Bond ingenuo y su versión personificada por Adam West). Stewart, el Green Lantern negro, guiado por su arrogancia y orgullo, ocasiona la extinción de un sistema planetario completo, tragedia que lo ha acompañado desde entonces e incluso repercute en sus historias actuales (en las cuales no dejan de recordarnos que es el Green Lantern que mata -el que sea negro ha de ser mera coincidencia).

La historia avanza sin rumbo aparente, las cosas ocurren sin razón y todo se soluciona sin gran intervención de los personajes, más por un deus ex machina que ni siquiera se ve justificado por la aparición de los Nuevos Dioses. Obviamente, el villano tiene una agenda secreta y manipula descaradamente a los héroes sin que estos se den cuenta. Muere un personaje que a nadie le importaba de por sí y el status quo permanece sin cambios realmente importantes fuera de la desaparición del sistema Xanshi (aunque así que digamos, súper importante tampoco era). Es interesante notar el subtexto de la Guerra Fría que se alcanza a percibir, con la amenaza inminente sobre toda la realidad conocida equiparando la Entidad Anti-Vida con la posibilidad del holocausto nuclear total y la «destrucción mutua asegurada» (MAD, por sus siglas en inglés), a pesar de que expresamente se intenta restarle importancia a la carrera nuclear dentro de la historia misma. Incluso la unión entre rivales se siente como una alianza entre potencias para enfrentar un enemigo en común. Quizás todo esto no haya sido intencional, seguramente no lo fue, pero con la distancia en el tiempo no deja de sentirse como un reflejo de su zeitgeist.

El arte corrió a cargo de Mike Mignola, quien apenas comenzaba a trabajar para DC y llevaba pocos años de haber comenzado su carrera artística. Su estilo con tanta influencia de Jack Kirby en los cuerpos toscos y los dedos planos y cuadrados resulta más que adecuada, si bien el colorista Steve Oliff no logra hacer tan buena mancuerna con sus trazos como lo logran Matt Hollingsworth, James Sinclair o el inigualable Dave Stewart en su trabajo posterior en Hellboy. Cabe mencionar que en ese entonces Mignola aún no encontraba su «voz gráfica» y carecía del uso de sombras y claroscuros al cual recurre en las historias sobrenaturales del personaje al cual creó pocos años después y que resaltan sus fortalezas creativas. Aunque el dibujo en esta miniserie es bueno, se nota que el talento del artista estaba siendo desperdiciado en los superhéroes.

Con el tiempo, la efusividad por el espacio se fue apagando poco a poco y apenas en la década pasada ha vuelto a despertar el interés por las historias desarrolladas en el espacio exterior. Nuevamente, en Marvel se ha arraigado con mayor profundidad lo cósmico, dando lugar a Annihilation (Keith Giffen)…

Y, apenas el año pasado, a Infinity (Jonathan Hickman). Podría alegarse que toda la corrida de Geoff Johns en Green Lantern (incluyendo Blackest Night) es una mega-saga cósmica, aunque a ratos tenga más tintes neo-mitológicos. El mismo Jim Starlin regresó a los Nuevos Dioses para matarlos en la miniserie Death of the New Gods (aunque los revivieron casi de inmediato para Final Crisis).

Con este renovado interés en las sagas espaciales Cosmic Odyssey regresó a las imprentas, dándonos la oportunidad de conseguir fácilmente esta historia que no es para nada indispensable, sino más bien una curiosidad que quizás interesará solamente a completistas de Starlin o a quien quiera conocer los inicios de Mignola.

 

 

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Adrián “Pok” Manero, tras años como lector asiduo, decidió que el siguiente paso en su manía consistía en elaborar sus propias ficciones. Se dedica compulsivamente a leer comics y libros y a ver películas, quisiera ser como los gatos y disfruta escribiendo sobre sí mismo en tercera persona.  vinetaspalabrasyfotogramas.blogspot.com