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ABRIL

2024

 

Alma Mancilla

 

En esta entrega del mes de abril (y la última en un rato), les recomiendo que echen un ojo a estas tres novelas y a un libro de cuentos que se mueven en los territorios de la infancia, la vejez y la búsqueda. Brujas, cigarras, chamanes y, en todos los casos, un lenguaje rico, potente y, a veces, deslumbrante.

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Agujero / Hiroko Oyamada

(Impedimenta, 2021)

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Después de que a su marido le ofrecen un nuevo empleo en la zona rural de la que es originario, Asa, la protagonista, se muda al campo, a una casa propiedad de la familia de él. Para ello, ha debido renunciar a su trabajo y trasladarse a un entorno que le es ajeno y que pronto empezará a parecerle extraño en más de un sentido. Allí, en los alrededores de su nueva casa, Asa se topa primero con un animal negro al que no consigue identificar, después con un agujero que a ratos parece madriguera y a ratos se antoja una puerta a una realidad distinta y, finalmente, con secretos que la familia del marido, por alguna razón, le oculta. En éste, más cuento largo que novela, y con una trama que nunca termina de resolverse completamente (lo que puede no gustar a algunos) la autora nos ofrece una historia que, en el fondo, remite a la soledad dentro del matrimonio, al peso de la familia y de la tradición, a los roles sociales y familiares que asumimos o nos son impuestos y a todo aquello que está detrás de las apariencias aunque no lo veamos. Me encantaron algunos de los detalles con los que se consigue crear un efecto sutilmente siniestro y una atmósfera enrarecida: el permanente sonido del canto de las cigarras, el viejo abuelo que parece perdido, el sofocante calor del entorno, los agujeros por todas partes. Le siguen dos cuentos mucho más breves pero igualmente llenos de detalles extraños y perturbadores. Un buen libro que plantea más preguntas que respuestas, y una escritura bella, sutil y llena de matices.

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Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja / Rivka Galchen

(Editorial Tránsito, 2024)

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“Me vino el recuerdo del pastor Binder cuando decía que las viejas solamente creen que son brujas; solamente creen que pueden hacer daño, cuando en realidad no tienen ningún poder. A veces las viejas albergan crueldad en el corazón. A veces les desean mal a los demás. Pero quien decide es Dios. Sería equivocado creer que una bruja podría prevalecer sobre el plan de Dios.” Katharina Kepler, viuda y anciana madre del célebre matemático real Hans Johannes Kepler, ha sido acusada de bruja. Pero lo que parece ser un rumor infundado pronto empieza a cobrar, a la luz de los rumores y de su llegada a las instituciones seculares y eclesiásticas, los tintes de un proceso en forma. A partir de una narrativa en la que se intercalan la voz de Katharina Kepler, quien va contando su historia en primera persona a Simon Satler, vecino y amigo suyo, con los diversos testimonios de algunos de los implicados, la autora examina la dinámica de la acusación y su construcción a partir de rumores, chismes, envidias y miedos. El caso, real, de la acusación contra la madre de Kepler sirve así de fundamento a esta historia que mira con empatía a quienes fueron acusadas de brujas y cuya elección de una anciana como protagonista y acusada del delito me parece un acierto: nada más alejado de la “bruja” histórica que la imagen de la joven bella, seductora y empoderada que a veces el imaginario popular contemporáneo intenta vendernos. Una novela más de aventuras que de terror, muy bien documentada, a la vez históricamente precisa, bien escrita y emotiva.

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Avidez / Lina Meruane

(Páginas de Espuma, 2020)

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Un par de hermanos decididos a celebrar el aniversario de sus padres muertos; un grupo de niñas obsesionadas con afeitarse el vello corporal, una adolescente-casi-niña y el perro que, muerto de hambre, devoró a su recién nacida; un niño que decide confrontar la obsesión de su padre con la limpieza; una mujer con un extraño agujero en el vientre; una madre que evoca la muerte de su hija, arrollada por un autobús. La escritura de Lina Meruane es rotunda y, sí, en ocasiones un tanto cerrada (ya me había pasado con Las infantas), de suerte que no siempre es fácil entender de qué van los cuentos, lo que no impide disfrutar de la magnífica potencia de su lenguaje. Algunos de ellos, por ejemplo, parecen sugerir una suerte de espacio indefinido, a la vez fantástico y onírico, en el que se desenvuelven los eventos ya trágicos, ya inusitados que la autora nos narra, mismos cuyos detalles y causas casi siempre desconocemos. Otros, en cambio, delinean de manera más clara tramas y personajes y, a veces, en un par de páginas se toca con mucha precisión alguna arista de lo terrible, un suceso funesto que con frecuencia involucra al cuerpo y que funciona a modo de eje de la narración: castigos corporales, deformidades, extrañas obsesiones, heridas tanto internas como externas que nunca terminan de cicatrizar y que, por eso mismo, siguen doliendo. Todos los cuentos me parecieron, eso sí, excelentemente escritos, llenos de imágenes vívidas y sugerentes que van del realismo al fantástico y a la evocación de lo grotesco. Sus personajes, casi siempre femeninos, contemplan el mundo y se contemplan a sí mismas, a sus propios cuerpos y sus procesos, en un mundo que casi siempre se les presenta como un territorio hostil y, sin embargo, abierto a la transgresión; “Reptil”, mi favorito personal, va directo a mi lista de cuentos sobre maternidades monstruosas. Trece cuentos casi siempre anclados, como su autora lo sugiere en la nota final, en el nebulosos territorio de la infancia, ahí donde el deseo se presenta crudo, despojado de censura, ávido él mismo, como hambriento de no sé qué. Poderoso y evocador.

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Chamanes eléctricos en la fiesta del sol / Mónica Ojeda

(Literatura Random House, 2024)

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En un Ecuador del futuro asolado por la violencia y los terremotos, Noa y Nicole salen de Guayaquil para participar en el festival de música El Ruido Solar, pero también, en el fondo, para buscar al padre de Noa, quien la abandonó siendo ella una niña y al que desde entonces no ha vuelto a ver. La historia es, pues, la de un viaje alucinado y alucinante por las montañas ecuatorianas, un viaje doble en propósito y naturaleza, que tiene lugar en el espacio físico de la geografía andina, pero también en el complejo territorio de las emociones de los protagonistas, casi todos ellos jóvenes, poetas o músicos que conviven con chamanes, pseudomísticos, cantoras que nos van hablando, todos, de ellos mismos y de lo que los rodea, de las razones que los han hecho recalar en ese lugar y de sus propias heridas y búsquedas internas. Como siempre en Mónica Ojeda el lenguaje no es sólo la herramienta privilegiada que la autora domina a la perfección, sino protagonista y centro de la propia reflexión narrativa. La autora sabe que lo único que poseemos para escribir es la palabra, que no basta querer contar una historia sino que hay que buscar la forma no sólo precisa sino también bella de decir las cosas, que el ritmo, la cadencia, el vocablo justo, los silencios y los espacios son, igual que en la poesía, parte central de la experiencia que la narrativa desea evocar y transmitir. Profundamente lírica, poética, brutal, bella y terrible a la vez, a la novela no le sobra ni le falta nada. La voz del padre de Noa recuerda a aquella de “El mundo de arriba y el mundo de abajo”, a mi parecer el mejor cuento de ese magnífico libro que es Las voladoras. La exploración, en este caso, es la de aquello que el lenguaje conjura: la música, el canto, el verso son o parecieran instancias de búsqueda de lo inefable, de acercamiento con lo sobrenatural, lo místico, lo violento, allí donde las palabras, justamente, ya no son suficientes porque sólo queda el abismo de lo sentido, ése donde anidan, a veces innombrados, el dolor, el amor o la pérdida. Me impresiona la capacidad de Mónica Ojeda para elaborar siempre la frase justa, para encontrar la cadencia perfecta, para evocar la emoción precisa, todo ello entre volcanes, alucinaciones, mitología y folclore andino, cóndores, sirenas y diablos. Lo he dicho en otros sitios y lo reitero: Mónica Ojeda me parece, por mucho, la mejor entre la ya larga lista de escritoras que se han ido labrando un sitio en eso que a veces se llama el nuevo canon latinoamericano; la más cuidadosa, la más talentosa, la más osada en su propuesta y en su lenguaje. Un libro extraordinario. Lo acabo de terminar y ya quiero volverlo a empezar.

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Alma Mancilla

Escritora y lectora voraz. Antropóloga en otra vida. Autora de los libros de cuentos Casa encantada (Instituto Mexiquense de Cultura, 2011), Las babas del caracol y otros relatos (Instituto Mexiquense de Cultura, 2014 / Lugar Común Editorial, 2019), El criado y otras historias de aflicción (Bitácora de vuelos ediciones, 2020) y de las novelas Hogueras (Editorial Terracota, 2013), Archipiélagos (UAEM, 2015), De las sombras (INBA / Lectorum, 2018), El predicador (FOEM, 2019) y Fulgor (Malpaso / Salto de página, 2022). Ganadora del Premio nacional de cuento Juan José Arreola 2022 con Los intrusos. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

Facebook: https://www.facebook.com/alma.mancilla.9

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