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NO APARTES LA VISTA DE LA METAMORFOSIS EN POLILLA

 

Alicia M. Mares

 

“Sentía cómo se iba empapando toda, desde dentro de los zapatos hasta el cuero cabelludo, de un sudor espeso que olía a caucho quemado. Se desgonzó. No sintió cuando su cuerpo caía de la silla y rodaba debajo de su escritorio. Oyó el grito de su jefe, las exclamaciones de sus compañeros.”

Bestias, de Gabriela Arciniegas

De esta manera, ya no hay marcha atrás para la metamorfosis de Rocío, la protagonista cuyo nombre da título a este cuento, incluido en Bestias (Laguna Libros, 2015) de la colombiana Gabriela Arciniegas. ¡Y apenas vamos en la primera página!

Ya son varias las historias de transformaciones que he abordado en Manticorías, pero en este relato descubrí una feliz coincidencia: también tiene como personajes a mujeres profesionistas que trabajan en una oficina y cuya inminente transformación hacia una otredad las hará dejar su antigua vida detrás. Claro que en “Crisálida” (Rakel Hoyos) este cambio es más interno que externo.

En el caso de Rocío, su breve historia comienza con el profundo sudor que inaugura la metamorfosis; una que, aunque no se explica a fondo, se entiende que ella estaba esperando, puesto que otras personas le habían dicho que casi no tomaría tiempo y no dolería.

Acto seguido, su existencia previa queda detrás: ya no tendrá que entregar la carta que le pedía su jefe don Edgardo ni volver a teclear algo en la computadora jamás. La transformación es casi violenta debido a su velocidad:

“Ella sentía que la baba dentro de su cuerpo buscaba por dónde salir, hacer erupción por los poros […] Nadie se atrevía a tocarla. Hilos transparentes salieron de cuatro orificios simétricamente dispuestos en su zona lumbar y se afirmaron al escritorio y a la pared del cubículo. […] sentía cómo sus huesos se movían, muy lentamente, la composición química, la disposición de las moléculas.”

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Misteriosas inyecciones

Ahora bien, a diferencia de otros relatos en los que la metamorfosis tiene motivos de gran estrés emocional, son provocados por experimentos o son parte de la vida cotidiana de los personajes, la transformación que sufre Rocío parece ser un efecto secundario previsto de “dejarse inyectar” y de “meterse a largas sesiones en la cámara hiperbárica”.

Sin embargo, no vemos nada de esto en la lectura; la autora ha decidido enfocarse exclusivamente en el cambio a crisálida y en la extraña reacción de la oficina de Rocío. Es en este rubro, sospecho, en el que hay más tela de donde cortar.

 

Entre tanto cambio, ¿qué cambia?

Destaca el hecho de que, frente a este evento tan fantástico que podría ser noticia global y volver locos a todos los oficinistas que lo presenciaron, todo mundo se comporta con la medida indiferencia de los ambientes de trabajo.

Posterior al cambio, cuando Rocío ya es un capullo hecho de baba que queda colgando de la pared su cubículo, sus colegas prefieren armar un biombo con cajas de cartón para bardear el cubículo. Tampoco llaman a nadie. Aquello que resulta una inconveniencia —tal como una mujer realizando una metamorfosis visceral— no amerita un gran esfuerzo de su parte por notificar a otros, comunicarse con ella o hacer un esfuerzo de rescatarla.

Ahí puede yacer la reflexión del cuento: en cómo los espacios de oficina y la cultura actual de la inmediatez y la prisa resultan en una perversa indiferencia. Esta, a su vez, genera situaciones absurdas como esta, en la que es mejor construir un biombo de cajas para mantener fuera de la vista a un capullo gigantesco, que antaño fuera una colaboradora. Aquella que incomoda o que estorba, parece ser, es mejor mantenerlo fuera de la vista con el mínimo esfuerzo y seguir con la vida pretendiendo que nada está sucediendo.

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Gabriela Arciniegas

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Dos ojos como bombillas

Podría ser un destino triste para Rocío: permanecer allí encerrada en lo que fuera su cubículo, ignorada por todos. Pero, claro, una crisálida tarde o temprano tiene que emerger.

Así es como termina este breve cuento. Una noche, unos agudos chillidos llenaron la oficina entera. Y, a la mañana siguiente, los oficinistas entran como si nada, sin darse cuenta que el biombo ha caído al suelo o que la cáscara donde dormía Rocío está vacía. Sólo una mujer del aseo se atreve a salir de la rutina automatizada del trabajo diario, que tanto entumece los sentidos y opaca la capacidad de asombro. Sólo a Marta, la del aseo, se le ocurrió mirar hacia arriba, donde se topó con un par de ojos redondos y naranjas del tamaño de una bombilla. Vio una medialuna de alas cafés y opacas.

Si bien Rocío se transforma en una polilla, es la única que sufre un cambio, pues ninguno de sus colegas nota nada. Quizás esa es una bendición inadvertida del cambio: la capacidad de ver más allá de la indiferencia habitual.

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AQUÍ puedes leer “Rocío”.

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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)

Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación.Trabaja como redactora en una agencia digital.

Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos.

Creció al lado de un árbol de jacaranda.

Twitter: @AliciaSkeltar

Facebook: @AliciaMaresReading

Instagram: @aliciamayamares

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