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CUANDO ACECHA LA MALDAD

el mal convertido en fuerza omnisciente

 

Aglaia Berlutti

 

En 2017 el director argentino Demián Rugna creó un universo terrorífico de microhistorias en Aterrados, que rápidamente se convirtió en la mejor exponente del género en Latinoamérica. Pero con Cuando acecha la maldad (2023) la apuesta sobre la cualidad infecciosa de lo perverso llegó a un nivel por completo nuevo, más ambicioso y, sin duda, mucho más eficaz.

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Uno de los puntos que más aterroriza de la película es la idea de que el mal  —externo, incontrolable y capaz de devastar todo a su alrededor—  es inevitable. Una idea que el director ya había trabajado en su icónica Aterrados, pero que ahora llega a un nuevo nivel. Si antes el concepto de Rugna sobre lo temible tenía cierta vinculación con la percepción de lo intangible convertido en enemigo, en su nueva película todo es más ambicioso. De modo que, otra vez, analiza lo fatídico. Sólo que, mientras en Aterrados era una microcolección de historias que se conectaban con eventos malditos en un entorno urbano en apariencia apacible, su nuevo filme ensaya con la expansión de ese concepto.

La cinta comienza cuando los hermanos Pedro (Ezequiel Rodríguez) y Jimi (Demián Salomón) descubren a un hombre “podrido”. Una versión sobre el tópico de la posesión que va más allá del hecho que una entidad oscura galvanice e invada un cuerpo huésped. Para Rugna el mal es una fuerza capaz de destruir y cambiar a su paso. Por lo que debe ser contenida en un espacio restringuido, porque de ninguna forma podrá ser jamás detenida del todo. La película de inmediato establece su propio demonio de lo sobrenatural y a partir de allí avanza con fuerza hacia regiones de la degradación perversa que sorprenden por su carácter sanguinario.

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Cuando acecha la maldad no es una película de terror corriente ni pretende serlo. Antes de eso, es una celebración a la raíz esencial del cine del terror actual  —basado en lo inexplicable que se multiplica con rapidez de pesadilla—  y va más allá de ritos, creencias y dogmas religiosos. La película se niega a mostrar la esperanza, la posibilidad que lo monstruoso tenga un final o, al menos, un sentido del dolor humano que permita crear un vínculo de comprensión sobre lo que se muestra. La película narra una historia al subtexto: lo maligno es una fuerza que batalla constantemente por evitar ser contenida y, la mayoría de las veces, lo logra.

El dolor, lo terrorífico, el final de todas las cosas

Si algo resulta sorprendente en la forma de dirigir de Rugna es que a menudo va más allá de lo que el género de terror se atreve a mostrar. Si en Aterrados fue el cadáver de un niño sentado a la mesa de su madre lo que cautivó y desconcertó a la audiencia, en esta ocasión es el hecho de que no hay manera de describir la forma en que el mal actúa. No sólo infecta  —y la reacción corporal está lejos de parecerse a los tropos habituales visuales con respecto a posesiones—,  sino que se extiende. Lo hace, además, dejando a su paso una oleada de destrucción tan total y terrorífica como para que el mensaje inmediato sea uno: será imposible detenerlo por medios humanos.

Tampoco los divinos son eficaces, como Pedro y Jimi descubren. A medida que los asesinatos se multiplican, las muertes espantosas y el horror convertido en cuerpos mutilados, los hermanos intentan ya no parar lo que ocurre sino huir. Es entonces cuando Rugna toma las decisiones más brillantes y mejor construidas en su cinta. Muy alejado del horror elevado, tan en boga, el director explora la posibilidad de que lo habita al otro lado de la realidad es un error cósmico, una fuerza bruta que observa desde eones atrás y que, en cada oportunidad posible, matará al ser humano. ¿Muy parecido al terror cósmico? Podría serlo en algunos puntos, sólo que en esta ocasión la posibilidad real de una existencia que ninguna palabra humana pueda concebir se desborda en una serie de escenas sangrientas y crueles.

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Rugna no necesita explicar que hay algo semejante a deidades desquiciadas y de una crueldad inenarrable. En lugar de eso, muestra a hombres y mujeres comunes cayendo sobre su influencia. Mujeres embarazadas que mueren de manera barbárica, ancianos que cometen los crímenes más brutales para luego gritar de dolor. Poco a poco el tránsito por lo terrorífico se expande, añade elementos incluso que recuerdan al contagio de una enfermedad que puede estallar en forma de un tipo de violencia inaudita. Lo que convierte a la película en un páramo de horrores, rodeados y sostenidos por la posibilidad de que nadie sobreviva.

El miedo está en todas partes

En Cuando acecha la maldad no hay un final. En la medida que no hay una conclusión en todos los horrores y temores que enlazan todo lo que ocurre en pantalla y al margen de ella. Para su escena final, tan incómoda como dolorosa —pero sobre todo repugnante—, la película clama por un lugar en el cine de terror desde un nuevo límite. El que convierte a las víctimas en simple piezas de una fuerza descomunal que no se detendrá para destrozar todo a su paso. El mundo abrió una brecha con lo desconocido. Ahora deberá atenerse a las consecuencias.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

TheAglaiaWorld 

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