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DEL THRILLER AL TERROR

The Silence of the Lambs

 

Israel Yerena

 

El cine de terror y el thriller están divididos por una línea tan delgada y frágil que la relación entre ambos géneros es tan, tan pero tan íntima, que no en pocas ocasiones basta un gramo de más en la balanza para que un thriller se vuelva un producto de terror y viceversa.

En ese aspecto, el famoso giallo ―género cinematográfico y literario italiano― es el mejor ejemplo de esto, ya que a menudo sus tramas presentan elementos policiacos, misteriosos y hasta “ocultistas” que por instantes convierten a sus historias en slashers.

Para ejemplo de ello basta mirar películas como Opera (1987), Profondo Rosso o El pájaro de las plumas de cristal (1971), del director Dario Argento. Todas ellas presentan suspenso y misterio, pero también brutales asesinatos y torturas perpetuadas por psicópatas, razón por la que son tan aclamadas entre los fanáticos de lo policíaco y el horror.

Por otro lado están las obras que tienen un poco de giallo pero una enorme cantidad de terror. Para ejemplificar mejor e ir en la misma línea, pongamos de nueva cuenta a Argento y su trilogía de “Las tres madres”: Suspiria (1977), Inferno (1980) y La terza madre (2007). Todas son una historia de brujas con una trama 100% sobrenatural, aunque con ciertos toques policíacos.

Sin embargo, catalogar como cine giallo y no como terror a estas tres últimas, al igual que posicionar por completo a las tres primeras en el terror y no en el giallo, es demasiado atrevido y hasta podríamos decir erróneo. La razón de esto es porque el giallo en sí es un género exclusivamente italiano, con sus propias características, particularidades y libertades.

Las cosas se complican un poco más cuando se toma en cuenta que dicho género italiano se caracteriza celosamente por tener una estética exótica. Por ejemplo, una paleta de colores chillona y saturada, bandas sonoras bastante sensoriales y escenografías casi teatrales con elementos/estructuras que remiten a obras de arte.

En este aspecto, Opera, Profondo Rosso, El pájaro de las plumas de cristal y la trilogía de “Las tres madres” cumplen con todas y cada una de estas características. Así, entonces, quizá la mejor conclusión (pero muy alejada de ser la correcta) a la que se podría llegar es que todo el terror italiano puede tener algo de giallo, pero no todo el giallo es terror italiano.

Caso contrario sucede con cintas como Se7en (Seven), película estadounidense dirigida por David Fincher. La trama presenta a un par de detectives en busca de un asesino serial que mata bajo el manto y la creatividad de los siete pecados capitales.

En esta cinta no hay una paleta de colores saturada ni escenografías artísticas, pero sí brutales asesinatos que se tornan en muertes poéticas y retorcidas (algunas duelen en carne propia).

A pesar de estas matanzas, Se7en se sitúa más en el terreno del thriller que en el terror; en parte gracias al suspenso, la intriga y la sorpresa que provoca la investigación policiaca más que el miedo que provoca.

Es por ello que si una cinta logra balancear a la perfección el thriller y el terror, bien debe ser catalogada como una obra maestra del séptimo arte. Afortunadamente dicho producto existe y su nombre no es otro más que The Silence of the Lambs (1991) del director Jonathan Demme.

Ganadora de los cinco premios principales de la Academia, es decir, Óscar a la Mejor película, Mejor director (Jonathan Demme), Mejor actor (Anthony Hopkins), Mejor actriz (Jodie Foster) y Mejor guion adaptado (Ted Tally), El silencio de los corderos es una adaptación fílmica de la novela del mismo nombre creada por Thomas Harris.

Su historia sigue a la detective Clarice (Jodie Foster) en su cacería por Buffalo Bill (Ted Levine), un asesino que gusta de desollar mujeres para confeccionarse un vestido hecho con su piel y, así, construir un cuerpo femenino que pueda portar. Para capturarlo, recurre a los consejos y experiencia de Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), un hipnótico y brillante psicólogo con un gran gusto por engullir carne humana.

Lo interesante es que, aunque no es propiamente aterradora en el sentido “espectral” ni tampoco tan visceral como para ser un producto gore, sí se acerca más al terror psicológico gracias a su perfecta mezcla entre el thriller y el slasher, equilibrando el suspenso y la tensión con terribles asesinatos que, sin ser explícitos, asombran por su brutalidad fuera de cuadro.

Más aún, pues el espectador no sólo está en constante tensión tras los descubrimientos (uno más terrible que el otro) que Clarice realiza durante su investigación, sino que también está atrapado entre dos terribles pero exquisitos psicópatas: el doctor Hannibal Lecter y Buffalo Bill.

El primero es un ser culto, preparado y tan meticuloso que dichas características serían propias de admirarse, a excepción, tal vez, de que estas mismas cualidades son las que hacen a Lecter un cazador tan peligroso. Su inteligencia es tal, que él mismo no se considera un caníbal en el aspecto salvaje, ya que para cometer canibalismo, para el doctor, es necesario que entre él y su presa exista una igualdad en inteligencia.

En pocas palabras, para Hannibal cualquiera que esté a su nivel intelectual debe ser considerado un ser humano, pero quien esté por debajo debe ser visto y tratado como un animal. Es así que Lecter no come hombres, sino meras bestias con forma humana; ergo, no comete canibalismo.

Respecto a Jame Gumb, mejor conocido como Buffalo Bill, es más peligroso por cuanto más se considera a sí mismo un hombre normal, cuyos deseos de convertirse en mujer no le permiten diferenciar entre la realidad y la fantasía. Es el mismo Lecter quien da un certero análisis sobre él: “Billy no es un transexual autentico, él cree que lo es, intenta serlo (…) Billy está confeccionándose un vestido con la piel de las mujeres asesinadas”.

Si a esto sumamos que la mentalidad de Bill es tan retorcida que para su creación fue necesario conjuntar a seis psicópatas de la vida real (Jerry Brudos, Ed Gein, Ted Bundy, Gary M. Heidnik, Edmund Kemper y Gary Ridgway), estamos hablando de uno de los seres más trastornados y retorcidos del celuloide.

No es raro, entonces, que ante dos monstruos el espectador se mantenga sumamente tenso y aterrado durante todo el metraje. Además, claro, de que los escenarios y la fotografía a cargo de Takashi Fujimoto ayudan a que El silencio de los corderos irradie una enorme aura de pavor e incomodidad.

Este miedo, agregado al suspenso y al ritmo de toda la investigación policíaca a cargo de Clarice, otorgan a El silencio de los corderos una balanceada combinación entre el terror y el thriller, aunque, como dijimos antes, es un miedo que no se basa en fantasmas ni sustos, y aunque roza el género slasher tampoco es una carnicería visual; mejor dicho, es una peor: una que destaza la mente.

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Carlos Israel Yerena Cruz

Egresado de la carrera de Comunicación de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán. 

Contribuyente de la revista electrónica “Encuadres”, escribiendo reseñas y noticias acerca del género de terror.

Titulado mediante la tesis “La masacre de Texas: del asesino histórico al fílmico”.

Amante de los temas tabúes, lo retorcido y lo bizarro, desde muy temprana edad -cuando apenas era un pequeño Ghoul– encontró en el género de terror un refugió en el cual depositar y liberar todos aquellos deseos perversos que crecen hasta en la mente más pura. Sin importar la vertiente, ya sea literaria o cinematográfica, el horror es un género que lo ha sumergido en un mundo que le ha enseñado que, a veces, la belleza más extrema se encuentra en las obras más grotescas.

De estómago curtido principalmente por los filmes slashersel género de horror también le ha demostrado que la mente y la naturaleza del ser humano son, quizá, las fronteras más lejanas y oscuras que nunca terminarán de ser exploradas, pero que piden a gritos que alguien se adentre en ellas. En la literatura, gracias a Lovecraft, ha aprendido que, aunque sea en unas cuantas páginas y en breves oraciones –escritas a veces por las mentes más solitarias e incomprendidas se alberga el horror más profundo de todos, aquel para el que ni siquiera se han creado las palabras ni ojos que sean dignos de describirlo.

¡! ¡Cthulhu fhtagn!

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