LA ARMONÍA EN EL CANTO
DE LOS LAGARTOS
Alicia M. Mares
“Cada noche, erguidos, los Áayin eek’ observan las estrellas desde las faldas del islote, donde una marea dócil arrastra olas diminutas. […] Alrededor de las doce horas y durante cinco minutos lanzan una serie de bramidos que podrían asemejarse a un llamado. Luego, ágilmente, vuelven a sus refugios cerca del agua.”
Retorno a Galápagos
“Retorno a Galápagos” es una incepción de historias: la de dos amigos que van a conseguir libros viejos, la de una escritora recién fallecida que escribió un prólogo para un libro ilocalizable, la de una viuda que comisiona un prólogo para la última obra de su marido y la de un científico. Uno que se topa con criaturas más allá de su comprensión en las distantes islas de las Galápagos y que recopila sus apuntes, impresiones y teorías en un libro que podría inmortalizarlo. O, más bien, a las criaturas que descubrió.
Así se construye este relato, uno de los 13 cuentos que conforman Umbral (UAM, 2024) de Roberto Abad. A medida que se avanza en su lectura una se adentra más profundo en el misterio que ha parido el cuento; no sólo se retrocede en el pasado. Y, paulatinamente, llegamos al meollo del asunto, al verdadero corazón claroscuro del relato: la presencia de unos extraños lagartos, habitantes del archipiélago Ya’Axkaaba’, que obsesionaron al biólogo Ritter y que quizá tuvieron un papel fundamental en su desaparición.
Sin embargo, a pesar de su importancia para el argumento, estos lagartos aparecen de forma escueta.
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Los lagartos Áayin eek’
Eso se debe a la tragedia de que, tal como Ritter, el libro que escribió también ha desaparecido. Como referencia sólo nos queda el prólogo de la escritora Emilia Gallargo, quien cita ocasionalmente al biólogo y así rescata la existencia de los lagartos Áayin eek’, objeto de la fascinación de Ritter. Él los describe al detalle, llegado a detallar la manera violenta en que los lagartos usan sus pulidas escamas para reflejar la luz del sol y cegar a sus contrincantes.
Bien podrían ser fauna común de la zona, vista como exótica desde el ojo del extranjero. Sin embargo, los lagartos poseen cualidades crípticas, que revelan una inteligencia —y quizás una ascendencia— fuera de lo común. Tal como dice Ritter:
“Pude apreciarlos y creo que ellos a mí. Al estar a unos cuentos metros, una voz ronca y tajante emanó de su hocico puntiagudo. Por momento, escuché una vocalización, algo semejante a la representación verbal. Era un cántico gutural de compases lentos, también armónicos. ¿Qué me querían decir?”
Podría argumentarse que ese cántico sería denominado hermoso por cualquier biólogo. No obstante, Ritter describe sentir una efervescencia súbita; una suerte de éxtasis surgida gracias a la armonía del canto de los lagartos. La extrañeza que estos representan llega a su punto cúspide cuando el lagarto continúa su canto y parece violentar las leyes naturales:
“Un Áayin eek’ vocalizó para mí, lo vi extraer su lengua bífida y, de pronto, evaporarse, desaparecer como si el canto lo hiciera invisible. Pronto varios de ellos imitarían a éste.”
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Entregarse a la armonía es
Una sola vez bastó para encandilar a Ritter. En anotaciones posteriores, el biólogo compara el cántico de los lagartos con el amor y con el deseo. El éxtasis que genera dicho fenómeno lleva a Ritter a otra desaforada conclusión: que los Áayin eek’ lo invitaban a estar con ellos. A tal grado llega su fascinación —misma que también podría describirse como trance—, que Ritter comienza a emular la melodía que cantan los lagartos.
El desenlace de Ritter es inevitable: en la mañana del 20 de agosto, tras una noche inquieta, llena de cavilaciones y murmullos, Ritter parte hacia el islote Ya’Axkaaba’. Remando solo rumbo a la fuente de su embelesamiento: esa es la última vez que su viuda lo vio.
El relato finaliza en este enigma. Sin embargo, permanece el nudo de incógnitas: ¿Por qué nunca se publicó el libro de Ritter y, al parecer, nadie sabe que el biólogo existe? ¿Por qué la escritora Gallardo, quien creó el prólogo, después ya nunca dijo nada? ¿Qué fue de Ellis, viuda del encandilado Ritter? Y, sobre todo, ¿por qué nadie ha descubierto a estos lagartos desde entonces?
Gallargo ofrece una única certeza: “las formas vivas más extraordinarias del universo habitan un lugar ínfimo de nuestro mundo”. Los lagartos bien podrían ser teorizados como alienígenas, precursores, criaturas mágicas u otro tipo de ente ancestral, cuna de todo misterio.
Pero, de manera más maravillosa, pueden tener una explicación más sencilla. Son sólo animales asombrosos, perfectamente parte de la naturaleza; unos que resultan casi inexplicables debido a que acaban de ser descubiertos. No entendemos todavía cómo existen ni cómo se comportan.
Quizá, Ritter se topó con una simple verdad ante este descubrimiento. Tener la primicia sobre nuevas criaturas, unas tan en sintonía con su propia armonía —la misma que pare la naturaleza—, le presentó a Ritter una nueva alternativa de vivir.
Y es que quizás el biólogo adivinó que la armonía era dejar la individualidad, unirse al cántico de los Áayin eek’. Y se les unió para comprobarlo.
Todas son teorías. El manuscrito y hasta su prólogo permanecen sin ser publicados en el universo del cuento; aunque, al menos, nuevos pares de ojos han llegado para ser testigos de los textos. El asombro aguarda en lo que pase después.
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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)
Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación.Trabaja como redactora en una agencia digital.
Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos.
Creció al lado de un árbol de jacaranda.
Twitter: @AliciaSkeltar
Facebook: @AliciaMaresReading
Instagram: @aliciamayamares
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