LA BRUJA
ENTRE EL FOLCLORE Y LA ABYECCIÓN
Andrea Madrueño
¿Qué es una bruja? Un ser salvaje que acecha desde la oscuridad de los bosques y se aloja en el folclore profundo. La figura de la bruja es un crisol que condensa ingredientes de muy distintos ámbitos y marcos teóricos. Dueña de muchas caras o quizá de ninguna. Más monstruo que mujer. Elusiva a las clasificaciones a través de los siglos. La complejidad del tema tiene que ver, entre muchos factores, con una narrativa que se mueve en la frontera entre la realidad y la fantasía. Desde textos demonológicos producidos de manera contemporánea a la caza de brujas, hasta la corriente crítica feminista que ha realizado una necesaria relectura de la persecución histórica de mujeres acusadas de brujería. Si pensamos en la bruja como material de narración, podemos entender que se trata de un producto discursivo en disputa, rodeado de significados que hasta la fecha se encuentran en pugna.
Las brujas son temidas porque se les considera capaces de propiciar cualquier desgracia. Desastres naturales, enfermedades o falta de dinero. Cualquier calamidad doméstica es atribuible al poder de sus pensamientos y la malevolencia de sus vuelos. En sus brebajes, pócimas y ungüentos bullen secretos capaces de trasgredir los ciclos de la vida y la muerte. Asediadas por especulaciones acerca de sus actos privados, lo que en verdad terminó por convertirlas en enemigas mortales de la moral y las buenas costumbres fue la acusación de celebrar reuniones clandestinas en el campo al amparo de los rayos de la luna. Feroces aquelarres en los que se presumía ocurrían rituales innombrables; cultos orgiásticos que involucraban animales y crímenes abyectos de naturaleza caníbal e infanticida.
De acuerdo con Pilar Pedraza, podemos situar lo abyecto vinculado a las brujas con el concepto identificado por Julia Kristeva, que nos habla de algo prohibido y desterrado, que tiene que ver con la madre y con la muerte. En su texto “La vieja desnuda: brujería y abyección” (Brujas, sapos y aquelarres, 2014), señala al cuerpo de anciana tan característico de algunas representaciones de la bruja como algo que se percibe maligno y contaminante, pues alude a la vivencia del terror en su forma más tangible: la física, la orgánica y la fisiológica. Se trata de algo que pone en peligro la estabilidad psíquica y corporal, porque revela aquello que nos emparenta con lo animal y que se contrapone a la razón. De ahí surge la idea de abyección, como la necesidad de expulsar y desechar lo inasimilable orgánico.
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En la literatura y en la ficción existen abundantes ejemplos del arquetipo de vieja bruja. Sin embargo, resulta interesante situarlo en un escenario cercano, como ocurre con el personaje presentado por Gabriela Rábago Palafox en “La mujer que compra niños”, relato contenido en su ya mítica (e inconseguible) colección de cuentos La voz de la sangre (1990). A medio camino entre la roba chicos y la loca del pueblo, a ella la llaman Desolación, aunque su verdadero nombre es Tía Enedina; sin duda, un guiño macabro al universo narrativo de Adela Fernández. Metida en capas de lana, chales y bufandas, este ser ya no es una mujer sino un pequeño engendro sepultado entre arrugas y mugre ancestral. Como es propio de las ancianas solitarias y sospechosas, carga con ella un bolso ominoso, que sirve a los niños de advertencia para que no se le acerquen. La autora describe: “Colgaba como una breva que se momifica, la bolsa enorme de piel con las chucherías que eran el cebo para la presa”. Una inmensa cavidad como el cuerpo femenino convertido en saco relleno de arena, donde la vida ya no es posible, el silencio es de cripta y la oscuridad no tiene límites.
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Acorde al estereotipo más extendido, las brujas son retratadas en el imaginario popular como ancianas grotescas, semejantes a las representadas por las pinceladas negras y grabados de Francisco de Goya: Linda maestra («Capricho» no. 68) de 1799, Escena de brujas y Vuelo de brujas de 1798, entre otras. Al respecto de la vejez decadente de la bruja, Umberto Eco afirma en Historia de la fealdad (2007) que en la mayoría de los casos las víctimas de la hoguera fueron acusadas precisamente porque se les consideraba extrañas y poco agraciadas.
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Lo cierto es que estudiosos del fenómeno social de la brujería como J. B. Russell (Historia de la brujería, 1998) indican que alrededor del siglo XVI se observaron importantes cambios demográficos que contribuyeron a la elevación del número de mujeres obligadas a vivir solas. Dichas mujeres, en situaciones marginales y empobrecidas, constituían un blanco fácil para la misoginia que se desató durante la cacería de brujas.
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Citando de nuevo a Pilar Pedraza, la abyección brujeril nos confronta con el reverso de los atributos que la sociedad capitalista demanda de las mujeres para considerarlas deseables, mismos que pueden resumirse en su capacidad para arrojar hijos al mundo, y la belleza física propia de la edad fértil y reproductiva. La bruja en su conjunto parece mofarse de los añejos roles de género, pervirtiendo el orden de tales valores y alterando la estructura social desde lo íntimo, como vemos en “La mujer que compra niños”, donde la vieja roba niños y comercia con la desesperación de quienes no logran concebir.
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Quizá la verdadera amenaza es que las viejas pueden enseñar a las jóvenes a volar y a conocer su propio cuerpo, lo cual desde cierta perspectiva resulta muy inquietante. ¿Acaso no son culpables las brujas de arrebatar la escoba de las manos de las mujeres para colocárselas entre las piernas? Los saberes que se transmiten entre mujeres, lejos de la mirada patriarcal, en la mayoría de los casos han sido vistos con reservas y se les ha reprimido de las formas más crueles. No es difícil trazar un paralelismo entre los orificios corporales y equiparar abrir las piernas con abrir la boca. Ambas acciones de forma tradicional han sido castigadas al ser realizadas por mujeres. Ambas cavidades son abismos de negrura, territorios peligrosos y desconocidos para muchos. Finalmente, el peor crimen de las brujas fue proferir conjuros en voz alta y soltar carcajadas espeluznantes al notar el temor que la sonoridad de sus voces producía en los hombres.
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AQUÍ puedes leer «La mujer que compra niños»
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Referencias
Pedraza, P. (2014). “La bruja vieja”. Brujas, Sapos y Aquelarres (pp. 159-216). Valdemar.
Rábago Palafox, G. (1990). La voz de la sangre. Instituto mexiquense de cultura.
Russell, J. B. (1998). Historia de la brujería. Paidós.
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Andrea Madrueño
Bruja y psicoterapeuta. Especializada en las artes oscuras de la teoría psicoanalítica. Escritora de cuentos tétricos que han sido publicados en antologías y revistas digitales como Medusas (2022), Siniestras: cuentos de mujeres que incomodan (Especulativas, 2022), Penumbria Distópica (2022), Penumbria #56 (2022), Cósmica Fanzine (2022), Navidades Paralelas (Lengua de Diablo, 2022) y Revista Exocerebros #5 (2023).
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Coordina Aquelarre de escritoras:
talleres y círculos de lectura enfocados en literatura escrita por mujeres.
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