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LA PIEL DEL ALMA

un prólogo sobre el «terror femenino»

Miguel Lupián

 

Resulta inverosímil e indignante que en pleno 2021 sigamos (críticos, fans) afirmando que las mujeres no pueden escribir/dirigir terror (o que se trata de otro tipo de terror, uno más «suave»). Esta discusión siempre la incluyo en mis charlas y cursos, exponiendo que gracias a las mujeres (tanto creadoras como consumidoras) el terror gótico logró explotar, cimentando las bases de nuestro terror actual. Pero mejor les comparto esta maravilla de prólogo que acabo de encontrar. Pertenece a la antología Skin of the Soul. New Horror Stories by Women (La piel del alma. Relatos de terror femenino), recopilada y presentada por la maravillosa Lisa Tuttle (recomiendo que lean su brutal colección de cuentos Nido de pesadillas). Aunque se publicó en 1990, la discusión sigue siendo terriblemente actual (al menos en nuestro país).

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INTRODUCCIÓN

El miedo es una emoción básica y universal, algo que no siempre tratamos de evitar. Aunque quizás prefiramos que la vida cotidiana sea segura y predecible, la mayoría de nosotros descubrimos de niños que el miedo puede ser divertido. Tal como Sigmund Freud afirmara en su ensayo sobre «Lo sobrenatural»: «A pesar de buscarlo, el frisson del terror, entre las numerosas singularidades de nuestra vida emocional, es una de las más singulares». Los románticos tenían su «estética del terror»; creían que el terror y la belleza estaban ligados, y que las experiencias atemorizantes «que inspiran un temor reverente» constituían un camino para alcanzar la iluminación.

Parte del encanto de la literatura de terror es que nos permite disfrutar de esta emoción sin causarnos daño físico. Sin embargo, la buena literatura de terror nos proporciona algo más que un sobresalto o una estampida de adrenalina. A diferencia de una vuelta en el tren fantasma del parque de atracciones —o su equivalente en el cine—, la literatura de terror verdaderamente eficaz nos permite explorar zonas de experiencia a las que a menudo sólo accedemos en nuestros sueños, si es que alguna vez lo hacemos. En su libro Danza macabra, donde presenta su análisis personal de las películas y libros de terror contemporáneos, Stephen King afirma que la obra de terror no se interesa en «el mobiliario civilizado de nuestras vidas» sino que busca otro lugar oculto y muy primitivo: «El buen relato de terror logrará llegar al núcleo de nuestra vida y encontrar la puerta secreta de esa habitación que sólo nosotros creíamos conocer…». Desde una formación y una postura filosófica muy diferente, Julia Kristeva define el terror de una manera similar, al sugerir en su libro Powers of Horror que trata con elementos que se encuentran en el límite del inconsciente: elementos no del todo reprimidos.

La literatura de terror es tan antigua como la narración de cuentos. Se la ha designado con diversos nombres: fantasía negra, cuentos de fantasmas, cuentos extraños, relatos macabros, cuentos sobrenaturales, novelas de suspense, noveluchas, literatura horripilante o desagradable, pero quizás «terror» sea el término más útil y global. Tal vez no esté a la altura de la fantasía negra, ni sea tan respetable desde el punto de vista social como el cuento de fantasmas, y sin embargo coincido con el antologador David Hartwell, quien promueve el término “terror” pues «indica una transacción entre el lector y el texto que es la esencia de la experiencia de la lectura de la novela de terror, y no su contenido (como por ejemplo, un fantasma real o simbólico)». No son los adornos del género ni el tema los que definen el horror, sino más bien su atmósfera y la experiencia del lector.

Aunque resulte absurdo, aún hoy algunas personas se preguntan (y al parecer con suma seriedad) si las mujeres también se dedican a escribir relatos de terror. Habiendo sobrevivido la época en que a las mujeres se las consideraba unas intrusas en el género de la ciencia ficción, me encuentro con que hoy en día soy una rareza por escribir cuentos de terror. La autora y antologadora de la obra What Did Miss Darrington See? An Anthology Of Feminist Supernatural Fiction, Jessica Amanda Salmonson, nos ha comentado acerca de su «experiencia desagradablemente cómica» al observar un plantel de expertos integrado exclusivamente por hombres «tratar el problema de “por qué las mujeres no escriben cuentos de terror”». ¡Pero desde luego que lo hacemos! Siempre lo hemos hecho, desde el comienzo. ¿Es que acaso nos olvidamos de la madre de Frankestein, la madre de todas nosotras, Mary Shelley?

Podrán argüir que eso era antes, y que las cosas han cambiado en la actualidad. Hoy en día, el terror es un género lucrativo y popular al que identificamos cada vez más con las portadas negras y lustrosas y las imágenes simbólicas como la sangre, los dientes y las garras, y no con aquella transacción textual de la que hablábamos más arriba. Desde la década del setenta y el surgimiento de autores tan exitosos como Stephen King, Ira Levin, William Peter Blatty y Peter Straub, el terror ya no forma parte de la trama de la literatura, sino que se ha convertido en un género comercial como los relatos de misterio, del oeste o las novelas románticas históricas. Todos los autores taquilleros eran hombres. Quiero decir, casi todos; había desde luego «excepciones» como Anne Rice, V. C. Andrews, Daphne Du Maurier, Anne Rivers Siddons, Chelsea Quinn Yabro… Sin embargo, los hombres extendieron su dominio no sólo al mercado masivo sino también a las editoriales menos importantes; ellos escribían la mayoría de las obras taquilleras y los clásicos del género como también las obras comerciales y las críticas. Han establecido el género (si es que podemos llamarlo así) para ellos. Las escritoras tienden a ser consideradas raras excepciones, o se les otorga otro nombre: ya no escriben relatos de terror sino novelas románticas, fantásticas, o algo imposible de clasificar pero diferente. Este se ha convertido en un argumento circular y completo en sí mismo: sólo los hombres escriben relatos de terror, de modo que si las mujeres lo hacen, ya no se trata del mismo género.

El crítico y autor Douglas E. Winter (al que sus editores llaman «la conciencia del terror y la fantasía negra») publicó una colección a la que denominó Prime Evil (1988), en la que invitaba a los «maestros de la literatura de terror» moderna a que colaboraran. No sólo todos los autores eran hombres, sino que la introducción a cargo de Winter, a pesar de fomentar la «herejía» de que el terror no es un género sino una emoción («Podemos encontrarlo en toda clase de literatura») y de hacer una larga y variada enumeración de las fuentes sobre las que se basa esta afirmación, sólo nombra a una mujer («El maltrato de los niños es el tema despiadado de las novelas taquilleras de V. C. Andrews…») y parece ignorar, curiosa e inocentemente, que los hombres tal vez no comprendan todo el «Género humano».

En ciertas ocasiones las contribuciones de las mujeres al campo de la literatura de terror han sido célebres y ovacionadas (¿quién podría olvidar a Shirley Jackson, Edith Wharton, Charlotte Perkins Gilman, May Sinclair o Patricia Highsmith?), pero sólo para construir un modelo diferente de la línea central dominada por los hombres. En la introducción a Haunting Women (1988), Alan Ryan llega a la conclusión de que los relatos de terror escritos por mujeres son diferentes de aquellos escritos por hombres: menos horripilantes, carentes de monstruos y con la presencia recurrente (me pregunto por qué) de un hombre dominante (ya sea el esposo, el padre o el amante). Los cuentos que fundamentan esta afirmación fueron seleccionados entre los miles disponibles, y aunque afirma que «no me propuse probar nada ni ilustrar modelos», también admite que las antologías «reflejan el pensamiento del antologador, así como una novela el del novelista», sin reconocer, al parecer, ninguna contradicción. Naturalmente encontró lo que buscaba.

No sé cuantas veces he oído decir que, a pesar de haber pocas escritoras que se dedican a este género, ellas escriben un terror más suave, menos visceral, o quizá más sutil o más blando que sus colegas masculinos… La misma dicotomía de lo «suave o duro» que obsesiona a las escritoras de ciencia ficción y cuentos fantásticos nos atormenta a nosotras, las escritoras de terror. En definitiva, es sólo otra manera de afirmar que las mujeres no escriben terror.

Y desde luego que lo hacemos. ¿Por qué no? El terror es una emoción humana, así como el deseo, que experimentan tanto hombres como mujeres, y que puede expresarse por escrito mediante indicios sutiles o detalles gráficos. La elección de cualquiera de estas dos formas de expresión tiene que ver más bien con una inclinación y técnica individual que con el género. La manera en que definimos el terror, los detalles específicos de lo que nos asusta, éstos también son aspectos personales, individuales… pero, claro está, las mujeres probablemente tiendan a tener más cosas en común entre ellas que con los hombres. Algunos temores son universales (la muerte), otros son individuales (las arañas), y otros temores parecen ser parte esencial de nuestra identidad sexual. Es aquí donde la concepción de terror femenina diferirá de la masculina.

Ya antes se había vinculado el terror con la pornografía, aquel otro terreno dominado por los hombres. Resulta una comparación evidente, y no sólo debido a la asquerosidad cada vez mayor de casi toda la pornografía o a la manera en que con frecuencia se sexualiza en nuestra cultura, o incluso se define como sexo, la violencia hacia la mujer. Otro punto en común es que tanto el terror como la pornografía tienen otros objetivos fuera de los literarios: despertar sentimientos de temor o deseo en el lector. En algunas oportunidades se han formulado suposiciones con respecto a la diferencia entre la sexualidad masculina y femenina basadas en las respuestas distintas de hombres y mujeres a la pornografía: que los hombres son más voyerísticos, o que las mujeres no reaccionan con indicaciones visuales, o que las mujeres detestan la pornografía explícita pues prefieren un enfoque del sexo más suave y sutil, menos visceral… Sin embargo, olvidamos que la mayoría de la pornografía no sólo se crea por y para los hombres, sino de acuerdo con concepciones masculinas y en gran parte inconscientes, de lo que es sexy y de lo que es el sexo. La idea de que la experiencia sexual femenina pueda diferir por completo de su representación aceptada en nuestra cultura ha sido expresada, en su mayor parte por feministas, pero es un terreno que apenas se ha comenzado a explorar. Lo mismo ocurre con el sentido del terror femenino.

Todos nosotros, hombres y mujeres, comenzamos en el mismo lugar, en el mismo mundo en nuestra humanidad común, pero aquel mundo comienza a dividirse por la línea del género tan pronto como nacemos y nos catalogan como hombre o mujer. Nuestros recuerdos más profundos, casi inconscientes, deben ser muy parecidos: la expulsión de la seguridad del útero, estar abrigados, alimentados y saciados, tener frío, estar mojados y abandonados, impotencia absoluta, enfrentar los miedos de la vida por primera vez solos. No obstante, incluso antes de ser plenamente conscientes, como bebés o «bebas» tenemos un lugar diferente en el mundo, una relación diferente hacia los demás, y esta diferencia se fortalece en forma constante a medida que crecemos. Por ejemplo: a pesar de que tanto los niños como las niñas son víctimas de abusos sexuales por parte de sus parientes masculinos, y que para ambos la experiencia sea profunda y quizás peligrosa, no reaccionarán ni manejarán aquella experiencia precisamente de la misma forma, no la incorporarán en sus vidas posteriores de la misma forma. Se espera que los hombres superen su impotencia mientras que no se espera lo mismo de las mujeres; y se espera que ellas, a diferencia de los hombres, encuentren la plenitud sexual con los hombres. El territorio que para un hombre es neutral desde el punto de vista emocional puede estar minado por el miedo para una mujer y viceversa. Por ejemplo: el trayecto desde la parada de autobús a casa en la noche. ¿Y cómo comprender las profundidades imponentes del odio que algunos hombres sienten por el cuerpo (femenino) humano común? Todos comprendemos el lenguaje del miedo, pero se enseña a los hombres y mujeres a hablar diferentes dialectos de ese lenguaje.

El propósito de esta antología no es probar que las mujeres pueden y de hecho escriben literatura de terror —pues no creo que sea necesario probarlo—, ni tratar de establecer una nueva categoría de «terror escrito por mujeres». Los hombres no escriben sólo para los hombres, ni las mujeres sólo para las mujeres, ni deberían hacerlo. Los mejores escritores pueden ser andróginos —¿o mejor decir bisexuales?— al imaginarse otras vidas para ellos mismos, hablando en otras lenguas. La experiencia personal sirve de algo, pero también vale una imaginación benévola, y no estoy segura que haya algo que sólo un hombre, o sólo una mujer pudieran escribir. Para citar unos pocos ejemplos de los escritores de terror más populares: Stephen King y Ramsey Campbell muestran penetración en los personajes femeninos, mientras que los narradores masculinos de las obras escritas por Tanith Lee y Anne Rice son siempre convincentes.

De acuerdo con Cynthia Griffin Wolff y Ann K. Mellor, la novela gótica (precursora de la literatura de terror contemporánea) siempre fue particularmente atractiva para las escritoras, pues sus convenciones les permitían explorar las experiencias prohibidas del deseo sexual femenino. Me parece que los hombres hoy en día encuentran atractivo el género del terror por una razón similar. Las expresiones de deseo heterosexual no están prohibidas desde luego en nuestra cultura —¡todo lo contrario!—, sin embargo, hay con frecuencia restricciones reconocidas como tales con respecto a lo que es aceptable. En la mayor parte de las facetas de la vida las dudas de los hombres acerca de su propia masculinidad, sus temores sobre la sexualidad femenina, o de la suya, deben negarse. En la novela de terror estas cosas estallan hacia fuera.

No hay ninguna razón por la cual los hombres no debieran explorar sus propios temores y fantasías, más cuando confunden un prejuicio masculino y lo confunden con la «naturaleza humana» universal; cuando tergiversan las estructuras sociales patriarcales con la ley natural; cuando perpetúan estereotipos y confunden sus propias fantasías con la realidad objetiva, entonces somos todos prisioneros de sus limitaciones, y el terror se convierte en otro tipo de pornografía.

La novela de terror presenta las mismas libertades peligrosas para las escritoras, mas no lo hace si la definición masculina de terror domina el campo y no permite disidencia alguna; no si los antologadores, críticos y lectores hombres se niegan a escuchar las voces femeninas que no se hacen eco de su propia experiencia limitada. Si el terror ha de ser más que descartable, más que un disparate propio de muchachos, como creo que puede ser, entonces debemos escuchar las voces de ambos lados.

La idea que se encuentra detrás de este libro es la de comenzar a abrir el campo; de intentar proporcionar algunas alternativas, alguna especie de contrapeso, a lo que es a menudo un género dominado y definido en gran parte por los hombres, y permitir que algunas mujeres sean escuchadas. Y además de sus relatos, he querido saber por qué las autoras escribieron terror (¡si es que pensaron que lo hicieron!), lo que explica los epílogos personales escritos por las autoras. He contactado con escritoras establecidas cuyas historias de terror me han asustado en el pasado; algunas escritoras buenas que nunca antes pensaron escribir terror; y también me he sentido complacida al descubrir nuevas escritoras muy prometedoras. Mi criterio de selección de un relato ha sido el siguiente: debía producir aquel frisson particular inconfundible mediante el cual defino una historia de terror. Dejando de lado argumentos intelectuales, a la larga se convierte en una respuesta personal. Me gustan estos cuentos pues cada uno me heló o me sobresaltó a su manera.

Lisa Tuttle Harrow, 1990

Lisa Tuttle

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AQUÍ pueden descargar la antología.

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Miguel Antonio Lupián Soto

Ex alumno de la Universidad de Miskatonic,

feligrés de la iglesia Cthulhiana

y devoto de San Lemmy.

mortinatos.blogspot.mx

@mortinatos

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