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THE SUBSTANCE

la vanidad contemporánea se convierte en la más truculenta película de terror

 

Aglaia Berlutti

 

The Substance lleva la obsesión por la belleza, la juventud y el atractivo sexual al escenario del body horror. Pero más que eso, convierte la violencia estética en un monstruo codicioso que demuestra que nuestra época es un terreno minado de dobles discursos e hipocresías. Una mezcla explosiva que hace de la cinta una de las mejores del año.

En The Substance (2024) la mayoría de las escenas son levemente repugnantes. Ya sea porque la directora Coralie Fargeat (Revenge) intenta demostrar los límites de la obsesión colectiva por la juventud y la belleza desde el horror o solo porque su perspectiva acerca de la naturaleza humana es grotesca. Lo cierto es que la película, que comienza satirizando de manera perversa la vanidad contemporánea y termina como un alegato sangriento sobre la codicia, es incómoda por necesidad. La historia de Elisabeth Sparkle (una enorme Demi Moore), una ganadora de Oscar que debe malbaratar su talento en un programa de ejercicios para evitar desaparecer en el anonimato, podría ser la de cualquier intérprete de Hollywood de más de cincuenta de años. Solo que el guion  —que también escribe la directora—  hace que el sufrimiento de su personaje sea una puerta abierta para la crítica directa del sistema caníbal de estrellas a la búsqueda de la perfección física imposible.

The Substance comienza con pie fuerte para mostrar el terreno desigual de simplemente envejecer en nuestra época. Pero la cinta no intenta ser sermoneadora o ética. En realidad es violenta, brutal y siniestra en la medida que demuestra que la estructura que sostiene nuestro estilo de vida está destinado a desechar todo lo que no coincida con un ideal. Lo que, de inmediato, remite a Elisabeth, talentosa, brillante, pero con algunas arrugas y el hecho de que ya no representa un mundo cuyo único valor es la belleza.

La directora construye su panorama aterrador a través de primeros planos, en los que la repulsión ocupa un lugar destacado. De manera que muestra a Elisabeth golpeándose el rostro, enfurecida por el simple paso del tiempo. O a su productor Harvey (Dennis Quaid), sexista, misógino y brutal, mientras come con la boca abierta y le señala punto a punto todos sus defectos. La película utiliza la repulsión como acento para dejar un elemento claro y a la vista. En nuestra época no sirves para nada a menos que seas bello, deseable para provocar la masturbación o inalcanzable para despertar la envidia. Por lo que Elisabeth, aturdida y aplastada por el miedo, la vergüenza y la rabia, hará lo que sea para recuperar su juventud.

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El monstruo que nos habita

Y lo que sea resulta ser probar una sustancia desconocida que un proveedor anónimo le hace llegar y que promete lo imposible. No solo recuperar lo mejor de sí misma, sino convertirla en el epítome de todo lo que perdió y catapultarla de nuevo al gran escenario mundial. La oferta parece ser demasiado buena para ser verdad  —al menos sin un riesgo aparejado—,  pero Elisabeth está dispuesta a hacer lo que sea por verse de nuevo joven y lozana. Fargeat reflexiona con brutalidad en la forma en que la cultura contemporánea crea sus monstruos al poner a su protagonista entre la decisión de incluso morir por la mera oportunidad de volver a ser hermosa.

La premisa es cruel y se hace perturbadora cuando se extrapola con enorme facilidad a las cirugías cosméticas salvajes que algunas actrices de la gran pantalla se someten en busca de mantener su imagen perfecta. De hecho, la metáfora es tan obvia que la realizadora la lleva a un paroxismo de sangre y furia. Elisabeth está convencida que prefiere atravesar cualquier terreno, hasta la muerte, si es posible recuperar lo que asume que perdió.

Llena de referencias al odio corporal y a la brutalidad con que nuestra sociedad maneja sus estándares, Elisabeth usa finalmente el prometido, enigmático y hasta ahora imposible de describir procedimiento. Lo que ocurre a continuación contiene quizá varias de las secuencias de body horror más delirantes que se recuerde en el cine reciente. La sustancia ocasiona que Elisabeth produzca un doble que brota directamente de su espalda, que es, en realidad, ella misma.

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El dolor de la belleza

Una versión suya perfecta y juvenil llamada Sue (Margaret Qualley), con toda la voracidad y la provocativa capacidad para deslumbrar que Elisabeth tuvo alguna vez. El punto es que ambas deberán intercambiar en un juego maligno la identidad que desean poseer, lo que condena a una de ellas a esperar mientras la otra disfruta del mundo.

En medio de esta premisa salvaje y que se cuenta mostrando el cuerpo convulso, roto y destrozado de Elisabeth en contraposición a la juvenil belleza de Sue, la avaricia lo es todo. La directora construye un mundo en capas, en que utiliza el lenguaje cinematográfico a la manera de una lupa. Las imágenes se vuelven enormes y fatales, centelleantes y casi abrumadoras en su colorido, cuando quiere expresar que Elisabeth encontró lo que deseaba. Pero a su vez, el horror del cuerpo mancillado y violentado se convierte en sangre y huesos rotos.

The Substance es un recorrido vertiginoso y por momentos surrealista entre la naturaleza de ser visible y reconocido en un mundo capaz de destrozarte para que lo seas. Un mundo tan violento, hambriento de relevancia y reconocimiento que no duda en devorar, como Cronos, a sus propias criaturas. Poco a poco, Elisabeth y Sue se convertirán en enemigas, en elaboradas visiones de la ansiedad del nuevo milenio por ser un rostro para recordar. Para su tramo final, la cinta lleva los horrores a un final que, quizá, decepciona por no estar a la altura del carnaval de horrores corporales que mostró en su historia. Pero, aun así, la cinta brilla como alegato contra los monstruos  —reales y viciosos—  que habitan al fondo de la vanidad colectiva.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

TheAglaiaWorld 

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