LOS VATICINIOS NUNCA SURGEN DE LA PIEDAD
Alicia M. Mares
“Dice que estaba a punto de casarse y en la víspera de su boda un hombre sucio y harapiento tocó la puerta preguntando por ella. Le auguró que su novio no se presentaría a la iglesia y que para siempre sería una mujer soltera. Compadecido de su futuro, le regaló una enorme jaula de latón para que en su vejez se consolara cuidando canarios.”
La jaula de la tía Enedina
Este cuento, tal como augura su nombre, no va tanto sobre canarios sino sobre la ausencia de los mismos. O más bien, sobre los deseos y vaticinios y lo que usamos para llenar el espacio vacío que dejan como estela. “La jaula de la tía Enedina”, relato narrado por el único miembro de la familia que se preocupa por la vieja tía, es un relato tan breve como enigmático.
Y me parece una estupenda carta de presentación a los Cuentos reunidos de Adela Fernández (FCE, 2022), puesto que se encuentra casi al inicio del libro.
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Los canarios que nunca fueron
“Enedina, vive con su jaula y con su sueño: tener un canario. Cuando voy a verla es lo único que me pide, y en todos estos años yo no he podido llevárselo.”
A través de los años, el sobrino de la tía Enedina ha intentado conseguirle los canarios, triste paliativo para la soledad de la tía, ya enloquecida por el abandono y la pesadumbre. Sin embargo, el muchacho no tiene éxito, y en el intento de procurar a su tía —o quizá para amortiguar el asco y el disgusto que le provoca la situación de Enedina— comienza a tener sexo con ella.
Este es un dilema que por sí solo daría para una columna: ¿son estos actos del muchacho una especie de misericordia incestuosa hacia su tía, un gesto de bondad tergiversado, o simplemente la búsqueda de placer sencillo en el cuerpo de una persona ignorada que no tiene otra elección?
Muy probablemente sea la segunda opción. De hecho, la pobre tía ya no habla o se da a entender:
“Salta, ríe, mueve negativamente su cabeza. Parece no desear más que tener un pájaro; sin embargo, insiste en los puños diarios de alpiste que le llevo.”
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La jaula llena
El desenlace, si bien inesperado, es tan natural como terrible:
“Fue entonces cuando dentro de la jaula pude ver dos niñitos gemelos, escuálidos, albinos. Tía Enedina los contemplaba con ternura y felizmente, como pájara, les daba el diminuto alimento. Mis hijos, flacos, dementes, comían alpiste y trinaban…”
La familia de ambos nunca llega a enterarse de lo sucedido; son apenas un eco en el trasfondo del cuento. Independientemente de eso, el cierre del cuento (que se queda en este último párrafo, verdadero punto álgido) presenta dos preguntas: ¿fue verdadero el vaticinio del harapiento desconocido y él se refería a esos dos extraños infantes como los canarios a cuidar dentro de una jaula? O, al contrario, ¿fue una predicción completamente inventada y la sugerencia de cuidar canarios era en realidad un mero acto de misericordia hacia la novia dejada en el altar? Mucha piedad rodea a la tía Enedina, pero ninguna parece ser efectiva o de verdad tocarla. Si este último fuera el caso, entonces el acto de reemplazar canarios (que nunca llegaron) por dos niños nacidos en el incesto y en el anonimato podría señalar hasta dónde puede llegar la desesperanza humana.
Y es que, cuando existe un gran vacío y un lugar preciso en donde cabe aquello que puede llenar ese vacío, entonces cualquier cosa bastará. Cualquier objeto o criatura puede llenar la jaula; cualquier paliativo vaticinado para la soledad será suficiente.
Ya no sabemos cuál será el destino de esos niños que comen alpiste encerrados en una jaula, pero su naturaleza albina y secreta no vaticina cosas buenas; la autora casi sugiere que esos niños son entes nacidos en contra de la naturaleza.
Pero no es posible saberlo. Será cuestión de que alguien más haga una predicción; una que, esta vez, nazca de la verdadera piedad.
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AQUÍ puedes leer el cuento.
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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)
Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación.Trabaja como redactora en una agencia digital.
Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos.
Creció al lado de un árbol de jacaranda.
Twitter: @AliciaSkeltar
Facebook: @AliciaMaresReading
Instagram: @aliciamayamares
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