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MADAME PUTIFAR

y la novela negra francesa

 

El Conde de Betancourt

 

Mucho se suele hablar sobre los escritores malditos y los desafortunados desenlaces que han experimentado al término de su ciclo de vida: que si eran desadaptados sociales, que si poseían algún tipo de vicio aborrecible o si simplemente vivían una vida llena de contradicciones y desgracias. Todas y cada una de estas características suelen ser muy usuales en este tipo de personas, y no por nada Joseph Pétrus Borel, alías «El licántropo», es merecedor de estar dentro de esta lista.

¿Qué hizo entonces dicho personaje como para ser merecedor de tan deshonrosa (o muy honrosa) etiqueta? Bueno, si el deseo más ferviente de ustedes es saberlo, entonces quédense en esta ocasión, pues hoy traigo ante ustedes el análisis de Madame Putifar.

Madame Putifar es un recopilatorio de varios libros, el cual está impreso dentro de la ya muy extensa colección Gótica de la editorial Valdemar. Estamos hablando, pues, que se trata del tomo número 40 de la misma, lanzado al mercado en el ya remoto año 2001, cuyo distintivo para ello es que, en dicha época, Valdemar no solía introducir esa simpática hoja de guarda de color rojo. El grosor del libro no es ni muy delgado ni muy grueso, por lo que nos estamos encontrado ante un ejemplar que bien podremos disfrutar en casa o en cualquier otro sitio. La imagen de cubierta lleva por título “D l´animalité” y fue hecha por el pintor simbolista belga Fernand Khnopff, siendo una de mis imágenes de cubierta favoritas de toda la colección, que intenta evocar a la mujer que da título al libro.

Pero entonces, ¿de qué demonios trata Madame Putifar y qué fue lo que hizo Pétrus Borel como para ser considerado un escritor maldito hasta el punto de dejarse arrastrar por el amargo salón del anonimato? En ello se hallan involucrados muchos factores que, sin duda, provocan ciertas truculentas sensaciones al momento de conocerlos.

Para empezar, cabe destacar que estamos ante la primera traducción hecha al castellano de esta novela (aunque otra versión de este mismo dato es que se trata de la primera que se imprime en España); una narrativa que, por supuesto, es considerada como la novela negra por excelencia de la literatura francesa. La prosa empleada aquí no evoca para nada a los elementos sobrenaturales, fantásticos y tenebrosos a los que tanto estamos acostumbrados; se trata de una historia de índole realista (yo diría incluso de porte cuasi histórico), que no posee cavidad ni para vampiros, dioses oscuros ni nada parecido. ¿Entonces qué hace este libro en esta columna y, por ende, en la colección Gótica? ¿Por qué demonios sigo haciendo tantas preguntas entre párrafo y párrafo?  Tranquilos, camaradas, que todo es parte de la experiencia.

Pétrus Borel

Si bien Madame Putifar no maneja un gótico muy tradicional, sí hace uso de aquel que alguna vez Percy B. Shelley intentó emplear en su no muy bien acogida Zasstrozi (y cuando digo “no muy bien acogida” me refiriero a los lectores de esta época) combinada con bastantes elementos de la escuela del mismo Marqués de Sade. Y no, con esto no estoy queriendo dar a entender que aquí te vas a encontrar a un trío de maniacos haciendo jornadas repulsivas de sexo rudo y puro o a nobles homosexuales follando inescrupulosamente mientras muelen a palos a la adalid de la virtud; me refiero a la verdadera esencia del Marqués: aquella cuyo foco central de toda su provocativa literatura no fue otro que la filosofía del materialismo que intentaba retratar con sus «pinceleadas», tal y cómo él solía decir, lo podrida que estaba la comunidad francesa de su época desde una perspectiva social, política y religiosa. En otras palabras, olvídense de todas esas aberraciones que suelen encandilar a los lectores más impresionables, por no decir de limitada visión y comprensión; decir que Sade es meramente literatura pervertida y erótica es una falta a la memoria de tan célebre personaje. Pero descuiden, que de esto ya hablaré a profundidad en los análisis de Los crímenes del amor, Justine y Los 120 días de Sodoma.

Fue precisamente esa misma manera de pensar lo que le costó a «El Licántropo» su estancia dentro del pueblo francés, condenándolo al más extremo exilio donde murió en soledad y olvidado en algún lugar decadente que muy pocos se atrevieron a pisar. Y es así que, con estas humildes palabras, inicio a contarles un poco sobre el argumento de esta obra, el cual se convirtió en uno de mis favoritos, quizá porque está bien hecho o quizá porque me lo leí durante las vacaciones de Navidad de hace dos años.

La historia, básicamente, gira en torno al bien parecido Patrick Whyte y su amada, la bella Déborah Cockermouth: una pareja veinteañera de origen irlandés que, conociéndose desde pequeños, formaron un fuerte lazo fraternal que no tardó mucho tiempo en transformarse en una pasión amorosa. Sin embargo, al ser Déborah una mujer de alta alcurnia (pues su padre era el conde de la región), su amor por el buen Patrick jamás sería una realidad en su natal Irlanda, dado que la psicópata tiranía de su padre sería un real obstáculo. Por tal motivo, ambos deciden fugarse hacia Francia, «la tierra prometida» (nótese el sarcasmo), donde creyeron que su situación mejoraría.

Sin querer dar hincapié a spoilers, únicamente les comentaré que, luego de que se generaran un puñado de calamidades a lo largo de sus últimos días en Irlanda (donde una apasionante y sanguinolenta confusión casi provoca la muerte de Déborah), es que Patrick y su amada por fin llegan a Francia para vivir en un pequeño cuartito de mala muerte donde tendrán que afrontar aun más dificultades.

Para sostenerse, Patrick decide unirse a la guardia real como soldado, para más tarde escalar y llegar hasta la posición de mosquetero. Uno de sus compañeros más cercanos (por el que él siente una sincera y gran estima), llamado Fitz-Harris (que también es irlandés), le jugará una mala pasada, además de que Déborah deberá de lidiar con el incesante acoso por parte del superior de Patrick, el marqués de Gave de Villepastour. A raíz de esto florecerán los verdaderos problemas que esta parejita de atolondrados deberá de afrontar; los provocados por el padre de Déborah no eran sino una broma.

Pero esperen, seguramente se han de estar preguntando, otra vez, ¿y dónde entra Madame Putifar en todo esto? ¿Quién es ella y por qué el libro lleva su nombre? Bueno, a pesar de que Madame Putifar no es más que un personaje con un rol bastante secundario (de hecho, sus apariciones están contadas), el peso que tiene en la trama es bastante importante, porque gracias a ella las ilusiones de nuestros protagonistas se desmoronan hasta terminar en tragedia.

Madame es una de las tantas concubinas de Faraón (digamos, pues, la figura que Patrick reconoce como su rey). La Putifar es una mujer obsesionada con el sexo y con un desmesurado poder político, lo que la convierte en una persona de temer. Fitz-Harris, por algún motivo que ya no recuerdo, es encarcelado por Madame y sólo en ella reside la autoridad para dejarlo libre. Entonces el muy ingenuo de Patrick decide aventurarse hasta los aposentos de ella con el objetivo de rogarle para que liberase a su amigo. Desgraciadamente, lo más lógico terminó por suceder y Madame queda encantada con Patrick hasta el punto de seducirlo como milf en una película porno (qué tonto muchacho). Sin embargo, al intentar actuar con rectitud al rechazar a Madame, Patrick se busca un problema de dimensiones macroscópicas; y si algo nos enseñó el buen Sade es que quienes intentaban actuar con justicia en aquella época casi siempre terminaban desgraciados. Así pues, el buen señor Whyte termina recluido, junto al amigo que intentaba rescatar, en una prisión en La Bastilla. Por su parte, habrá que añadir las dificultades de Déborah: el acoso por parte del marqués de Villepastour, el niño que lleva en su seno (fruto del amor entre ella y Patrick) y el rastreo por parte de su padre (que luego pasa a un segundo plano) y otras cosas más. Al intentar huir, termina en un monasterio de monjes; mientras que se nos narra, en un segundo plano, la desgarradora estancia de Patrick y su compañero en su purulenta celda, hasta el punto en el que este último muere a manos de una horda de… bueno… creo que esa parte no la diré.

Lo que sí puedo decirles es la negativa del perdón que Madame tiene para con nuestro héroe, eso sin descartar otros factores que llevaron a Patrick hasta la locura y a convertirlo en un ser hueco incapaz de apreciar el mundo o de siquiera entender las desgracias que agobian a su mujer en el preciso instante en el que ella por fin da con él; y dicha desgracia se relaciona con su hijo y el marqués de Villepastour. Para mí el final me pareció excelente, donde incluso yo mismo me he enamorado de un pasaje, el cual puse en uno de mis cuentos: «A veces es un error nacer, nunca lo es morir». Claro, contrasta mucho con el favorito de Pétrus Borel, mismo que siempre aparece al inicio de cada libro: «Where is my lord? Where is my Romeo?»

Pétrus Borel

Hay una parte donde, mientras están en La Bastilla, Patrick y Fitz-Harris se encuentran con un personaje que, muchos creen, es un cameo hacia el mismo Sade; aunque también muchos otros dicen que el mismo Patrick es también un cameo, pero de un conde irlandés del mismo apellido. Siendo honesto, no estoy en la certera posición para aclarar esa leyenda; sin embargo, lo que sí puedo hacer es decirles por qué demonios Madame Putifar se encuentra dentro de la colección Gótica a pesar de que no posee elementos sobrenaturales, aunque sí algunos muy escatológicos.

Hemos dicho, pues, que el gótico literario surge con Horace Walpole y su magistral El castillo de Otranto, ¿cierto? Sin embargo, recordemos también que antes de ello se alzó la arquitectura gótica en Francia en la época del Renacimiento, donde las estructuras dejaron de lado su apariencia robusta, simétrica y tosca para tomar una más estilizada y etérea, donde sus bases representan lo mundano, lo terrorífico, lo escabroso, lo oscuro, y cuyas puntas o agujas tienden a simular el anhelo de tocar a Dios, de acercase a lo inmaterial y a lo celestial. Lo mismo pasa con en el apartado de las letras.

¿Qué representan los clérigos malvados dentro del estilo? El anhelo de tocar a Dios, de volverse incorpóreo al escalar hacia otro grado de la existencia para llegar hasta él, pero al mismo tiempo se corre el riego de desviarse y tender a ir hacia lo desconocido y lo prohibido (como le sucedió a Robert Wrihim en Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado). Las cuevas, los conventos abandonados, lo terrorífico y lo horroroso de los cuentos góticos… ¿Qué serían? La base que precisamente les he dicho: son lo inconcebible y el mal camino hacia donde podemos desviarnos o regresar, ya que todos partimos de ahí.

Entonces, tomen esos dos elementos y pásenlos hacia Madame Putifar y tenemos una analogía: la Francia y su decadencia social es precisamente esa base ruin y pavorosa, y los ingenuos deseos por encontrar un lugar mejor dónde vivir (empapados por las buenas intenciones de ambos protagonistas) es su desvío hacia esa misma sociedad francesa empapada por el vicio, la decadencia y todas esas cosas que ya les mencioné. Por eso Madame Putifar está aquí, en la colección Gótica, porque a pesar de que no posee el clásico ecosistema fantástico y escabroso, sí maneja las aristas principales de dicha vertiente, pero desde otra perspectiva que es donde reside todo el encanto.

Y en obras tan complejas como esta, y todas las de Sade, es necesario tratar de hondar más en ellas, tratar de alejarse de lo convencional para ser capaces de comprender los sentimientos, los pensamientos y los deseos del autor, así como también su contexto histórico y hasta la relación que dicho escritor lleva con su cuerpo (mismo que es bastante evidente, por ejemplo, en El retrato de Dorian Gray). No es cuestión únicamente de leer a ver qué vana sensación puedo experimentar con algún cuento, ya que si es así, nunca vamos a descifrar qué es lo que nos dice una obra; es cuestión de analizar al autor mismo y tratar de conectar con él como si nosotros estuviésemos en el interior de su cabeza en el justo instante en el que él escribía la obra. Y eso es lo que, al menos, intenta «El Licántropo» en Madame Putifar, siendo más obvia la parte donde, al final del libro, nos promete una nueva narración que nunca podremos disfrutar, al mismo tiempo que nos da las gracias por habernos tomado la molestia de leer su novela. Esta es la parte más desgarradora de todo el tomo.

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El Conde de Betancourt

En 2015 ganó un concurso de poesía religiosa que organizó una parroquia cercana a su hogar. En 2017 su cuento «En compañía de la muerte» apareció en el número 7 de la revista Vuelo de Cuervos y «Nocturna demacración» hizo lo propio el blog de la revista Fantastique para su especial de vampiros. «Rhythmus Mortis» aparecerá en la antología splatterpunk Gritos Suciosde Ediciones Vernacci. Sus reseñas las sube a YouTube.

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