PIES, OJOS Y ATROCIDADES DE LA MOMIA
Margarita Aurora González Ramírez
Al hablar de la momia inmediatamente viene a mi mente la imagen de Boris Karloff en la película La momia (1932). Es curioso que esa imagen sea lo primero que asocio a la momia, pues la momia de Karloff no corresponde tanto con la imagen convencional de este monstruo. Durante la mayor parte de la película, esa momia presenta un rostro arrugado y con ojeras redondas y de color negro, más parecido a la criatura de Frankenstein, y sólo exhibe las vendas que tanto la identifican actualmente durante muy pocos minutos.
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En esa película, la momia es el sacerdote Imhotep, que fue embalsamado y enterrado vivo como castigo por la violación de una regla: con la intención de revivir a su amada, la princesa Ankhesenamon, Imhotep abrió el cofre en el que se resguardaba el papiro de Toth para revivir a los muertos. Cuando Imhotep es revivido accidentalmente en el siglo XX por los arqueólogos que encontraron su tumba, pretende retomar el plan de revivir a Ankhesenamon.
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Imhotep escapa de los arqueólogos y con el tiempo asume la identidad de Ardath Bey. Diez años después de haber sido revivido, conoce a una chica, Helen Grosvenor, que no sólo es idéntica a la princesa, sino que tiene su alma. Imhotep le revela a Helen el pasado para que comprenda por qué debe ayudarlo.
Esta momia es malvada, ya que no duda en acabar con la vida de las personas que se interpongan en su camino. La momia tiene poderes como el control de la mente, e incluso puede comunicarse a distancia con la persona que él quiera. Imhotep puede observar a sus víctimas desde un pozo en el que también puede ver el pasado.
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En la literatura encontramos varios relatos y novelas que abordan el tema de la momia. Aquí sólo me concentraré en dos cuentos cuyos títulos aluden a partes u órganos de una momia: “El pie de la momia” (1840) de Théophile Gautier y “Los ojos de la momia” (1938) de Robert Bloch.
En “El pie de la momia”, Gautier tiene como personaje a un hombre que entra a una tienda de curiosidades porque busca un pisapapeles poco convencional, y ahí encuentra un pie que, por su tonalidad, confunde con el bronce de Corinto. El vendedor le revela que es un pie de la momia de la princesa Hermonthis, y que su padre, el faraón, no se sentirá feliz al saber que el pie de su hija será un pisapapeles. El hombre consigue que el vendedor le venda el pie. Cuando el hombre se duerme, sueña y ve al pie moverse y a la princesa entrar por la ventana. Ella le habla al pie y éste le dice que ya no le pertenece porque lo han comprado, pero el hombre que lo compró le dice a la princesa que se lo devuelve. En señal de agradecimiento, ella lo invita a la casa de su padre, y el hombre acepta. La princesa deja la figurilla de pasta verde que tenía en el cuello en el lugar donde estaba el pie.
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Al llegar a la casa del faraón, la princesa le comunica que ha recuperado su pie y que el hombre que la acompaña se lo devolvió. El faraón le pregunta al hombre qué desea como recompensa y éste le dice que quiere la mano de la princesa. El hombre despierta en su casa y descubre la figurilla que la princesa dejó.
AQUÍ lo puedes leer.
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En “Los ojos de la momia”, Bloch presenta a una momia a la que le arrancaron los ojos antes de morir. En vida, la momia fue un sacerdote adorador de Sobek; para suplir la falta de ojos, los dioses le regalaron al sacerdote unas gemas amarillas, grandes, con forma de disco, los cuales estaban relacionadas con la resurrección terrenal. Cabe mencionar que la momia del sacerdote fue embalsamada con los órganos intactos, justamente porque los adoradores de Sobek creían en la posibilidad de regresar a la vida en la tierra.
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La momia del sacerdote es descubierta por un hombre llamado Weildan, acompañado del protagonista del cuento, cuyo nombre nunca es mencionado. En la tumba, los hombres descubren que la momia no tiene ojos y que en los lados del féretro había jeroglíficos que representaban los últimos momentos de vida del sacerdote y se veía cómo insertaban los discos amarillos en las cuencas de los ojos. Cuando descubrieron el cuerpo, estaba desnudo y vieron los discos, que eran hipnóticos. La momia buscaba la resurrección terrenal y, para conseguirlo, necesitaba un humano con el cual intercambiar cuerpos. Así, el protagonista del cuento siente el poder hipnótico de los discos y se ve en el lugar de la momia, pero, aunque él consigue liberarse de ese poder, Weildan muere a manos de la momia. El protagonista guarda los discos y consigue salir de la tumba, pero no está a salvo porque el poder de los discos es muy grande, tan grande como la ambición de la momia, la cual consigue su objetivo y resucita. El protagonista escribe su historia y muere.
AQUÍ lo puedes leer.
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Los dos cuentos no podrían ser más distintos entre sí. El primero se queda más en el ámbito onírico, mientras el segundo transcurre en la realidad. De la misma manera, el primer cuento no presenta a una momia malvada pero el segundo sí. De hecho, parece que, antes de que la supuesta maldición de Tutankamón se popularizara en la segunda década del siglo XX, era raro encontrar relatos de momias malvadas, al menos al nivel del Im-Ho-Tep de Karloff.
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Margarita Aurora González Ramírez
Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica y maestra en Literatura Mexicana por la BUAP.
Ha tomado talleres de escritura. Diplomada en Literatura Fantástica y Ciencia Ficción por la Universidad del Claustro de Sor Juana.
Actualmente es maestrante en Escritura Creativa en la Universidad de Salamanca.
Escribe y lee acerca de monstruos y de terror.
https://www.instagram.com/lavoraginedeeos/
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