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Bitácora de Navegación del Nautilus 35

SANGRE DEL PASADO

 

Marina Ortiz

 

Yo tengo el rostro de mi madre, su aprehensión y —ojalá— su hospitalidad. El cabello es de mi padre. Mi abuela materna me enseñó a reír, a leer y ahora heredé sus cartas de juventud.

El pasado sobrevive en presente en la medida en que lo mantenemos vivo. Heredamos de nuestros padres y ellos de los suyos, pero en algún momento el nombre se pierde. Nuestra trascendencia es relativa y limitada. “No hay ningún recuerdo por intenso que sea que no se apague”. Tolkien dice, en una entrevista, que todas las historias se tratan de lo mismo: la inevitabilidad de la muerte. Luego cita a Simone de Beauvoir para argumentar sobre nuestra extraña, casi antinatural, relación con la muerte. La otra cara de la moneda sería pensar que las historias tratan de la inevitabilidad del nacer (aunque no tengo una frase de Beauvoir para afirmarlo). Es un problema para nuestras ontologías: ¿Para qué vivir, si morimos? ¿Quién soy, que eventualmente me voy a olvidar? ¿Cuándo muere el pasado y nace el presente? ¿Qué son las palabras frente al olvido? ¿Soy lo que soy o lo que otros me dieron para ser? ¿De dónde vengo y a dónde voy?

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Tal vez será cuestión de ir allá, a donde nos dijeron que vivía nuestro padre.  Ir a Comala, al polvo y los ecos. Adentrarse en el pasado y enfrentar el origen para completar nuestro ser es una misión peligrosa: como Juan Preciado, podemos perdernos en un sueño sin fin. Y sucede esto porque la novela de Pedro Páramo (1955) —como lo son muchas del realismo mágico, con una innegable influencia de William Faulkner— materializa el mito gótico, que consiste en concebir al pasado como un pecado que heredamos, del que no podemos desprendernos: una transgresión hacia el orden divino se vuelve una sombra de (¿en?) la realidad. El pecado embebe el tiempo y el espacio, para difuminarlo con su violencia y corrupción.

El mito gótico conlleva connotaciones modernas (en tanto que el género surgió y se consolidó durante los siglos XVIII y XIX) de la mirada ensoñada hacia el Medioevo, con quien se compara, se antagoniza y se siente como un pasado que se rehúsa a morir (así lo generalizaría yo para desprenderlo de la modernidad).

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Juan Rulfo (1917-1986)

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Pedro Páramo no muere, aun caído como un montón de piedras. Y otro mito surge y se enreda: la figura del patriarca, del padre devorador, el ogro tirano (en referencia al viaje del héroe de Joseph Campbell) que no acepta su fin y hunde al mundo en su descenso. La dinastía patriarcal que ata a sus hijos como una maldición. El antagonismo mortal entre padres e hijos (y aquí el género sí importa, porque lo masculino no es realmente neutro ni mixto en el fondo). A veces son promesas tácitas, pero por lo general son explícitas y verbalizadas: en Shakespeare (Hamlet y Macbeth), en Edipo Rey, en el mito de Kronos, en Los hijos de Hurin de Tolkien (que es casi una reescritura del mito finlandés de Kulervo), la casa de Atreo, Shiva, Horus y su rival Seth (es su tío, pero el mito prevalece)… Incluso en el cristianismo hay una extraña antítesis entre el Dios Padre que castiga a sus hijos y Uno de ellos debe sacrificarse por los demás.[1]

A través de los diálogos sabemos que Lucas Páramo desestimaba a su hijo, Pedro, y no es hasta su muerte que el terrible “héroe” logra sobreponerse y superar a la sombra paternal. Es más tirano, cruel, astuto y promiscuo. La riqueza que genera se deriva de su dominio sobre el entorno y las gentes de Comala. El patriarcado reúne “en promesa e instancia al diablo, carne y mundo” en un solo objeto a poseer.

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Pero dos componentes cruciales fallan, aquello que podrían generarle patrimonio y perpetuidad, la materialización de su poder: su descendencia y la posesión de la mujer. Cuando Miguel Páramo muere, y luego es incapaz de poseer a Susana SanJuan, Don Pedro se sume en su derrota y se lleva a Comala consigo: “Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre”.

Pedro pecó contra el mundo al dominarlo con su egoísmo y ambición. Su persona misma se vuelve la sombra que absorbe todo lo que toca y lo marchita, lo deseca. Donde antes llovía, ahora sólo hay viento. Pecó contra sí mismo, porque el humano es más un umbral entre la naturaleza y lo divino. Y esa incomprensión, culpa del utilitarismo, es lo que lleva al patriarca a la fatal derrota siempre. Desconocemos el destino de Juan Preciado. Su retorno al origen no le otorgó ninguna resolución a su misión (“recuperar lo que se les debe”). Desaparece. Tal vez desde el inicio se intuía ese fracaso.

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Rulfo, por Darío Castillejos

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Hay un episodio de Star Trek: The Original Series (que curiosamente no he podido volver a encontrar) en el que se dice que los hijos no deberían pagar por los pecados de sus padres, pero que en la vida real es así. Nadie nace en una tabula rasa, nos insertarnos a un mundo ya irresoluto y debemos lidiar con las consecuencias de eventos que no provocamos, que nos repulsarían en contribuir. Vivimos en sociedades de guerra, en un ciclo de interminable agresión, donde nadie asume la responsabilidad de ser la causa porque siempre son (fueron) los otros, atrás, los padres de nuestros enemigos. El problema del origen es un problema de la justicia en el tiempo. De sangre ajena en nuestras manos que nunca se borra. Si los mitos hablan de una salida es con la traición al padre. Así lo hizo Orestes; en cambio, Abundio no libró a Comala del espíritu de Pedro. Nacemos a una tragedia. El tiempo es nombre ajeno, está en nosotros reescribirlo.

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[1] Hay contraejemplos de padres más benévolos como Odin, Ra, San José, Tengri (turco), Anu tal vez (sumerio) y Shagdi (chino), Ometéotl (azteca), Vishnu y Rama (hindú).

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Ana Marina Ortiz Baker

Soy Licenciada en Letras y Maestra en Literatura Hispanoamericana.

Los temas que me apasionan son la fantasía, la ciencia ficción, el cyberpunk, el cuerpo, la mujer, los espacios, los mitos y la naturaleza.

Me encanta indagar en los significados que sostienen un mundo ficticio y últimamente me siento muy cautivada por la sabiduría que lo mítico nos devela.

Me gusta mucho tejer, visitar ríos y arroyos, leer, el color beige, El señor de los anillosStar Trek, los pulpos, los tornados y el melodrama.

Organizo el proyecto independiente de La (cíclica) Sociedad del Fruto y el Mito (Ig X).

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