THE WOMAN IN THE YARD
simbolismo en el cine de terror
Aglaia Berlutti
Jaume Collet-Serra convierte una historia típica de terror en una alegoría sobre el mal y el sufrimiento amoral. También, en una reflexión asertiva y terrorífica acerca de la naturaleza de la violencia y la necesidad de comprender los lugares oscuros de la mente. Una combinación atractiva que se vuelve una sugerente puesta en escena con tintes nihilistas.
Buena parte de The Woman in the Yard (2025) tiene un aire experimental y singular, que convierte los largos silencios inquietantes de su trama en una visión elegante y radical sobre el dolor. La cámara, convertida en un observador furtivo, enfoca su atención en la aparición titular, un espectro siniestro que permanece en silencio durante la trama y cuyo peso conceptual recae en ser visualmente terrorífica. Pero el director Jaume Collet-Serra toma esa premisa y la convierte en una exploración acerca del dolor y la personificación del duelo. Todo esto mientras espesa la atmósfera hasta crear la sensación de que el mal es tanto una percepción como una presencia real y palpable.
Para eso, la trama sigue a Ramona (Danielle Deadwyler), una viuda reciente que intenta superar como puede la ausencia de su esposo David (Russell Hornsby). La tragedia no es sólo emocional. Antes del accidente automovilístico que le costó la vida, David llevó a su familia a vivir a una granja aislada, que planeaba reconstruir desde los cimientos en una especie de proyecto familiar que tardaría décadas en completarse. Por lo que la tragedia enfrenta a Ramona no sólo a la soledad y al sufrimiento por la pérdida, también al aislamiento de encontrarse en un lugar desconocido y en condiciones deplorables.
En medio de semejante situación, Ramona intenta salir adelante y proteger a sus hijos Taylor (Peyton Jackson) y Annie (Estella Kahiha) de las consecuencias de la traumática circunstancia. Es entonces, cuando en medio del momento más duro del proceso, que descubre que una mujer íntegramente vestida de negro, con el rostro cubierto por un velo tupido y las manos empapadas en sangre, se sienta cada día en su patio. El guion de Sam Stefanak tiene la suficiente habilidad para convertir la aparición en algo más que un apunte sobrenatural.
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El dolor y el miedo convertido en escenario
También es una presencia terrorífica que tiene su propia corporeidad. En especial, porque el director brinda a la aparición un halo remoto y de presagio funesto. Claro está, lo que puede —o no— anunciar la aparición es evidente, pero en lugar de dar pistas para resolver el enigma, el argumento reflexiona acerca de la naturaleza de lo sobrenatural. Mientras Ramona se esfuerza por enfrentarse a la mujer, descubrir su propósito o, en cualquier caso, lograr que desaparezca, la idea acerca de la realidad y sus matices se hace más turbia.
En especial, cuando pronto se hace más notorio que el horror que encarna la mujer tiene mucho que ver con el trauma que atraviesa Ramona y su incapacidad para afrontarlo. De modo que el director elabora ideas intrigantes acerca del verdadero poder de la aparición, que no hace otra cosa que dejarse ver y pronunciar la frase “Hoy es el día”. No sólo provoca terror, también es capaz de corporeizar la angustia de una manera simple pero directa, que convierte a todo lo que le rodea en un escenario espeluznante que se hace progresivamente más oscuro.
The Woman in the Yard utiliza la misma idea de The Babadook (Jennifer Kent, 2014) para aproximarse al dolor emocional. De modo que dedica buena parte de su esfuerzo visual y narrativo en rodear a sus personajes de una sensación de fatalismo. Algo sucederá, y la mujer tenebrosa sólo es una señal de que el horror que se aproxima es inevitable porque pertenece, de una u otra forma, a la familia que acecha. Con un juego argumental inteligente, la (en apariencia) sencilla premisa avanza con paciencia hasta convertir al horror en algo más que una visión inquietante. También, en la búsqueda de respuestas acerca de lo que se esconde en las penumbras mentales y espirituales de sus personajes.
El director de fotografía, Pawel Pogorzelski, logra que esa percepción acerca del acecho de lo imposible se transforme en una serie de imágenes brillantes, que se hacen más tensas e impecables a medida que avanza la trama, y que transforman a la mujer al acecho en un símbolo desolador acerca de lo que escondemos y las heridas emocionales imposibles de expresarse con claridad.
Para su final, la cinta falla en ser más surrealista que ambigua. Con todo, conserva la suficiente personalidad para convertir su punto de vista acerca del duelo en una reflexión inquietante acerca del sentido de la muerte y la búsqueda de la redención. Todo en medio de un ambiente sombrío que termina por el punto más elegante de una obra singular y emocionalmente densa.
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Aglaia Berlutti
Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.
Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.
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