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Bendita y oscura herencia

Rodrigo Ayala

 

Cuando mi madre tenía tres meses de embarazo, tuvo amenaza de aborto. Yo ya tenía ganas de salir de esa oscuridad y ver de qué iba el mundo. ¿O tal vez no quería enterarme de nada y prefería morir? ¿Mi anhelo era seguir sumido por la eternidad en esa cómoda oscuridad? El doctor le dijo que debía guardar reposo absoluto hasta que la amenaza desapareciera. Eso implicaba pasar largas horas en cama, sola, mientras mi padre se iba al trabajo y mi hermana, al colegio. Por fortuna, mi madre era una asidua lectora desde la infancia y los libros se convirtieron en sus compañeros en aquellos días que terminaron convirtiéndose en meses de inmovilidad completa. Todo a causa de un ser minúsculo que yacía en sus entrañas. ¿Qué llevó a mi madre a la lectura de títulos tan peculiares que se volvieron su compañía y entretenimiento en aquel encierro obligado en su habitación? Algún estado de ánimo un tanto oscuro, pienso. Un extraño llamado a explorar los terrenos peligrosos de la vida, del nacimiento y la muerte, me digo. Quizás una locura temporal que se reflejó en sus elecciones de lectura. De cualquier manera, tengo que decir que me parece fascinante que así lo haya hecho. Me acercó a la oscuridad de las letras desde antes de nacer: un legado que permanece intacto hasta estos días.

No sé quién le prestó o dónde compró El bebé de Rosemary, de Ira Levin, a mi madre. La imagino perfecto acostada en su cama, la casa en silencio, la cabeza con melena negra recargada contra la almohada y entregada a la lectura del tétrico relato de la ingenua Rosemary Woodhouse. La historia seguro muchos la conocen gracias a la novela o a la extraordinaria adaptación del reconocido cineasta polaco Roman Polanski, quien filmó en 1968 una de las cintas de culto del género sobrenatural. Se me figura fascinante que mi madre haya devorado con profundo apetito las páginas en las cuales Ira Levin narra la historia de Guy y Rosemary Woodhouse, una joven pareja recién llegada a un viejo edificio de estilo gótico en el centro de Nueva York (el edificio Dakota, en el cual vivió y fue asesinado John Lennon; dicho lugar también fue hogar de gente como Boris Karloff, Gerald Brossau Gardner o Aleister Crowley). Ambos comienzan una amistad con la extravagante pareja de ancianos Minnie y Roman. Al poco tiempo, Rosemary se entera de que ha quedado embarazada y su felicidad es aún mayor. A partir de este hecho, su tranquila e ilusoria vida da un vuelco hasta convertirse en una macabra red de secretos y conspiraciones que desembocará en uno de los mayores horrores que jamás hayamos visto en la pantalla grande. Por fortuna,  mi madre no tenía vecinos extraños que le daban a beber licuados nauseabundos, jamás escuchó temibles cánticos detrás de las paredes ni fue perdiendo la cordura. Rosemary y ella compartieron el hecho de estar embarazadas, pero el destino les deparó distintos finales. Y a mí, por supuesto: mi cuna ni era negra ni tenía una cruz invertida colgando en la parte superior.

El bebe de Rosemary

Ya envalentonada, mi madre se entregó a la lectura de uno de los libros que más miedo nos han hecho pasar en nuestras vidas: la obra maestra de William Peter Blatty, El exorcista. Cuenta la leyenda familiar que uno de sus hermanos le prestó la novela, advirtiéndole: “Dejé de leer el libro varios meses por el miedo que me causó. Logré terminarlo tiempo después, pero siempre impresionado por las escenas descritas”. Sin embargo, ella hizo oídos sordos: al parecer tenía ganas de una lectura fuerte y no se equivocó: el libro la atemorizó bastante. Nadie puede permanecer indiferente a la extraordinaria novela que se apuntó Blatty en 1971. Terror en estado puro. Un retrato dramático de la lucha de una madre y su hija en contra de un terrible invasor que amenaza con quebrantar todo lo que antes les parecía seguro. Al igual que con El bebé de Rosemary, muchos deben conocerse al dedillo la trama de la desdichada Chris McNeil y su pequeña hija Regan, poseída por el demonio Pazuzu. La adaptación fílmica del libro ha resultado en una de las películas de horror más taquilleras en la historia. Para muchos, se trata del filme más terrorífico de todos los tiempos. Cuestión de gustos y de épocas. Me pregunto qué tipo de experiencias habré pasado estando solo en el interior del cuerpo de mi madre escuchando con atención y fascinación el exorcismo de los sacerdotes Merrin y Karras a Regan… Tal vez el mismo que cuando leí el libro por primera vez. Una parte de mi ser estaba sumido en la angustia (atrapado en las garras de Pazuzu), mientras la otra agradecía el momento de gozar de un relato en extremo absorbente. En definitiva, mi madre no pudo haber hecho mejor elección para sobrevivir a las horas interminables que significan velar por la salud. El exorcista continúa siendo uno de los libros que abro con temor, leo con horror y culmino con el placer de haber saboreado excelentes horas de lectura.

El exorcista

Uno no es ninguno y dos son insuficientes: el tercer libro que mi madre se aventuró a leer es una mezcla más que interesante entre terror y ciencia ficción: El no nacido, cuyo autor es David Shobin. Lo primero que llama la atención de esta novela es la cita de Stephen King en la contraportada: “Durante diez años he aguardado a que alguien que en verdad sepa de medicina escribiera una obra de horror total y factible, y la espera por fin ha terminado… No abandoné la lectura de El no nacido hasta que pasé la última página. Literalmente impactado y temblando”. Esto nos prepara para el terror in crescendo que va envolviendo el relato con el pasar de las páginas: Samantha es una joven y atractiva mujer que ha quedado embarazada (al parecer, mi madre se obstinaba en compartir sentimientos con mujeres de su misma condición). Obligada a conseguir un trabajo que le permita obtener dinero para cuando su hijo nazca (el padre se ha desentendido de su responsabilidad), acepta acudir a una clínica donde un joven médico llamado Jonathan Bryson hace investigaciones acerca del fenómeno del sueño a través de una sofisticada computadora. Entre Samantha y Jonathan comienza un vínculo amoroso al mismo tiempo que otro aún más temible se desarrolla: el de la computadora y el bebé no nacido. Una alianza tan extraña y fascinante como terrorífica e impactante. Recomiendo ampliamente la búsqueda de esta lectura por librerías de viejo si eres de los que les gusta el terror hecho en Estados Unidos (Stephen King, Thomas Harris, Peter Straub, John Saul…). Ahora pienso que esa misma alianza que Shobin describe y que nos lleva a un final lleno de suspenso, es similar a la que viví antes de nacer con los libros que mi progenitora tuvo a buen leer: se creó un vínculo hasta ahora irrompible entre lo terrorífico y yo. Una bendita y oscura herencia que se traduce en miles de horas dedicadas a desentrañar en el cine, la música y las letras el lado oscuro de la existencia.  

El-no-nacido

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YoRodrigo Ayala Cárdenas

Apasionado de todo lo raro, terrorífico, fantástico y que se salga de lo considerado normal en las vertientes del cine, las letras y la música. Redactor y corrector de estilo desde hace varios años, dedica su tiempo al ejercicio de la libre imaginación como medio para explorar las infinitas posibilidades de conexión entre alma y mente. Además: lector, amante del rock, corredor y explorador de los misterios de la vida. Amante del café, el cine y las caminatas por la ciudad. Anhela manejar una moto o correr una carrera a través de un paraje infestado de sombras y seres sobrenaturales.

@RodGhost82

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