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DE LADRONES, INVASIONES A LA INTIMIDAD

Y EL HORROR DEL HOME INVASION

 

Rodrigo Ayala

 

Cuando era niño, un par de hombres se metieron a robar a mi casa en la madrugada, mientras mi familia y yo dormíamos. Mi padre fue el primero en percatarse cuando se levantó temprano en la mañana y se alistaba para ir al trabajo: faltaba una televisión, un estéreo y la ventana de la sala que daba hacia el jardín estaba abierta por completo. Dio aviso a mi madre y su conversación alterada me despertó. Cuando mis padres me pusieron al tanto de lo ocurrido, corrí a la sala y me asomé a la misteriosa ventana abierta: vi un extraño bulto que reposaba en la hierba.

En un arranque de valentía y riesgo infantil, salté la ventana hacia el jardín hasta llegar a la forma ajena que nos había llamado la atención a mi madre y a mí, pese a las advertencias y regaños de ésta. Caminé sigilosamente hasta llegar al bulto que estaba tapado con una manta. Al apartarla vi que ahí estaban las cosas que faltaban dentro de la casa. En ese momento nuestra vecina de enfrente tocó a nuestra puerta.

Con lujo de detalle nos explicó que había visto todo lo ocurrido desde la ventana de su casa, pero que había temido llamar a la policía, y más alertarnos por miedo a que los invasores nos hicieran daño. Dijo que dos tipos habían estado caminando a lo largo y ancho de la casa, que prendían y apagaban luces, subían y bajaban. Al final intentaron llevarse el carro de mi papá, pero que como hizo un ruido extraño al intentar prenderlo se refugiaron en el jardín y después saltaron la barda para escapar. Por eso es que habían dejado las cosas ahí tiradas.

Mis padres y yo escuchamos con atención su relato y luego cada quien se metió a su casa. Ese día todos hicimos nuestra vida con normalidad: mi padre se fue el trabajo, yo a la escuela y mi madre se quedó en casa. Sin embargo, el hecho removió en mí muchas preguntas: ¿Cómo es que no escuchamos nada de lo sucedido? ¿Quizá pusieron algo en el ambiente, acaso una especie de droga, para que no despertáramos? ¿Sabían que había alguien en casa y aún así se atrevieron a entrar? ¿Abrieron las puertas de cada habitación y nos vieron dormir? ¿Por qué no intentaron hacernos daño?

Mi miedo e inquietud se manifestó no sólo al hacerme esas preguntas cuando contaba pocos años de vida, sino que se ha manifestado a lo largo de mi vida en los momentos en que veo uno de mis subgéneros predilectos del cine de horror: el home invasion, historias donde la tranquilidad de una o más personas se ve destrozada cuando uno o más invasores con terribles intenciones irrumpen en la tranquilidad de su casa.

Ignoro cuál fue la primera cinta que me hizo ver la vulnerabilidad que se vive incluso en la intimidad de tu hogar, pero Wait Until Dark (Terence Young, 1967) seguro fue una de aquellas que me hizo enamorarme de esas historias donde víctima y perseguidor juegan un siniestro juego del gato y el ratón. La historia es protagonizada por Audrey Hepburn en el papel de Suzy, una chica ciega que se enfrenta al acoso de un grupo de ladrones que se introduce en su hogar para buscar una muñeca en cuyo interior hay un empaque con droga. La muñeca fue escondida previamente por una traficante en el departamento de Suzy sin que ésta lo supiera, convirtiéndose así en una víctima ignorante del porqué del horror que está viviendo.

A partir de esta película, el home invasion se volvió un tema recurrente en mis ratos de ocio cinematográfico. Llegó a mis manos una de las cintas más aterradoras que jamás haya visto y que ni siquiera podría calificarse de terror como tal: Straw Dogs (1971) del gran Sam Peckinpah, una odisea de sangre y muerte estelarizada por Dustin Hoffman. Straw Dogs nos narra las desventuras de un profesor y su joven esposa que llegan a un pueblo de la campiña inglesa en busca de tranquilidad. Para desgracia suya, lo que parecía un retiro idílico se convierte en una serie de abusos y hechos violentos de parte de los vecinos de la pareja que culmina en una sangrienta batalla en la casa del profesor.

A mediados de la década de 1990 fue exhibida una de las películas europeas más oscuras y tenebrosas de aquellos años: Funny Games (Michael Haneke, 1997), en la que una familia ve violada su tranquilidad cuando dos perturbados desconocidos irrumpen en su casa para maniatarlos y hacer una apuesta con ellos: al día siguiente, a las nueve de la mañana, toda la familia estará muerta. Es una cinta que nos muestra la cara más fría de la locura y el deseo de hacer daño por el simple hecho de que resulta divertido para algunos.

 

Haute Tension (Alexandre Aja, 2003), À l’intérieur (Alexandre Bustillo – Julien Maury, 2007) y Martyrs (P. Laugier, 2008), cintas pertenecientes al llamado Nuevo extremismo francés (un brutal subgénero del horror que, como su nombre lo indica, nació en Francia y que pone sobre la mesa historias llenas de violencia explícita), son tres de los títulos más recientes que me han hecho estremecer hasta la médula. Ambas cintas reflejan de manera por demás extrema lo que ocurre cuando la maldad y la locura arriban a una casa donde en apariencia sólo reina la paz.

Otras historias comoThe Strangers (Bryan Bertino, 2008), Knock Knock (Eli Roth, 2015), Don’t Breathe (Federico Álvarez, 2016), o incluso la escena emblemática de A Clockwork Orange (Stanley Kubrick, 1971) en la que el pandillero Alex DeLarge, caracterizado por un soberbio y temible Malcolm McDowell, se mete a la casa de un escritor junto con sus compinches para golpearlo y violar a su mujer, siguen siendo causa de fascinación y estremecimiento para mis sentidos.

Es probable que aquella lejana incursión nocturna mientras dormía en casa de mis padres durante mi niñez haya despertado cierto gusto por indagar (o imaginar) lo que hubiera pasado si aquellas personas hubieran llegado con otras intenciones que no fueran solamente robar un carro y unos cuantos aparatos electrónicos.

El miedo de saber que personas ajenas estuvieron poniendo sus manos sobre nuestras pertenencias, que sus ojos quizá se hayan posado sobre nuestros cuerpos durmientes durante algunos segundos y que sus pies estuvieron paseándose sobre el suelo familiar es aterrador aún en el presente, por lo menos para mí. Sufrí una home invasion que, por fortuna, no resultó tan siniestra como los horrores que mis ojos han visto en la pantalla grande.

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Rodrigo Ayala Cárdenas

Apasionado de todo lo raro, terrorífico, fantástico y que se salga de lo considerado normal en las vertientes del cine, las letras y la música. Redactor y corrector de estilo desde hace varios años, dedica su tiempo al ejercicio de la libre imagina.

 

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