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LA NOSTALGIA DE LA MUERTE

EN HOMBRES Y MUJERES

V

 

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Cuarta parte

 

En la Odisea las sirenas son mujeres aladas, especies de esfinges que ultiman a los marinos imprudentes, a los “lobos de mar”, y en un cuento moderno podemos ver a un sabueso tan justiciero como esas sirenas, parecido a una esfinge.

El cuento “El sabueso” de Lovecraft es una transformación del recuerdo de infancia de Leonardo, pues los personajes, dos hombres, viven juntos y aislados y son perseguidos por un sabueso alado parecido a una esfinge. Como en “El signo amarillo” de Chambers, un ser horrible recupera un objeto robado. El amuleto de jade verde proviene del libro Ornamentos de jade de Machen, pero se ve satanizado por Lovecraft. El objeto verde que da un placer secreto a la joven, en un cuento del libro de Machen, se vuelve el objeto robado y fatal en “El sabueso” de Lovecraft. Se ve que el entorno puritano ––familiares y editores–– ha atemorizado mucho al autor, y éste ha querido dominar ese miedo excesivo por medio de la literatura decadente. Como en el recuerdo infantil de Leonardo, en el cuento aparece un buitre, que es matado por el narrador, en vez de convertirse en el ropaje sagrado de la Virgen, como en el cuadro de Leonardo. Sin embargo, el narrador, dominado totalmente por el sabueso-esfinge, se suicida. El sensorialismo mórbido y el fetichismo lúgubre, impregnado de necrofilia, del museo privado descrito en “El sabueso”, culminan en la muerte voluntaria.

Ciertas mezclas de drogas son perversas, como la de hashish y opio, causa de la locura y el suicidio de Gérard de Nerval. A pesar de su traducción del libro de De Quincey sobre el placer engañoso del opio, Baudelaire llega a considerar interesante la mezcla de hashish y opio, como si este último, al ser escaso, fuera bueno, igual que en un hospital, y ahora todos sabemos que el opio, al ser frecuente, implica adicción. Jack Kerouac es como Baudelaire en su libro Viajero solitario (1960), pues mezcla hashish y opio. Esta mezcla, simultánea (dos drogas juntas) o sucesiva (primero una droga, luego la otra) es inevitablemente mala.

Considerado por algunos como un narcótico inofensivo, en la época de Howard y Lovecraft, el hashish (palabra que significa hierba) es en realidad una droga psiquedélica y sólo los admiradores del dr. Moreau apoyan el libro de éste, Hashish y locura (1845), en que los efectos del hashish son deformados y descritos como efectos de opio. Al titular una novela En las montañas de la locura, Lovecraft transforma en literatura de horror dos elementos de la psiquiatría atrasada de Moreau, pues las montañas de la locura aparecen en el cuento de Dunsany, autor que también transforma en literatura de horror los elementos usados por Moreau. En mi poema “Sensación de hashish”, elementos del periodismo sensacionalista son transformados en alucinaciones de hashish.

La leyenda eleusina de Triptolemo incluye una alusión a las amapolas como parte de un intento fallido de darle eternidad a Triptolemo, y en la Eneida Virgilio alude a la tarta de amapolas comida por un perro infernal. La tarta es para el cancerbero, no para el humano, así como el polvo blanco de la andreida Hadaly es sólo para ella, no para el humano Edison, su creador, que fuma hashish en el edén subterráneo de la novela La Eva futura (1886).

Autores como Valle Inclán y Arévalo Martínez son bastante opuestos al dr. Moreau, pues consideran positivo al hashish.

La mezcla de hashish y opio propiciada por Kerouac, imprudentemente, ha estimulado la mezcla privada de drogas psiquedélicas y heroína de músicos subterráneos que en sus letras públicas no han apoyado drogas narcóticas. La palabra “subterráneo” adopta un sentido siniestro cuando implica amapolas eleusinas, opuestas a los hongos eleusinos, y la condición del tío hippy de La prueba de Richard Feverel (1859) de Meredith, un tío melancólico que va del subterráneo a la superficie de la tierra, un hipocondriaco, víctima de “negros abismos fantasmales” y “hórridas alucinaciones”.

Hay quienes han dado a la palabra “mariguana” el significado de “cáñamo o hashish homosexual”: Barba Jacob, Alfonso Reyes, Arévalo Martínez, Maples Arce, Kerouac… En su Anecdotario (1968), Alfonso Reyes recuerda a Valle Inclán y dice que la mariguana le provocaba la sensación de que su casa se le acercaba, de noche, como un barco: en realidad se refería a un poema de Tablada, “Nocturno”, en que la casa de la cortesana de Oscar Wilde zarpaba como un barco. En su poema “Agua-fuerte”, dice Tablada: “De adobos brujos tus carnes untas / Y en fiel consorcio con tu lesbiana, / Sobre una escoba las piernas juntas / Vuelas a un sabat de mariguana…” Todos estos autores se basan, directa o indirectamente, en una confesión de un enfermo del profesor Krafft-Ebing, enfermo al que una dosis de hashish bastaba para revelar una obsesión homosexual que  tenía en el inconsciente. En un acceso, creyó que cambiaba de sexo y se sintió mujer de los pies al pecho. Al día siguiente, despertó creyendo que se había convertido en mujer. El doctor en farmacia Pascal Brotteaux, en su libro sobre el hashish, afirma que “la obsesión latente se había establecido de pronto a favor del hashish, que había jugado aquí el papel de revelador inconsciente”. Añade Brotteaux que “esta acción especial del cáñamo indio nos hace pensar que podría utilizarse en la práctica psicoanalítica.”

En Los raros (1896) Darío alude a Monsieur Vénus, novela de Rachilde en que hay relación con el enfermo descrito por Krafft-Ebing. En el lustro anterior a la década de los veintes, Darío y Valle Inclán, ante la palabra “mariguana”, recuerdan a las brujas y a los inquisidores. En los veintes, la palabra “mariguana” adopta una connotación homosexual, según autores de México y Guatemala, ya que, en el resto de Latinoamérica y en España, los autores emplean las palabras “cáñamo” o “hashish” cuando se refieren a la planta de cannabis. Es por influjo de los mexicanos que Darío, Valle Inclán y Kerouac llegan a usar la palabra “mariguana”. En Las aberraciones de Margot (1924), novela española de Alonso de Santillana, la joven y hermosa millonaria Margot se enamora de la gitana Encarnación y realiza con ella sus sueños sáficos, pero cuando aparece “cannabis”, usa la palabra “hashish”. Al final de la novela Margot trata de volverse heterosexual, sorprende a su novio con Encarnación y lo mata, furiosa ante la conducta de su amada gitana. Luego, ésta la mata a ella. El éter, con sus visiones engañosas, acompaña al hashish en esta novela. El hashish opiado de Hassan, el viejo de la Montaña (de la locura) y sus asesinos, en el siglo XII, atrae la atención de Shelley, aunque este autor no menciona a los templarios, una secta religiosa y homosexual relacionada con los asesinos de Hasan. Dice la leyenda que, para demostrar la fidelidad de sus asesinos, Hassan llegaba al extremo de obligarlos a suicidarse. Rachilde en su novela une por primera vez dos temas que aparecen separados en Shelley y en Gautier: travestismo y hashish. En su poema “Epipsychidion”, Shelley describe un travestismo usado a favor de los heterosexuales, y Gautier sigue su ejemplo en la novela Mademoiselle de Maupin. En su texto “Hashish”, Gautier describe efectos sorprendentes.

De Quincey, en Confesiones de un opiómano (1822), se refiere a un asesinato cometido en el páramo de Hounslow y a la víctima, Steele (dueño de una plantación de lavanda en ese barrio) y menciona a su amigo Lord Altamont. Al leer esto en nuestro siglo, nos acordamos de los asesinatos en el concierto de los Rolling Stones en Altamont. En este caso, De Quincey habla en serio: no aborda el tema del asesinato para lograr un humor negro y así alejar del crimen, como en el libro Del asesinato considerado como una de las bellas artes (1827). Baudelaire sin duda es émulo de De Quincey, el humorista negro, cuando entre sus proyectos literarios incluye un “bello plan para el exterminio de todos los judíos”. Baudelaire, el “degenerado” (para emplear la terminología del dr. Moreau), el émulo de De Quincey, se opone al anti-semitismo de la manera más radical, y logra el odio de los nazis. Podemos ver que éstos toman elementos de sus enemigos (Adán y Eva, por ejemplo) y los deforman, invirtiéndolos, dándoles el sentido opuesto al que tienen, tomando en serio el humor negro y convirtiendo a los villanos en héroes. Los neo-nazis de Altamont no hacen más que seguir el ejemplo de los alemanes. Recordamos también el Álamo y la crueldad de la época de Santa Anna cuando leemos que el grupo musical del mexicano Santana participó en el concierto de Altamont. No olvidamos la fortaleza de Alamut, “nido del águila”, ubicada en la cumbre de una montaña, morada de Hassan y sus asesinos.

El exceso o defecto sexual y la nostalgia de la muerte requieren ayuda terapéutica de colores, flores, drogas, música y literatura con poder curativo y preventivo. En esta última destaca el simbolista y decadente Villiers de l’Isle Adam, autor de varios libros notorios, entre ellos Axel (1890). Comparando al Axel romántico de Isaías Tégner con el Axel decadente de Villiers, Ana Balakian observa: “…ambos prefieren la meditación a la acción como si les invadiera una especie de espíritu de perversión”. Y es que los dos prefieren los bosques a la vida cortesana, el silencio de sus ideas al diálogo con otros seres…” Sin embargo, a mi manera de ver, el Axel decadente realiza el ideal schopenhaueriano del santo: el príncipe Axel acaba rechazando el cuerpo al preferir el alma, y en vez de mortificarlo, como el príncipe Sidartha, se suicida. El príncipe Axel se vuelve conde en la obra de Villiers. El título del libro de Edmund Wilson, El castillo de Axel (que es sólo un capítulo del libro), hace pensar que el suicidio es el tema simbolista más importante, cuando en el simbolismo, al entrar todo el cosmos, entran todos los temas que pueden interesar a los humanos. Aunque tiene efectividad literaria, el título de Wilson no es filosófico: pretende abarcar todo el movimiento y en realidad abarca sólo parte de él. Es parcial, no total, y subjetivo, no objetivo. Al ser una consecuencia del romanticismo (uno de cuyos libros es Werther), el simbolismo incluye el suicidio entre sus temas principales. Al exilarse y al desafiar a una sociedad que ha traicionado y asesinado a su padre, Axel de Villiers proviene de Hamlet de Shakespeare y, por su inclinación ocultista y mística, proviene de Igitur de Mallarmé. Axel habita el castillo solitario de sus ancestros, en las profundidades de la Selva Negra. La doncella Sara, escapada de un convento, es rosacruz como Axel, y al descubrir un tesoro (gracias a un libro hallado en el convento) lo invita a lugares exóticos y al amor. Él prefiere la muerte, y quiere que Sara lo acompañe, muriendo con él. La perversión de Axel consiste en preferir un mundo ficticio a un mundo real. El crítico Edmund Wilson nos recuerda a los personajes de Pater, al Lohengrin de Laforgue, que prefiere una almohada a una mujer, a la Salomé del mismo autor, habitando una ficción en vez de una realidad, al Igitur de Mallarmé, un solipsista, y sobre todo a Des Esseintes de Huysmans, que se aparta del mundo social, se dedica a cultivar sensaciones refinadas y raras (pero insuficientes) y vive de noche como un vampiro. El monólogo de la neurosis, más que el suicidio mismo, es el mal de estos personajes. Sólo Des Esseintes considera seriamente la posibilidad del suicidio. Sin embargo, todos hacen una deformación de los placeres imaginativos de Baudelaire, en que la evocación y la planeación de un placer ocupan el sitio del placer mismo, del placer del cuerpo en movimiento.

Anna Balakian, en su libro sobre el movimiento simbolista, resume el final de las obras de Villiers: “¿Vivir? Nuestros sirvientes vivirán por nosotros, le dice Axel a su amada mientras las campanas nupciales suenan en honor de Ukko y Luisa, que están a su servicio. Axel y Sara se suicidan, puesto que es el único acto voluntario de que es capaz el hombre, después de haberse declarado su amor espiritual no manchado por ningún acto físico.”

La actitud anti-sensual de Schopenhauer proviene de las anotaciones de Séneca acerca de la fugacidad del placer. Séneca desciende hacia un estoicismo excesivo, que mata a la emoción en vez de emplearla para el bien humano. No sabe gozar, pues cree que “el placer se extingue en el momento en que más complace”. No hay ninguna intensidad de placer, como si ésta aspirara continuamente al Ser sin lograrlo: “el placer… se colma rápidamente, se convierte en aburrimiento y languidece después del primer impulso”. Su comienzo es su fin, dice, mintiendo con cinismo en su diálogo sobre la felicidad. El placer que renace como el Ave Fénix es como una tortura según él. Al referirse al epicúreo Diodoto, un suicida, Séneca adopta una actitud bastante resignada, conformista, y lo considera feliz y objetivo. Pero podemos ver que el exceso de miedo del suicida anula al instinto de conservación, por más que Séneca finja un estoicismo, una actitud impasible. Es mejor Séneca cuando compara a los coléricos con diversos animales y los repudia desde el punto de vista de la razón. Séneca domina la cólera, pero no el miedo.

El exceso de miedo al futuro puede provocar nostalgia de la muerte, deseo de unirse con los antepasados muriendo, no viviendo con sus aspectos positivos y sabios. El antiguo autor Petronio se suicida también porque teme las torturas de Nerón. El moderno autor García Bergua se suicida por un atavismo de un antepasado suicida y también porque ha recibido la noticia, aparentemente objetiva, de que los deportistas van a matar a los intelectuales, como resultado de una conspiración. Esta noticia, transmitida por un fanático deformador del deporte, sin duda enemigo de García Bergua, es completamente falsa. Sin embargo, el fanático deportivo es muy peligroso, no sólo por sus palabras, sino por sus acciones, oscuras y anónimas. La competencia, normal en el deporte, se vuelve anormal cuando se lleva a filosofía y letras. El mundo literario en México es muy competitivo y no debe serlo.

«El suicidio de Séneca», por Manuel Domínguez Sánchez (1871).

Cuando alguien hace algo a favor del mundo y no es reconocido, abandona su propuesta o bien se vuelve enemigo de ésta: el pacífico se vuelve bélico, el personal se vuelve anti-social, el descubridor ignorado se vuelve el descubridor agresivo, el optimista se vuelve pesimista, etc. Hay que ser consciente de esa trampa y evitarla para no suicidarse. El suicida define un mundo habituado a la mala costumbre de no reconocer a sus valores destacados, acostumbrado a la falta de cortesía, de caballerosidad.

En realidad, el suicida provocado por el gobierno injusto (Séneca) no se distingue mucho del suicida voluntario (Pavese), ya que en ambos casos el mundo exterior, es decir, la mitad de la realidad, es malagradecido ante sus generosidades, obligándolo a sentir nostalgia de la muerte, forzándolo a elegir ese destino. Es obvio que Séneca no se habría suicidado si Nerón no lo hubiera condenado, pero había en Séneca una fuerte predisposición al suicidio.

La nostalgia de la muerte implica, más que el recuerdo de acontecimientos futuros, más que el recuerdo de una muerte experimentada antes de nacer, el recuerdo imaginario de la condición del nonato, semejante al muerto por ser inexistente. La nada, el no-ser, le parece deseable al humano: una consolación después de los sufrimientos de la vida. Pero… ¿qué hacer con los sufrimientos de la muerte?… La necesidad de un veneno indoloro, misericordioso, viene al caso ante la violencia de ciertos suicidios.

Continuará…

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I(2007) y Ensayos (2009).

 

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