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LO IRRACIONAL

III

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

 

 

La materialista dialéctica Eleanor Marx, hija menor de Karl, traduce Madame Bovary (1857) de Flaubert y conoce a George Bernard Shaw, que se enamora de ella, pero Edward Aveling, un rival inesperado y donjuanesco, se presenta y ocupa su lugar. Es un “socialista anti-social”, como diría Shaw. Eleanor se suicida cuando se entera de que Aveling, separado de su esposa, se ha casado con otra. El incidente le inspira a Joyce el cuento “Un caso penoso”, y a Shaw el personaje Don Juan de su obra Hombre y Superhombre (1903): Don Juan tiene doble personalidad. Shaw odia lo victoriano y cae en lo nietzscheano. Shaw es vital, humorista y por ende se acerca a Bergson y también a Nietzsche, que es vitalista pero carece de humor, al ser aristocrático. El socialista Shaw hace una concientización lenta, gradual, de la peligrosidad de Nietzsche, concientización que culmina en su repudio al nazismo. Sin embargo, Shaw, antes, tiende a la burguesía (como dice Florence Farr en una novela), al wagnerismo y al nietzscheanismo. El reinado de Alberico, en la ópera de Wagner, es “la visión poética del capitalismo industrial desenfrenado como fue conocido en Alemania a mitad del siglo XIX por La condición de las clases obreras en Inglaterra, libro de Engels”. Hubo gente que negó este fragmento y lo consideró “un paroxismo de perversidad sin sentido”, nos dice Shaw en 1901.

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Eleanor Marx

En el Manual para revolucionarios (1903) de Shaw, escrito con el pseudónimo de John Tanner, miembro de la clase ociosa, está el capítulo “La necesidad política del Superhombre”, en que el autor imaginario dice que los ingleses se han visto obligados a aceptar la Democracia Proletaria al haber fallado todos los sistemas alternativos, pues éstos “dependían de la existencia de los Superhombres actuando como déspotas u oligarcas”. La Democracia no puede levantarse sobre el nivel del material humano del que están hechos los votantes. Sólo una Democracia de Superhombres puede salvar a los revolucionarios. El autor tiene doble personalidad, pues cree en el Superhombre pero también cree –como Moro y Marx– en la abolición de la propiedad para solucionar el hambre, la falta de ropa, casa y comodidad, y para controlar tiempos y circunstancias. Y es que según Tanner la propiedad privada y el matrimonio, al destruir la igualdad, son hostiles a la evolución del Superhombre. Con tal de no aceptar al “animal político” de Aristóteles, al mono de Heráclito y al lobo de Hobbes, Tanner se ve llevado hacia el Superhombre de Nietzsche. El defecto lleva al exceso. En Santa Juana (1924) de Shaw, la mente superior de Sócrates lleva al autor a la mente superior de Cristo. Pero ninguno de los dos es superior: ambos son simplemente distintos, y mejor que otros al ser piadosos. A diferencia de los que tienen sentimientos de superioridad, Sócrates y Cristo no desprecian a otros hombres: han practicado virtudes heroicas y recibido revelaciones de tipo trascendente. Son mejores, mas no superiores: no están colocados encima de otros, sino aparte. La obra Jesucristo Superestrella (1971) es la negación de Cristo como Superhombre.

George Bernard Shaw

George Bernard Shaw

Con tal de rechazar al psicólogo Nordau, Shaw se va hacia Wagner en su libro La sanidad del arte (1907). Estimulado por Baudelaire y algunos simbolistas, que ven en Wagner la música del futuro, Shaw escribe su folleto El wagneriano perfecto (1898). Sin embargo, con el tiempo, pierde entusiasmo y afirma que Wagner está muerto. El mismo Baudelaire confiesa que Wagner, a pesar de su romanticismo, no es apoyado por revolucionarios sino por déspotas. Con el tiempo, disminuye la atracción que Nietzsche ejerce sobre Shaw y en Pigmalión (1912) hay una referencia al machismo de Nietzsche.

La relación entre Cristo y el Superhombre (exaltada por la orden hermética de la Golden Dawn) aparece claramente en la relación de Juana de Arco con Gilles de Rais. Este último carece de piedad, por considerarla una debilidad cristiana.

En la novela Las vírgenes de las rocas (1896) de D’Annunzio hay un cristianismo retórico mezclado con el Superhombre.

Juana de Arco es una especie de amazona cristiana. Las voces y visiones divinas de Juana son tomadas como voces y visiones diabólicas por los inquisidores, y la antipatía política de los ingleses por ella es convertida en acusación de brujería. Es un inglés el que la acusa. La personalidad voluntariosa de Juana es tomada por blasfemia, y su armadura masculina por indecencia. ¿Es posible andar con faldas en medio de un campo de batalla?… Shaw muestra cómo la Inquisición convierte a la inocente en culpable. La amistad de Juana con Gilles de Rais nos recuerda las palabras de Cristo y de Sócrates: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Pero Juana ante Gilles de Rais es como Eva ante la serpiente en el Génesis, ya que el mariscal finge un cristianismo noble para ganarse la confianza de Juana.

Juana de Arco y Gilles de Rais.

Juana de Arco y Gilles de Rais.

En Hombre y Superhombre Shaw moderniza el tema de Tirso de Molina: la estatua de Don Gonzalo, un comendador que Don Juan ha matado para arrebatarle a su hija, lo lleva al Infierno. El tema de Tirso es a su vez una variación de un tema de Aristóteles: el de la estatua de Mitis, que cae sobre el hombre que ha matado a Mitis. Como se trata de una comedia, Shaw se burla de todo, incluso de Nietzsche, y así, por accidente, repudia a su héroe y resulta revolucionario. Los fragmentos en que Shaw ríe con Nietzsche, en vez de reírse de él, son deplorables. Pero los otros fragmentos son legítimos. Por ejemplo, el siguiente: cuando Ana le dice a Don Juan que ni aún la muerte ha logrado refinar su alma, pensamos en Heathcliff de Cumbres borrascosas, purificado por la muerte. El diablo dice que Nietzsche, antes de ir al cielo, estuvo loco y fue a dar al infierno. Era vitalista y lanzó al Superhombre, “viejo como Prometeo”, y el siglo XX “correrá tras la más nueva de las viejas modas”, cuando se canse del mundo, de la carne, del diablo. La estatua dice que le gustaría ver a Nietzsche. El diablo afirma que desgraciadamente Nietzsche se encontró con Wagner en el infierno. Wagner, el vitalista, inventó al Superhombre Sigfrido, durante su locura. Nietzsche lo llamó renegado. Wagner escribió un folleto para probar que Nietzsche era judío, y Nietzsche se fue al cielo, enojado. La estatua cree que el Superhombre es buen concepto y que hay algo escultural en él. Ana pregunta dónde puede encontrar al Superhombre, y el diablo responde que aún no ha sido creado. La estatua afirma que nunca será creado.

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Hay relación entre Fausto y Don Juan: ambos son Superhombres. En el cuento de Barbey d’Aurevilly, “El más bello amor de Don Juan”, el conde Rávila ha amado a la madre y luego a la hija, de trece años de edad, y ha embarazado a esta última, abandonándola después. Al leer esto, Vladimir Nabokov recuerda al Tenorio, asesino y libertino, y lo relaciona con Rávila y elabora la novela Lolita, influido también por otros autores, famosos y oscuros. Rávila es presentado cenando, rodeado de las mujeres que ha amado, en la “escala de Diótima” fraudulenta que ha constituido su vida. En este caso, el infierno, después de la terrible cena con el comendador, es la vejez, y por eso hay una cena o locura última –escape hacia la juventud– que ellas le ofrecen a Rávila.

El Libro negro de Salomón, escrito cuando el autor odia a las semitas y ama a las moabitas, invocando demonios en una “goecia” desesperada, implica esta suprahumanidad impía de Fausto y Don Juan. Darío recuerda al rey traidor en su cuento “El Salomón negro” y lo compara con Nietzsche. La impiedad del Superhombre está fuera de lugar en el mundo humano de los genuinos marxistas. Por eso Shaw tiene contradicciones neuróticas al abordar el tema.

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Somerset Maugham, que nos presenta en la novela decadente El hechicero (1908) a Oliver Haddo, mago maligno y Superhombre como Fausto (encarnación de los villanos autores inventados por Crowley) afirma que Nietzsche, con su glorificación del sufrimiento, es como la zorra de la fábula, que ha perdido su cola, refiriéndose a la fábula de Esopo en que la zorra dice que después de todo no ha perdido nada. El sufrimiento fortalece al carácter, y por ende el que ha sufrido quiere vengarse. Lo que toma por fuerza es el placer de angustiar a los demás. Las pretensiones revolucionarias de Nietzsche no han logrado convencer a todos los autores.

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En su ensayo “En defensa del diablo”, Amado Nervo dice que “el diablo inspiró a Nietzsche para que el gran filósofo alemán enloqueciese al pueblo alemán a fin de que el pueblo alemán se lanzase contra Europa”. Este fragmento anticipa los versos de “Simpatía por el diablo” de los Rolling Stones:

I rode a tank, held a general’s rank

when the blitzkrieg raged and the bodies stank

(Conduje un tanque, tuve graduación de general cuando rabió la guerra-relámpago y los cuerpos apestaron)

Aunque Nervo se refiere a la primera guerra mundial, sus palabras son también aplicables a la segunda guerra, como lo demuestra el libro del modernista guatemalteco Rafael Arévalo Martínez, Nietzsche el conquistador: la doctrina que engendró la segunda guerra mundial (1943). En el ensayo de Nervo, en el poema “Faustine” de Swinburne y en la canción stone podemos ver la presencia del Mal a través de la historia.

Ya he aludido a un cristianismo retórico mezclado con el Superhombre, mezcla propia de la Golden Dawn, de la novela Las vírgenes de las rocas de D’Annunzio y de “El pueblo blanco” de Machen, en que el personaje Ambrose, un católico anglicano, se refiere a la joven Helen, preñada por una entidad sobrenatural parecida al “Horla”, joven que se suicida antes de dar a luz, igual que el personaje de Maupassant (autor recordado por Ambrose). En la novela de D’Annunzio aparecen unos plátanos, que aluden al diálogo “Fedro” de Platón (sobre ninfas y sexualidad ambigua), los mismos plátanos que el romántico Hoffmann incluye en su novela Los elíxires del diablo, sobre el nacimiento de un hijo del diablo. Sin embargo, D’Annunzio le da un sentido irracional a esos plátanos. El nacimiento del Superhombre en los textos de D’Annunzio y Machen es una especie de misa negra que va en contra de Sócrates en vez de ir en contra de Cristo. Y la misa negra, cuando carece de arte, es muy negativa. En vez de referirse a los plátanos del “Fedro”, Machen se refiere a las ninfas y al agua y al fuego, otros elementos del diálogo de Platón. En la misa negra anti-socrática, la dialéctica se vuelve erística. “El libro verde”, escrito a la manera del materialista dialéctico Morris, es deformado dentro de “El pueblo blanco”, cuento irracionalista, influido por la Golden Dawn, que se aleja del “Fedro” debido a la alusión a sexualidad ambigua, que persiste en el soneto “Cleopompo y Heliodemo”, de Darío, en que también hay plátanos. El personaje de Machen, Ambrose, nunca alude al diálogo, indirectamente homosexual, “Eufranor” (1851) de Fitzgerald, aunque está influido por éste. En el diálogo el autor muestra indiferencia ante las novias para los jóvenes y alude al cuerpo como Casa del Alma. La casa de las almas es el título del libro de Machen que incluye “El pueblo blanco”. Recordamos el fragmento misógino de La reina de las hadas de Spenser, en que la parte femenina de la casa de Alma es inferior a la masculina. Helen, la autora de “El libro verde”, es para Ambrose como esas novias indeseables según Fitzgerald en “Eufranor”.

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La mujer es despreciable también en la alegoría Salman y Absal del persa Jámi, traducida por Fitzgerald y publicada un año antes de “Eufranor”. En este último diálogo, la juventud y la caballería van juntas y el hombre es un perro comparado con Dios, idea similar a la que tiene Maupassant en “El Horla”. Fitzgerald apoya la disciplina deportiva y militar, espartana y germánica, y cita a Carlyle, enemigo de la democracia. Elogia Las nubes –en que Sócrates es acusado– y la República de Platón. Elogia luchas y juegos de muchachos en primavera. Recuérdese que Fitzgerald rechazó siempre la autoría de la traducción de las Rubaiyats de Khayam, amante de la mujer, y sólo después de su muerte apareció una edición con su nombre. Las Rubaiyats fueron admiradas por los demócratas Rossetti y Swinburne. Antes de morir, Fitzgerald tuvo apasionada amistad con un robusto pescador llamado Joseph Fletcher, apodado “Posh”. Al rechazar a las Rubaiyats, Fitzgerald rechaza la unión de vino y amor, anticipando a Ambrose que (indirectamente) rechaza la unión de hashish y amor.

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El paso del romanticismo al surrealismo está claramente señalado por el decadentismo de “El libro verde”, en que Alicia y Melusina, inocencia y experiencia, forman el ideal de la mujer. Y es que “El libro verde” está hecho de episodios que son como Rubaiyats escritas por una mujer, con satanismo en vez de sufismo y prosa en vez de poesía.

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Imagen de cabecera: ilustración de Edmund J. Sullivan para The Rubaiyat.

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EGPenEmiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).

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