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ORLANDO FURIOSO Y SUS DESCENDIENTES

IV

 

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

 

En la novela de Lowry, un letrero ubicuo que anuncia Las manos de Orlac, filme con Peter Lorre, con la imagen de las manos de un asesino bañadas en sangre, nos hace pensar en la auto-destrucción del cónsul Geoffrey y en la del propio Lowry, que en 1946 trata de suicidarse sacándose sangre. Lo cierto es que Lowry no se refiere a Las manos de Orlac (1924), filme expresionista de Robert Wiene, con Konrad Veidt, sino a Amor loco (1935), filme de horror de Freund, con Lorre. La confusión de Lowry proviene probablemente del hecho de que el filme de Freund es una variación del de Wiene. En Las manos de Orlac, un hombre se ve dominado por sus manos y atraído y repelido por un cuchillo. En Amor loco, un hombre que ha perdido las manos en un accidente ferroviario adquiere unas manos nuevas que lo obligan a cometer actos que su mente odia. Los dos filmes son variaciones del cuento “El demonio de la perversidad” de Poe. Orlac nos recuerda al Horla de Maupassant y nos hace pensar en las locas manecillas de un reloj (horloge en francés). Esta relación con horloge es un descubrimiento de Beatriz Álvarez Klein. Y es que el reloj está relacionado con el tema. El tiempo devora la vida ––dice Baudelaire–– y es el oscuro Enemigo que al roer el corazón saca la sangre y con ella crece y se fortalece. Según Gustav Meyrink, los vampiros son devoradores del tiempo. En los versos al reloj, Baudelaire hace hablar a la máquina, y ésta dice con su voz de insecto que ha absorbido la vida con su trompa inmunda, y ha hecho recordar. En los versos de Baudelaire el reloj es “dios siniestro, pavoroso, impasible”. La “trompa inmunda” del insecto descrito por Baudelaire reaparece en “Rôdeuse…” de Amado Nervo, poema sobre un vampiro disfrazado de galán, que chupa los pezones de marfil de una enferma.

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En Las manos de Orlac se mezclan dos títulos de cuentos de Maupassant: “La mano” y “El Horla”. El cuento de Le Fanu, “Asedio a la casa roja”, sobre el fantasma de una mano aristocrática que embruja una casa, influye sobre Maupassant. Le Fanu se basa en el pirata Mano Roja, personaje de Daniel Defoe, para elaborar su fantasía macabra. El autor cubano Arístides Fernández, en su cuento “La mano”, ofrece una variación de Las manos de Orlac, pues la mano tiene vida propia, independiente del resto del cuerpo del narrador imaginario. En las “Palabras liminares” para Prosas profanas de Darío, las “manos de marqués” del poeta imaginario implican un defecto de masculinidad, inspirado por la mano de Tannhäuser descrita por Beardsley, “delgada y llena de gracia como la de la marquesa du Deffand en el dibujo de Carmontelle”. La marquesa, esposa de Walpole (autor que soñó el guante gigante inspirador de El castillo de Otranto), le hace pensar a Darío en su mano aristocrática, y tal vez en una pequeña guillotina… para la mano. El Horla, que implica un exceso, se ve acompañado por la mano, que implica un defecto, en la locura de Maupassant. El movimiento perdido de su mano lleva a Cervantes a imaginar la mano gigante que asusta al Quijote, escena que determina el sueño de Walpole sobre el guante gigante. El defecto determina el exceso, así como el complejo de inferioridad determina el sentimiento de superioridad. En “La mano”, el cuento de Maupassant, el cazador Sir John Rowell mantiene encadenada la mano del hombre que él ha matado y mutilado. Finalmente, la mano lo estrangula y él se queda con el dedo índice entre los dientes, detalle tomado de “Los ojos de la pantera”, cuento de Bierce en que el cadáver de una mujer se queda con la oreja de la pantera que lo ha atacado. La influencia de “La cosa maldita” de Bierce, sobre una amenaza invisible, es también evidente en “El Horla”. Hay relación entre la mano cortada y la locura, como lo muestra La bella virgen de Perth de Sir Walter Scott, novela en que las manos cortadas preceden la aparición del bonetero loco, personaje luego transformado por Carroll, que en su novela lo hace aparecer antes de la reina amenazando a Alicia con cortarle la cabeza.

Collage de Emiliano González en Los sueños de la bella durmiente (1978)

Collage de Emiliano González en Los sueños de la bella durmiente (1978)

Maupassant es el primero que compara a la mano con una araña.

En el cuento “El haschisch”, de Horacio Quiroga, los dedos de la mano izquierda del narrador se abalanzan hacia sus ojos, “convertidos en dos monstruosas arañas verdes”. La experiencia con hashish del narrador, precedida por opio y cloroformo, es un mal viaje. En “El negro Tancredo”, Henry S. Whitehead se refiere a una mano, separada del cadáver, que parece una tarántula negra, recuerdo de un negro torturado y asesinado. Una mano parecida a una tarántula blanca y fofa, la mano del difunto Jeoffrey Akeley, aparece en mi cuento “El zurdo”, publicado hace años en una revista. Mi cuento es anticipación de mi lectura de los cuentos de Maupassant, Quiroga y Whitehead.

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Un Quijote de los cuentos sobre manos cortadas es “La bestia de cinco dedos” de William F. Harvey, cuento de horror y humor (negro) en que un loro atrapa a la mano de un ciego… y ésta lo estrangula. El cuento inspira el filme del mismo título, realizado en 1947. El loro, torturado por la cautividad y el hambre y estrangulado por la mano, impresiona seguramente a Arístides Fernández, que en el mismo libro que contiene “La mano” incluye un cuento sobre un perico torturado que le saca los ojos al torturador, escena basada en la novela del español Juan del Sarto, La esclava del placer (1924), en que un cuervo, torturado por el hambre, come los ojos de una esclava. Este cuervo, que después es un perico nos recuerda al loro que repetía “Nunca más” en la primera versión de “El cuervo” de Poe. El comienzo de la novela de Joyce, Retrato del artista adolescente, en que Dante amenaza a Stephen con aves que van a sacarle los ojos, nos lleva al recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, estudiado por Freud, y al recuerdo infantil del narrador imaginario de “El hombre de la arena” de Hoffmann, también estudiado por Freud.

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Provocado por el descuido de la madre, que lo deja solo con el buitre, el narcisismo de Leonardo ––que según Sor Juana y Osman Spare puede ser trascendido con el amor propio–– se ve en Maupassant sustituido por un sentimiento de superioridad concretado en el Horla, sentimiento que se origina en la sífilis castrante del autor, sífilis que ha provocado complejo de inferioridad, complejo que determina el sentimiento de superioridad. Nietzsche también contrae la sífilis.

El niño Leonardo, debido al buitre que le roza la boca con el ala, cree que el ave es parte de la madre, y el joven Leonardo, al saber de la esfinge griega o egipcia, establece la relación con el recuerdo de infancia, en su inconsciente, y sólo el arte logra salvarlo. Al ser hijo de la esfinge, él también es en parte león y en parte ave ––buitre o águila–– y al ser compuesto nos recuerda el dragón o serpiente alada del sueño de Clitemnestra: Orestes sacando sangre en vez de leche del seno materno. Los seres alados de Leonardo ––que anticipan a los aviones–– y su propio nombre son pruebas de la fusión de elementos no familiares y animales que su inconsciente acepta como si fueran familiares y humanos. El amor propio que el arte implica lo salva del narcisismo y del homosexualismo. Al no poder realizar el amor sexual con la madre, lo realiza consigo mismo, y después del auto-erotismo ve a los hombres como espejos. En su inconsciente, es el hijo de la esfinge y en él se mezclan el león alado y el ser humano. Pero sus elementos animales, instintivos, son transformados por el arte en elementos humanos y razonados: las alas del buitre se vuelven los ropajes de la Virgen, el león se vuelve el pintor Leonardo. En vez de involucionar convirtiéndose en águila y raptando a un joven, como ha hecho Zeus, diseña máquinas voladoras. Como Dionysos Zagreus, hijo de la serpiente Zeus y de Perséfona, Leonardo puede controlar las tendencias destructivas heredadas de Zeus, a diferencia de su hermano Sabazius, que no puede controlarlas, recordándonos a Maupassant en la época de la locura. En el Orestes del sueño de Clitemnestra podemos ver las alas y el cuerpo de serpiente, característicos de Zeus. Recordamos asimismo la cola de serpiente de la esfinge. Orestes es maniqueo, como la relación de Zeus con la serpiente, que luego hace que Perséfona dé a luz a los dos Dionisos: Zagreus y Sabazius. Orestes es maniqueo como Zeus: creativo y destructivo. Y es que Orestes es justiciero como la “Keré” eleusina e infernal como un demonio del Tártaro. El Horla parece ser inocente al beber leche en vez de sangre, pero en realidad es siniestro, pues odia a la humanidad y se sirve del fuego heraclíteo para lograr su infierno.

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Leonardo es como Edipo pero también como Orestes, y este último es lo contrario de Edipo, cuando mata a su madre. Al pasar de narcisismo a homosexualismo Leonardo es como Orfeo, que al perder a Eurídice odia a las mujeres, canta a los efebos y es decapitado por las ménades. Sin embargo, después de pasar de una neurosis a otra, controla la tendencia por medio del arte, domina lo fálico-agresivo de la serpiente al pintar la cabeza de Medusa y ama a la mujer al pintar a Leda desnuda.

Como Leonardo con sus dibujos y cuadros, Poe con sus cuentos y poemas logra controlar sus tendencias destructivas y edípicas. Los personajes que sacan ojos, como el hombre de la arena de Hoffmann, destacan en la obra de Poe: con el gato negro y la mujer hace un ser compuesto, con el ojo de buitre y el viejo hace otro, y forma una mujer alada con el busto de Palas y el cuervo, que al estar colocado sobre la cabeza femenina es parecido al gato negro.

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Concluirá…

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EGPenEmiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta(1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito(1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).