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SOMBRA Y SILENCIO

I

 

Emiliano González

 

La novela Gradiva (1903) de Wilhelm Jensen se inspira en el cuento “Arria Marcela” (1852) de Gautier y en el fragmento de Eugenio de Castro: “…su rostro cruel que, de perfil, parece un camafeo tallado en lava del Vesubio” (1889). En Gradiva podemos ver pigmalionismo sublimado, realización de deseos, la infancia personal y la antigüedad de la humanidad relacionadas. En el libro que Freud le dedica a la novela de Jensen está, en palabras de Freud, “la curiosidad de examinar los sueños que no han sido nunca soñados, esto es, aquellos que el artista atribuye a los personajes de su obra y no pasan, por lo tanto, de ser una pura invención poética”. Recordamos al latino Claudiano, que decía: “La necesidad es la madre de la invención”. La lagartija que misteriosamente acompaña a Gradiva nos recuerda a las lagartijas de Avatar de Gautier y de “El signo amarillo” de Chambers. Eugenio de Castro, al comparar el rostro con el camafeo, se acuerda del libro de Gautier Esmaltes y camafeos.

El pigmalionismo impregna completamente a Apolonio de Tiana, que da nombre a un complejo que implica represión, en que figura la mujer con cara de calavera.

Todo complejo es tendencia inconsciente, que determina la conducta de la persona. Cuando ésta tiene complejo de Apolonio tiende a calumniar a la gente y a relacionar sexualidad con agresividad.

El complejo de Apolonio es también un atavismo o recuerdo ancestral.

Varias prostitutas con caras de calavera aparecen en los espejos de un traje usado por una joven que se suicida inmediatamente después, al final de la novela Asunrath, de Marie-Thérèse de Brosses, ilustrada por Claude Serre y publicada en 1967. En esta extraña novela, una ciudad subterránea, la ciudad del verano perpetuo, sin relojes, iluminada por un sol artificial, tiene un cielo siempre azul y es vigilada por un perro gigante, que se ve así debido al tamaño diminuto de las jóvenes habitantes, raptadas como Proserpina y reducidas de talla por un cuadro misterioso. Una joven que ha tratado de huir ha sido atacada por el gran perro, y al morir su cuerpo ha recuperado sus dimensiones originales. El cadáver ha sido hallado en la superficie de la tierra. Por fin, las otras son liberadas y el relato de una de las cautivas, Eleonora (que no se salva), destaca. El padre del narrador y el sirviente del padre son los dueños de Asunrath, para poseer a las jóvenes, que se han vuelto dóciles y obedientes, en un harén. No conocía yo la novela cuando escribí sobre la ciudad del otoño perpetuo (en que el padre del narrador autómata juega un papel importante) ni cuando escribí sobre un perro gigante que impide la salida en mi novela El discípulo (donde el padre es siniestro). En esta última novela, la entrada al otro mundo es siempre un espejo (líquido o sólido) y no hay salida. La novela de De Brosses se basa en la aventuras de Alicia, pero también en el relato “La fuerza diminutiva” (1918) de Waldemar Kaempffert, que sirve de base al filme francés Un desnudo en mi bolsillo (el narrador mete a Eleonora en su bolsillo en Asunrath). En el relato de Kaempffert, una mujer se vuelve estatua diminuta.

En el cuento “Xélucha” (1896), de M. P. Shiel, hay una lamentación por la muerte del rayo de luna y el arcoíris devorado por los gusanos. La muerte del rayo de luna anticipa el grito del futurista Marinetti, que deseaba esa muerte; sin embargo, el cuento no es futurista. El arcoíris devorado por los gusanos nos recuerda a “Lamia”, el poema de Keats en que la mujer de Lycius es calumniada por su maestro, que con el poder de sus palabras la hace desaparecer, junto con el banquete nupcial. En el cuento de Shiel, Xélucha, cortesana, tiene un “deterioro verde” en la nariz antes de su entierro y el ojo izquierdo hundido en el cerebro. La habitación lujosa, con ictiosaurios de esmeralda, se vuelve una pocilga, como una involución alquímica. En un baño de malaquita, la princesa Egla encuentra muerto al sibarita Cosmo, escena que influye sobre Darío cuando escribe el poema “A Margarita Debayle”.

El narrador imaginario de Shiel admite que hace tiempo que Xélucha se ha vuelto manzanas de Sodoma en su boca. El cuento describe la pérdida de la inocencia paradisiaca.

“Tumbas, gusanos y epitafios”, dice el narrador imaginario al principio del cuento, recordando los versos de Shakespeare sobre la muerte de los reyes en El rey Ricardo II, versos recordados por el grupo musical psiquedélico Strawberry Alarm Clock en la melodía “Incienso y menta”. “El deterioro verde” al que alude Shiel figura después en “El hombre de piedra” de Lovecraft y Heald (cuento sobre pigmalionismo) y en “El habitante del lago” de Ramsey Campbell (cuento onírico).

En la portada de Juliá para la novela El acecho (1921) de Antonio de Hoyos hay una mujer con cara de calavera, que en el libro es la Tía Olvido, fanática religiosa y anti-semita que trata de matar, con un incendio, a una mujer cuyo hijo ha decidido casarse sin el permiso de la Tía Olvido. Ésta, finalmente, se suicida entre las llamas.

El odio por la unión de las parejas nos recuerda a Apolonio. En la novela, la madre santa es contrastada con la prostituta, por un neurótico.

La novela De sobremesa de Silva muestra cómo la imagen obsesiva de la mujer con cara de calavera combina bien con el nietzscheanismo, así como en la antigüedad el insulto del calumniador Apolonio combinaba bien con un neo-platonismo estilo República. Cuando llamó “Lamia” a la mujer de su discípulo, Apolonio la confundió con dos mujeres llamadas así, ambas cortesanas, una sádica y otra masoquista, una activa y otra pasiva, según me informa el Diccionario de cortesanas de Hayward, publicado en 1962. También la llamó “Lamia” por suponerla vampiresa. Robert E. Howard relacionaba a la cara de calavera con el hashish y el opio mezclados, debido al poema de Baudelaire sobre el vampiro en metamorfosis y a las drogas usadas por el autor de Las flores del mal. La mujer convertida en calavera también proviene de la novela del suicida Potocki, en que se ve aislado el germen mental del complejo de Apolonio, que encontramos también en los suicidas Polidori y Howard, e incluso al final del poema “Muerte sin fin” del mexicano Gorostiza. Llevar el complejo a la literatura implica siempre el anhelo inconsciente de dominarlo.

La relación de Nietzsche, Maupassant y Baudelaire con la sífilis agrava el complejo de Apolonio de esos autores. Baudelaire es el más estoico. En la novela Al revés de Huysmans, De Esseintes tiene un problema mental unido a un problema físico: predominio de la linfa en la sangre. La operación sufrida por Justine, el personaje de Durrell, determina en parte su problema mental. La mayoría de los autores y lectores tienen únicamente problemas mentales y sólo algunos tienen problemas físicos. El complejo de Apolonio, en la actualidad, está relacionado con puritanismo y con nietzscheanismo, a veces ostentado sin vergüenza alguna, lo cual puede llevar a la violencia física. Desde la época de Cervantes, el loco, por más buenas que sean sus intenciones, se mete en problemas físicos. Tiene complejo de Apolonio la persona que propende a imputar falsamente un delito a alguien, a atribuirle malas determinaciones o actividades, a acusarlo y a castigar su placer.

Aunque el complejo existe desde la época de Meleto (el acusador de Sócrates), lo llamo “complejo de Apolonio” debido a que Apolonio de Tiana fue el primero que caracterizó por completo al cazador de brujas. Al regresar de la India, por mar, Apolonio pasó por una isla sagrada en que vivía una ninfa marina, llamada por él “demonio femenino”, tan destructiva para los marineros como las sirenas. Pero lo cierto es que las sirenas son justicieras, como las “Kerés” eleusinas, pues ultiman a los marineros imprudentes o “lobos de mar”. En la India, Apolonio había recibido enseñanzas de los brahamanes, que según él se volvían invisibles en el castillo que habitaban. Estos seres invisibles nos hacen pensar en los Horlas de Maupassant. El homosexualismo inconsciente es obvio en Apolonio, que invoca el espíritu de Aquiles y elogia la belleza y el buen juicio de su discípulo Menipo, comparándolo con una estatua.

Continuará…

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).

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