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SURREALISMO Y CIENCIA-FICCIÓN

II

Emiliano González

Primera parte

 

 

Clark Ashton Smith puede ser llamado surrealista también, por el cuento Los cazadores del más allá (1932). En la librería de Toleman, al examinar el volumen de Proverbios de Goya, el narrador imaginario ve una gárgola y no sabe si es una alucinación o un verdadero fantasma. El narrador deja caer el libro pero luego lo compra, y, perseguido por una presencia invisible, va a visitar a un primo escultor para que el arte fantástico lo lleve lejos del horror de la alucinación o del fantasma. Su primo –llamado Cipriano– ha elaborado sátiros, lamias y otros monstruos, y su última creación es un grupo de siete monstruos que rodean a una joven (la ofrenda para ellos). La modelo para la joven es finalmente vuelta idiota por los monstruos, que son devoradores de mentes, no de cuerpos: los cazadores del más allá. Cipriano es llamado por el narrador “el Miguel Ángel del diabolismo”, frase inspirada por el crítico de arte Roger Fry, que define a Beardsley como “el Fray Angélico del satanismo”. Al ver que los cazadores del más allá han devorado el alma de la modelo, Cipriano destruye las esculturas de los monstruos –espíritus elementales– que ha invocado. El apellido Toleman se inspira en “El aparato del doctor Tolimán” del mexicano Alejandro Cuevas, en cuyo libro Cuentos macabros (1910) se ha basado Smith para inventar al dios arácnido Atlach-Nacha. El cuento de Smith sobre los devoradores es incluido por Donald A. Wollheim en la antología The macabre reader (El lector macabro, 1959). En la portada de la antología hay una calavera, en una de cuyas cuencas podemos ver una araña.

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Los dibujos que ilustran el libro de Cuevas –y que son tal vez de él– tienen algo goyesco que ha atraído a Smith, como lo demuestra en su cuento. La araña con cabeza humana del libro de Cuevas le ha servido a Smith para idear el dios arácnido que teje una tela entre el mundo de la vigilia y el del sueño. “El modelo de Pickman”, de Lovecraft, sobre un pintor de monstruos, es otra influencia notoria. El apellido Cuevas y los monstruos nos hacen pensar en los monstruos de José Luis Cuevas. El cuento “Ellos” de Nervo es probablemente otra influencia, ya que el horla de Maupassant es vampírico y “ellos” son devoradores.

 

También es surrealista el cuento La condena de Antarion (también conocido como «El planeta de los muertos», 1932) de Smith, en que el anticuario y astrónomo Melchior no sabe cuál es el verdadero sueño: el de su vida en la Tierra o el del mes pasado en el planeta Phandiom, bajo el sol muriente, cuando fue amante de la belleza soberbia y triste de la noble Thameera y cuando fue poeta (llamado Antarion). Smith se basa en la duda del taoísta Chuang-Tzu, del año 300 a. C., que soñó que era una mariposa y no supo al despertar si era Tzu que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser Tzu.

En El monstruo de la profecía, el mundo real se opone al mundo de los sueños y Alvor, un poeta infeliz, a punto de suicidarse, es llevado por un mago a un planeta lejano en que la profecía ha establecido que el mago va a reinar cuando se vea acompañado por un monstruo de piel blanca con dos brazos y dos piernas: es el poeta. El mago le promete una vida de placer. Las cosas van mal y el poeta acaba siendo víctima de los inquisidores del planeta lejano. Sin embargo, logra salvarse y va a dar a los múltiples brazos y a los tres ojos de la poetisa Ambiala, cuyo color opalescente es más bello que los matices extraños de las pinturas ultra-modernas. El cuento largo de Smith le inspira a Alan Riefe un cuento corto, “El doctor Dyer encuentra el amor”, en que un astrónomo recibe mensajes enviados desde Júpiter, mensajes de Zerna, una mujer que se describe como rubia, de ojos azules, y él se enamora de ella. Cuando el astrónomo logra transportarse a Júpiter se encuentra con una masa gelatinosa, con boca de pez y varios ojos azules, de los que brotan largos cabellos rubios. El cuento es del libro 49 historias macabras (publicado en México en 1966).

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El cuento de Smith y el de Riefe se ven anticipados por el poema en prosa del mexicano Amado Nervo, titulado “Meditación” (1890), en que un poeta invoca a la diosa del silencio y pide a las estrellas que lo acaricien, con una luz que permite a su espíritu viajar por el vacío y el misterio, pues está cansado de los lazos que lo unen a la tierra, él que es un extranjero “en la patria vulgar de los hombres”. Él es “flor exótica y rara” en el vergel de la vida. Pero está rodeado por “el círculo de hierro de la vulgaridad de una vida llena de tristes necesidades”. No es un amor terrestre lo que ha soñado y dice Nervo que “o el poeta es un loco, o todo eso que sueña existe en otro mundo del que se halla desterrado”.

El pintor del cuento La luz del más allá sabe que está loco, pero admite que aún tiene la cordura necesaria para narrar su experiencia. El pintor se llama Dorian como el personaje de Wilde. Un montón de piedras sobre lo que parece ser un sepulcro lo inquieta, y se pregunta si es una señal de descubrimiento y posesión de un Colón originario de Aschernar aterrizando en nuestro planeta. Recordamos los versos de Nervo: “¿Quién será, en un futuro no lejano, / el Cristóbal Colón de algún planeta?” El pintor, en el cuento de Smith, se ve transportado al mundo del que proviene el aparente sepulcro, y del que provienen también las luces, la música y el perfume que han precedido su descubrimiento. Y es que después de éste se ha visto rodeado de extraños seres, de ojos dorados, que lo han llevado a otro planeta. Los seres plantan una semilla de la que surge un árbol maravilloso. Las frutas de ese árbol son devoradas por algunos seres enfermos. El pintor, al comer las frutas, se vuelve dos personas en dos mundos diferentes, y aunque también se vuelve idiota y pierde su capacidad artística, siente que no es terrestre y que en realidad pertenece a la raza de los devoradores de fruta, en otro mundo místico. El lector se pregunta: ¿Volverá alguna vez a ese mundo?… La semilla oval que los seres ponen bajo el aparente sepulcro, para que acumule cierta virtud, es luego el origen del árbol curativo en el planeta lejano. Los versos de Nervo sobre el navegante cósmico son de “El gran viaje”, poema de El estanque de los lotos (1919).

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Los cuentos de Smith dan la impresión de haber sido escritos en lengua de otro planeta y traducidos por el autor al inglés. El humano dividido entre dos mundos (la Tierra y otro planeta, la vigilia y el sueño) es uno de los principales temas de Smith.

En Xeethra, después de comer unos raros frutos en una caverna, un pintor se siente rey y busca su reino. Empieza a vivir una doble vida, como rey y como pastor. En Un cambio estelar, un artista infeliz en la Tierra es llevado al planeta Mlok por seres extraños, pero al ser infeliz también en Mlok es transformado: sus huéspedes ultramundanos desean que él oiga, vea, sienta y perciba igual que ellos, y lo llevan a placenteras sinestesias. Sin embargo, él vuelve a la infelicidad porque extraña la Tierra, siente nostalgia, y es devuelto a ella. Debido a los profundos cambios sensoriales, se ve en un mundo no-euclidiano similar a Mlok, y finalmente muere atropellado. Los doctores no han podido entender, al examinarlo, los síntomas del delirium tremens sin rastros de alcohol en su organismo.

Los lugares imaginarios unidos a la devoración monstruosa es otro tema importante en los cuentos de Smith. En Las criptas de Yoh-Vombis el narrador es Severn, integrante de una expedición de ocho personas, dirigidas por el líder Octave. Severn suena como Séptimo, y Octave, como Octavo. Mientras explora una necrópolis subterránea, en las ruinas de Yoh-Vombis, una horrible forma de vida marciana le cae encima a Octave y lo mata, devorándole el cerebro. Al narrador Severn le ocurre lo mismo, y su historia es para evitar otra expedición. El argumento del filme Alien surge de este cuento.

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En El destino de Avoosl Wuthoqquam, un prestamista avaro de Hiperbórea se ve atrapado por las innumerables joyas que pretende robar, ante el altar de Tsathoggua, dios monstruoso, parecido a un sapo, que lo devora. En un cuento de Robert E. Howard, La cosa en el techo, Tsathoggua ha sido adorado por los indios prehispánicos, en el templo del Sapo, en Honduras, y castiga al investigador mercenario que ha pretendido robar una joya sagrada. Tsathoggua se basa en el dios-rana Bochica (“Principio de todas las cosas”), de mirada estúpida, adorado en los templos de Colombia, dios que figura en el cuento “El viejo ídolo” de la autora modernista española Carmen de Burgos. En el cuento se critica el afán de riqueza y poderío, crítica que persiste en el cuento de Howard. El dios grotesco de la autora española tiene una boca hecha a martillazos, dos agujeros que son los ojos, un triángulo en vez de nariz, manos cruzadas sobre el vientre panzudo y ancas de rana que remedan piernas y pies humanos.

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«Tsathoggua», por Liv Rainey-Smith

 

En El cuento de Satampra Zeiros, de Smith, Tsathoggua, con uno de sus tentáculos, le corta la mano a un ladrón, probablemente para comérsela. En El dios del osario, del mismo autor, una pareja, en dromedarios, cruza el desierto y llega a una ciudad extraña. Él la salva a ella (cataléptica) de ser sacrificada a un dios devorador de cadáveres. Recuerdo mi cuento “Una sorpresa en el desierto”, en que una pareja llega en camellos a un restaurante cercano a una ciudad imaginaria, Cariona. En el restaurante hay bebidas y platillos raros. Mi cuento tiene otro detalle parecido: la pareja, montada en camellos, es atacada por pillos, y en el cuento de Smith la pareja, montada en dromedarios, es atacada por bandidos. El horror y la ciencia-ficción son celebrados en mi obra El rey (trova-love), un poco posterior a mi cuento, y en el cuento de Smith triunfan el horror y la ciencia-ficción, y el amor juega un papel.

“Comida”, mi cuento sobre Xochicóatl (diosa inventada por mí, ya que no figura en el panteón azteca) es una premonición de mi lectura de El demonio de la flor, cuento de Smith, en que una flor vampírica recibe sangre de sacrificios humanos en lo alto de una pirámide. En mi cuento, el joven que se acerca a los subterráneos debajo de la pirámide es tomado por sorpresa y sacrificado: una flor gigante, que en realidad es una serpiente, se lo come.

Clark Ashton Smith

Clark Ashton Smith

Curiosamente, en el cuento de Smith hay una alusión a un rey que se retira a meditar en los subterráneos debajo de la pirámide. La flor vampírica no es una serpiente, pero parece la cola de un monstruo marino. Son parecidas a serpientes las plantas que la rodean. Cuando el tallo de la flor vampírica parece marchito por los efectos de un veneno, Smith lo compara con una piel de serpiente vacía. El rey, que ha envenenado a la flor, siente la presencia fría de una gran serpiente invisible. La doncella destinada al sacrificio, la ofrenda viva, llamada Nala, poco a poco se convierte en la flor vampírica que parecía muerta (y Nala se ha entregado a la flor haciendo movimientos de serpiente). La doncella que muere y se convierte en flor se origina en las flores del mal de Ausonio, que provienen de los jóvenes muertos y que son protestas por las muertes de éstos y por las vidas imprudentes que han culminado en esas muertes. La idea de la flor-vampiro proviene de las flores del mal, pero no es como ellas: es una flor maligna, no una flor de protesta, ya que se alimenta de sangre. En “La crucifixión de Cupido” de Ausonio, Venus maltrata a su hijo, negando la imagen bella y amorosa de la diosa surgida como protesta ante la castración de Urano. La conducta imprudente de la diosa provoca el poema de Ausonio, verdadera flor del mal. Como la serpiente del Génesis, la Venus de Ausonio nos acerca al bien por medio del mal ejemplo.

La flor devoradora de mi cuento se inspira en la flor chupadora de sangre.

Al compilar la antología Los vampiros en la poesía, publicada en el suplemento “Sábado” del periódico Unomásuno, en 1989, descubrí que las flores siempre acompañaban a los vampiros. Una vez publicada la antología, salió a relucir que Byron fue el primero que las relacionó en el poema “El Giaour”; me detuve en la ciencia-ficción de H. G. Wells, que unió al vampiro y a la flor en el cuento El florecimiento de la extraña orquídea. Muchos poetas y narradores han hecho después cosas parecidas a veces para contrastar al monstruo con la belleza, al mal con el bien, y a veces para unirlos y criticar la doble personalidad. El surrealista Aimé Césaire en el poema “Sol serpiente” dice: “son las flores vampiros que suben a relevar a las orquídeas”.

Continuará…

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Imagen de cabecera: «Tsathoggua», por Liv Rainey-Smith.

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EGPenEmiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).