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SURREALISMO Y CIENCIA-FICCIÓN

III

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

 

 

El crítico Robert Allerton Parker, en un artículo para la revista surrealista americana VVV, de 1943, considera a Clark Ashton Smith y a Lovecraft cercanos al universo bretoniano. Podemos ver que “El sabueso” de Lovecraft es uno de los estímulos de Belknap Long al elaborar su cuento sobre los perros de Tíndalos, bastante surrealista. El crítico Parker afirma que Lovecraft «presenta sin censura un testimonio de sus aventuras interiores», y el crítico Marcel Jean dice que Lovecraft está «obsesionado por la idea de una maldad prehistórica aún activa». El cuento de Lovecraft “Las ratas de las paredes” es bastante surrealista al incluir sueños y atmósfera gótica y al mencionar al Marqués de Sade. El cuento se basa en un poema de Southey, “El juicio de Dios sobre un obispo maligno”, poema ilustrado por el visionario La Fargue en 1866. El poema es sobre un clérigo malvado, arzobispo de Mentz, en 914, que asesinó a unos pobres para evitar que consumieran una porción de comida durante un año de hambruna. Hatto fue devorado por las ratas en una isla del Rhin. El poema y la ilustración aparecen en la antología A New Library of Poetry and Song (Una nueva biblioteca de poesía y canción, 1876) de W. C. Bryant, libro que incluye una silueta de un demonio con alas de murciélago trepándose a un árbol, silueta que impresionó a Lovecraft, pues éste menciona demonios con alas de murciélago en su cuento. En “La llave de plata”, Lovecraft se refiere a la pérdida de la llave de los sueños.

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Las novelas de caballerías –que Cervantes llamaba «soñadas invenciones»– en la actualidad son novelas fantásticas y surreales.

El contacto con el aspecto creativo de Apollinaire da origen a dos tendencias: la surrealista de Breton y la vanguardista de Tablada, que coincide con Breton al unir literatura y humanismo freudiano. El sueño inventado al que alude Freud, en su ensayo sobre Gradiva, se ve realizado por Tablada en la novela La resurrección de los ídolos (1924). En este libro, el autor describe un pueblo imaginario llamado San Francisco Xipe, cuyas mujeres están «imantadas hacia el sexo como heliotropos hacia el sol», y que parecen squaws norteamericanas o mujeres moras, apacibles, pero que han pasado por convulsiones revolucionarias. Tablada alude a agüeros, espantos, aparecidos, lémures, tenebriones (es decir, vampiros) e incluso a casas de citas embrujadas. Cuando se animan las estatuas gigantescas de los indios verdes, que «hablan en jeroglíficos» y que parecen iguanodontes «de elástico jade», pensamos en títulos de libros de Machen, e incluso en los «ictiosaurios de esmeralda» del fragmento “Xélucha” de Shiel. En la novela de Tablada, las estatuas de los dioses se animan y se vuelven destructivas, impías, enloquecidas por el maltrato dado a los indios. El lector piensa en Don Juan y la estatua del Comendador y asimismo en la estatua de Mitis mencionada por Aristóteles. En la supervivencia del pasado prehispánico –inspirada por el cuento “D.Q.” de Darío–, en el “anís del mono”, en la crítica a la tauromaquia, Tablada se adelanta a Lowry y a Lawrence, novelistas ingleses, y en la animación de la estatua del Chac-Mool anticipa al autor mexicano Fuentes en Los días enmascarados (1954). Tablada es modernista cuando hace aparecer a «la niña que bajo muselinas de colegiala, esconde tatuajes de amor», pero ya prefigura al símbolo de la escritura automática y al movimiento subterráneo. El capítulo titulado “Solloza una guitarra” prefigura una canción de los Beatles. Un alma desconocida se abre ante otra alma «ofreciéndole paz y amor». En el último capítulo podemos leer: «La paz de Cristo sonreía en el espacio superdimensional, y el maestro entonces tuvo la certeza de que más allá de las míseras dimensiones euclidianas línea, superficie, volumen, existía una dimensión superior que las comprendía a todas».

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Breton une el romanticismo alemán con la filosofía griega, pues Tieck ve en los sueños «la realización de nuestros deseos más cínicos» y Demócrito cree que los sueños “pueden usarse para predecir el futuro”. Yo pienso que es encomiable el afán bretoniano de hacer presente el sueño en la vigilia, para evitar fenómenos como el de los Jefes Secretos, en que la pesadilla se hace presente en la vigilia.

La relación romántica entre sueño y muerte proviene de los poetas del siglo XVII y de Alcmeón de Crotona, que sostiene que “el sueño sobreviene cuando la sangre se concentra en las venas; que cuando esa sangre se dispersa, uno se despierta, y que cuando se va definitivamente, uno muere”.

Las “Kerés” eleusinas, al chupar la sangre de los heridos, los rematan, originando la imagen romántica de la pesadilla como vampiro chupando al humano. A. J. Cappeletti en su libro sobre sueño y filosofía nos recuerda a Demócrito, según el cual las imágenes (los ídolos), emitidas por las cosas, entran a través de los poros del cuerpo humano, y al volver a subir dan origen a los sueños. El ídolo llamado Noche que en un poema de Poe reina en un trono negro, se basa en las ideas de Demócrito y en ciertos versos de Avellaneda, y el casco gigante con plumas negras de El castillo de Otranto proviene de la caverna con plumas negras de Hipnos, dios griego del sueño.

El mundo de hadas según Novalis es comparable con el sueño al darle libertad al espíritu, y en el sueño están el pasado, el presente y el porvenir, es decir, la Eternidad. Y como según las religiones la Eternidad está después de la muerte, Yeats llega a suponer que la obra literaria es una máscara que después de la muerte será un rostro. El anhelo de Nerval, “dirigir un sueño en vez de sufrirlo pasivamente”, es el mismo que hay en mi libro sobre la Bella Durmiente, un ejercicio de sueño dirigido. Finalmente, Borges afirma que “la literatura no es más que un sueño dirigido”.

SUEÑOS

El sueño dirigido es también para controlar el mal, el impulso anti-social, agresivo, que aparece en algunos sueños en que se realizan deseos, como explica Platón en la República, diálogo político malo con fragmentos filosóficos buenos, genuinamente socráticos.

Artemidoro de Éfeso, del siglo II d. C., afirma en su Onirocritia (o Llave de sueños) que “los sueños vienen de deseos y clamores que agitan al alma”. Cappeletti en su libro sobre sueño y filosofía dice que “fundado en su teoría de los ídolos o simulacros, Demócrito explica no sólo los sueños sino también la aparición de genios y fantasmas, justificando así parcialmente la creencia popular en los dioses”.

Freud afirma en Tótem y tabú (1913): “La investigación psicoanalítica de personas neuróticas que padecen o han padecido, en su niñez, el temor a los fantasmas, nos descubre con frecuencia y sin gran dificultad, que tales fantasmas, tan temidos, no eran otros que los padres”. Freud parece inspirado por Hamlet, o por Los ladrones, el drama de Schiller en que podemos apreciar el siguiente fragmento: “Las enfermedades perturban el cerebro, y engendran locos y extraños fantasmas”. Esto lo dice Franz, “feo, jorobado y perverso, hijo del anciano conde Moor, achacoso y afligido”. A diferencia de Hamlet, Franz no siente piedad por su padre, y la crueldad de esa actitud lo enferma con fantasmas de remordimiento.

totem

El romántico Ludwig Tieck es precursor de Freud cuando observa que los espectros son productos de afectos inconscientes.

Los fantasmas no provienen del más allá sino de la mente. A fines del siglo XVII, Sor Juana dice en Primero sueño:

 

 Y del cerebro, ya desocupado,

 los fantasmas huyeron

 y –como de vapor leve formados

en fácil humo, en viento convertidos,

 su forma resolvieron.

 

En “La visión de Don Rodrigo”, poema de 1811, Walter Scott dice que los fantasmas de su cerebro se han esfumado “como guirnaldas de niebla bajo el sol”.

En la segunda mitad del siglo XIX, Emily Dickinson dice que el cerebro es una casa embrujada “con corredores que trascienden el lugar material”, y Elizabeth Siddall, la mujer de Rossetti, se refiere a los fantasmas de su cerebro.

El pasado de los amantes es “como el débil fantasma de una melodía olvidada que embruja las habitaciones desiertas de la mente”, en un soneto del decadente John Barlas, incluido en Sonetos de amor (1888).

A fines del siglo XIX, Lugones dice en “Los celos del sacerdote”:

“Cuando cruces (fantasma, luz, estrofa) – por las ruinas que pueblan mi cerebro, – como la triste luna que corona – la trunca arquitectura de las nubes: – yo quiero verte envuelta por la sombra – de la máscara negra y tus cabellos, –” El fragmento es de Las montañas del oro (1897).

lugones

En el poema “Profanación” de Canciones de bohemia (1905), F. M. de Olaguíbel dice:

 

Ya en mis fiebres insomnes no atraviesas

Como una aparición, por mi cerebro…

 

En El minutero (1923) dice López Velarde: “La flota azul de fantasmas que navegan entre la vigilia y el sueño, esta mañana, en el despertar de mi cerebro, tuvo por fondo los álamos y los fresnos de mi tierra”.

En su ensayo “Fausto y Helena”, Vernon Lee afirma: “Con la palabra fantasma no nos referimos a la aparición vulgar que es vista u oída en los cuentos escritos u orales, nos referimos al fantasma que poco a poco brota en nuestra mente, seducida no por corredores y escaleras sino por nuestra imaginación”.

En la novela Melusina (1896) de Jakob Wassermann, el personaje Vidl Falk le escribe a Mely: “Únicamente tu presencia, tu dolida sonrisa, puede apartar de mi camino los fantasmas de mi imaginación”.

El autor español José Ma. Gironella titula uno de sus libros Los fantasmas de mi cerebro, libro de breves cuentos de miedo, publicado en 1958.

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En su novela Verano embrujado, de 1972, Anne Edwards observa: “Shelley consideraba a los fantasmas un caso de mente sobre materia. O, en otras palabras, proyecciones del pensamiento cristalizadas tan claramente que nuestra mente los convierte en imágenes que son proyectadas a través de nuestros ojos y vistas por nosotros”.

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Continuará…

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Imagen de cabecera: «Joel’s ghost» de Clive Barker.

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EGPenEmiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).