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CUCARACHAS HUÉRFANAS EN CANON

 

 

Alicia M. Mares

 

 

 

“Esos insectos no sólo habían invadido los cajones y las alacenas, sino también todos los resquicios de nuestras conciencias. Cualquiera que las haya sufrido, sabrá que no exagero: las cucarachas casi siempre terminan convirtiéndose en una obsesión.”

 

El matrimonio de los peces rojos

Tras la separación de sus padres, el niño protagonista de “Guerra en los basureros” se va a vivir con sus tíos. No obstante, una invasión de cucarachas vendrá a perturbar esa fabricada paz. Esta es la premisa del segundo cuento en El matrimonio de los peces rojos (Páginas de Espuma, 2013), colección de Guadalupe Nettel cuya inclinación principal fue abocarse a la humanidad desde una perspectiva bestial. Peces, hongos, gatos, una serpiente y varias cucarachas hablan sin lenguaje en estas páginas. Por ende, henos aquí.

Una invasión silenciosa

El niño de 11 años llega a la casa de su tía Claudine, quien vive en un “fraccionamiento clasemediero con aspiraciones yankies” y tiene dos hijos obedientes. A su marido ni se le ve. Dado que no sabe si su madre volverá por él, el niño se convierte inadvertidamente en forastero. No lo dice expresamente, pero el impacto emocional del abandono lo vuelve una criatura solitaria que evade a aquellos en su nuevo hogar. Ya que su tía no lo reprende como a sus primos, tanto por compasión como por conmiseración, el niño ni se anima a integrarse.

“Recuerdo perfectamente la sensación de libertad que me causaba moverme sin ser visto ni escuchado por aquella casa y sospecho que de ese tiempo proviene la costumbre de caminar al ras de los muros de la que hablaba al principio.”

Hasta el momento, Nettel no ha mencionado a las cucarachas, pero estas oraciones certeras —como cuando el niño escucha personas conversando y decide qué comerá cuando el área esté desertada— ya establecieron un precedente en la mente lectora. Este comportamiento de insecto es comprensible debido a su soledad, aunque también traza un símil claro entre las alimañas y él.

Ahora bien, esta tendencia no se exacerbó en cuanto apareció la primera cucaracha, pues pasó algo más interesante: un canon.

Guadalupe Nettel, por Heras.

 

Canon de forasteros

Una noche, el niño se topa con una cucaracha a mitad de la cocina. Lo invade la animadversión, aunque también percibe una misteriosa familiaridad con ella. Ignora esto, consigue el coraje y mata a la cucaracha de un pisotón. No obstante, entonces habla Clemencia, otra trabajadora de la casa:

“–Si no la levantas y te deshaces de ella –me dijo–, vendrán a buscarla sus parientes.”

Vendrán a buscarla sus parientes: justo lo que el niño desea que le suceda a él. En el caso de aquella cucaracha muerta, la profecía resulta cierta, pues pronto la casa de la tía Claudine queda infestada por decenas de cucarachas, quienes buscan, quizá, venganza.

Superados por la plaga, viendo cómo cada veneno falla y tras reflexionar sobre las tradiciones culinarias de comer jumiles, chapulines o chinicuiles, Isabel, la hija de Clemencia, tiene una epifanía.

Los platillos se vuelven más exquisitos. Fritos, en salsa, en escabeche: Isabel se pone creativa y entre todos acuerdan guardarle el secreto al tío. El plan tiene éxito, pues el número de cucarachas desciende.

“La ingesta de cucarachas no sólo nos ayudó a terminar con la plaga sino que fomentó la amistad entre nosotros. Yo volví a comer a la misma hora que todos los demás, poniendo mayor atención en mis modales, y mis primos dejaron de segregarme por mi mal comportamiento. No hay nada como un secreto familiar para propiciar la unidad entre los miembros.”

Dicha guerra entre especies propicia la integración del niño. Y podría haber terminado allí, pero volvamos a lo del canon.

En la música, el canon es una sección con dos o más voces. La primera interpreta una melodía y, unos compases más tarde, la segunda voz repite esa misma melodía; ya sea de manera exacta o cambiando la tonalidad. Podríamos verlo como un eco y, en el caso del niño y las cucarachas, ambas llegadas parecen réplicas unas de las otras.

 

Dos huérfanos

Un día, vuelve la madre del niño. Viene a comunicar a tía Claudine que ha decidido internarse para lidiar con sus problemas. La tía la apoya. Y entonces, a pesar de los lazos que ha creado hasta el momento con la familia, el niño abraza a su madre tembleque, sabiendo que quiere vivir con ella, y le ruega que se lo lleve consigo.

Esto no sucede.

“No es que no quisiera verlas o hablar con ellas, pero carecía de fuerzas para salir de la cama y abrir. La única compañía que tuve en ese momento fue la de una cucaracha muy pequeña que permaneció toda la noche junto al buró de la esquina. Una cucaracha huérfana, probablemente asustada, que no sabía hacia dónde moverse.”

Dos forasteros cuya historia va replicándose de manera casi idéntica; historias que comienzan a destiempo y divide, irreparablemente, el odio. Y a pesar del contraste entre el comportamiento de sus parientes, tanto la historia del niño como la de la cucaracha terminan igual. Así se completa el canon:

Esa noche, cuando el niño entiende por fin que se ha quedado solo, mira a la última cucarachita en la casa, que había perdido a su familia un par de días antes. Y solamente se miran, en el pasmo de la orfandad.

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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)

Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación. Trabaja como redactora en una agencia digital. Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos. Creció al lado de un árbol de jacaranda.

Twitter: @AliciaSkeltar

Facebook: @AliciaMaresReading

Instagram: @aliciamayamares

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