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DON’T FALL ASLEEP

las pesadillas de Elm Street

 

 

Magdalena López Hernández

 

 

De mi infancia recuerdo poco; no obstante, si algo permanece en mi memoria son los ojos horrorizados de mi madre cada que se encontraban con un suéter a rayas verdes y rojas o veían el filo de un guante de garras metálicas en medio de la programación televisiva. He de decir que tardé en conocer la fuente de sus miedos; de hecho, quizá hubiera tardado más de no ser porque, cierto día, una tía contestó el teléfono de la casa y mirándome dijo:

–Magda, te habla tu tío Freddy.

Yo no tenía ningún tío (ni siquiera tengo un pariente) con ese nombre, pero como a ella le pareció una aberración que no lo conociera, decidió sentarme en el sofá para ponerme Pesadilla en la calle del infierno, y justo en el momento en el que un hombre de suéter rayado aparece tras la espalda de una asustada Amanda Wyss, hizo la presentación oficial:

Él es tu tío Freddy Krueger.

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Intencional o no, después una hora cuarenta minutos, mi tía me hizo la peor pesadilla de mi madre, cuyo miedo al personaje era directamente proporcional a la fascinación que me había generado. El porqué de esa atracción lo desconozco; tal vez, en ese momento, el hecho de que un supuesto pariente mío saliera en la tele me pareció fantástico. El punto es que desde entonces, gracias a la cercanía preestablecida, él fue, es y ha sido mi villano slasher favorito. ¿La razón? Ahora sí me queda muy clara: en Elm Street, Wes Craven dio vida al monstruo perfecto.

Freddy Krueger proyecta nuestros temores ancestrales incluso antes de adquirir su dimensión sobrenatural. En sus tiempos mortales, atentó contra los órdenes establecidos a través del homicidio; sin embargo, lo perturbador no permanece en ese hecho, sino en la propuesta que surge a partir de ello: al ser un asesino de niños, el infanticida es la inversión del rol paterno, por lo que en lugar de proteger y formar, ataca y destruye; no procura la inocencia infantil, sino que la aniquila; no transmite los valores de formación social, sino que erradica el vehículo de su perpetuidad. La muerte de los niños implica, hasta cierto punto, el exterminio de semillas de civilización, lo cual instaura un reino de barbarie que es capaz de traspasar los dogmas sin temor a nada. Esto último queda evidenciado en el momento en que, a pesar de ser capturado e inculpado, el asesino queda en libertad.

"A Nightmare on Elm Street", por Sam Chivers.

«A Nightmare on Elm Street», por Sam Chivers.

A partir de ese acontecimiento, en medio de la histeria, los padres de Elm Street son devorados por el universo caótico sembrado por el homicida, a quien persiguen hasta el cuarto de calderas que recibió los cadáveres de sus hijos y, justo ahí, lo queman vivo. Toda ley racional pierde el sentido y, precisamente en esa brecha, Fred Krueger puede regresar. Sin embargo,vuelve como algo peor, ya que, si bien en vida era capaz de saltar las normas sociales, después de su muerte franquea las leyes de la realidad.

Años después del incidente, con el rostro derretido y su representativo suéter a rayas verdes y rojas, Krueger resurge en las pesadillas colectivas. Permaneció oculto en la memoria, y una vez que el olvido se dispersó entre los habitantes de Springwood, hizo su entrada triunfal por una puerta que nadie puede evitar: la del sueño; desde ese punto de vista, el slasher de la calle del infierno surge no como intruso onírico, sino como consecuencia natural de un proceso ineludible. En ese terreno, se transforma en un depredador que aprovecha la fragilidad de la víctima para aislarla en el mundo salvaje del inconsciente, donde nadie puede acompañarla ni protegerla y nada puede ser controlado. Ahí, en medio de los vapores rojizos de las calderas, su bestialidad se corporiza en las garras de acero que cabalgan sobre las tuberías componiendo un réquiem metálico, a través del cual Freddy baila con total libertad y poderío: conoce nuestras mentes mejor que nosotros mismos; se ha tomado el tiempo de recorrerla para aprenderse de memoria los silencios, vulnerabilidades, represiones y temores con el fin de volcarlos en la peor pesadilla. Naturalmente, las víctimas tratan de emprender la huída, evitan el sueño como quien corre de una pequeña muerte, sin embargo, son cercadas por el humor ácido de Fred Krueger, que no alivia sino que empeora el escenario. “¡No es real! ¡Es sólo un sueño!”, gritan antes y después de despertar, pero ¿logran despertar realmente?

!A Nightmare on Elm Street", por Matt Ryan Tobin para Mondo.

«A Nightmare on Elm Street», por Matt Ryan Tobin para Mondo.

Desde el incendio de las calderas, Springwood vive sumergido en el universo caótico instaurado por Krueger, donde predominan las mentiras, la venganza, la desconfianza y el miedo a la verdad de las que sólo despiertan en apariencia. Así, pues, las pesadillas son una prolongación del infierno original y se siembran como un virus que infecta la cotidianidad convirtiéndola en una extensión del sueño. Ante ello, la autonomía del mundo onírico y el mundo real se disuelve; la transición deja de ser precisa, por lo que abrir los ojos ya no implica ninguna certeza ni seguridad: tanto dormidos como despiertos, los jóvenes de Elm Street viven sin refugio, condenados en un universo en el que Freddy ha dejado de ser creador de pesadillas para convertirse (también) en productor de realidades que reflejan la  desintegración a través de familias separadas, padres alcohólicos y adultos violentos, las cuales refuerzan el miedo a la intrusión.

Es debido a esto que las víctimas del asesino de sueños se saben vulnerables desde todos los flancos; abandonados y exiliados por sus padres, están, como niños huérfanos, completamente desprotegidos, por lo que la puerta de salida son ellos mismos. Sólo cuando descubren su valor, se vuelven capaces de instaurar el orden en medio del caos para reconocer la debilidad del monstruo: en sueños, él puede resurgir, pero en la vigilia, no. Por eso, para destruir al amo de pesadillas, los héroes de la saga necesitan reafirmar su realidad sobre la implantada por Krueger y, como en toda película de terror, lo logran. En las escenas finales de las películas de la saga, el espectador respira de alivio junto con los personajes cuando estos son incorporados a un panorama de realidad inalterada.

Sin embargo, es en ese descanso donde Fred Krueger se regenera y, a la mitad de una risa áspera, deja, entre guiños y filme tras filme, clara la advertencia: a diferencia de otros monstruos, no importa cuántas veces destruyas su cuerpo, los sueños nunca mueren.

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Imagen de cabecera: «Freddy Krueger», por Lee-Howard-Art.

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magdamurderMagdalena López Hernández (Ciudad de México, 1992)

Eterna aprendiz de Edgar Allan Poe, asidua visitante de la melancolía romántica, los clásicos góticos y victorianos, así como exploradora de los terrores contemporáneos impresos en celulosa y celuloide. Cautiva de las aguas ochenteras y rocanroleras de un Orfeo en rebeldía. Lectora por vocación y pasión; maestra de literatura por convicción; correctora de estilo por oficio.

Facebook: Magdalena López Hernández (Miss Murder)

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