Novena carta náutica
EL MAR COMO UN REFLEJO ATERRADOR
Alejandra Q. Pérez
Mucho hemos hablado de piratas y monstruos aterradores, ¿pero qué pasa si el verdadero horror es el mar mismo?
Las imponentes aguas pueden parecer algo lógico de temer, no sólo por la dificultad de navegación que ha existido en todas las épocas, sino también por la desesperación que el ambiente hostil puede generar en la mente humana.
Y es justo ahí donde nos centraremos hoy, en la mente de aquellos humanos que se han enfrentado de cara a la muerte en el mar.
Para ello es necesario hacer un breve repaso por una zona poco mencionada en la literatura de horror: el océano.
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La literatura de horror ambientada en el océano ha existido desde los principios del arte con Odiseo y su lucha por volver a casa, Jasón y sus argonautas enfrentados a múltiples peligros y todos los horrores que aquellas aventuras contenían. Aunque dicha aventura es lo que más llama la atención, las criaturas mitológicas que se presentan tienen un origen no tan aventurero.
El horror en el arte se da debido a los propios miedos del ser humano, siendo el mar uno de los más grandes y difíciles de descifrar hasta la fecha. Por ello, no es de extrañar que la literatura ambientada en las interminables aguas sea tan recurrente y, básicamente, una constante en todas las épocas.
Sin embargo, así como las civilizaciones avanzan también lo hace el arte. Cuando los monstruos marinos dejaron de ser intimidantes, pues ya eran algo muy conocido gracias a las múltiples obras sobre ellos, se buscó explorar otras vertientes del océano.
Y qué mejor que mezclar el miedo natural a las aguas con el miedo, también natural, de la mente humana y sus locuras inimaginables. Bajo esta idea, es que nace en 1899 la novela El corazón de las tinieblas, escrita por Joseph Conrad.
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Conrad era un escritor de origen polaco que usó su propia experiencia como base para la creación de su novela: fue marinero a bordo del vapor ‘Roi des Belges’, encargado de navegar a través del río Congo haciendo todo tipo de transacciones; aunque su travesía duró escasos seis meses, la brutalidad que existía en la zona por parte de los europeos hacía los nativos causó que Conrad necesitara de mucho tiempo de recuperación y reflexión.
Fue en la necesidad de liberarse del peso que su viaje le causó, que Conrad escribe El corazón de las tinieblas como una exploración a la psique del ser humano y sus más oscuras pasiones.
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La novela cuenta la travesía de Charlie Marlow, un marinero que busca durante años a un hombre llamado Kurtz, quien apunta a ser el jefe del mercado negro de marfil más importante de la época. Este viaje, con notas muy similares a los viajes piratas narrados por Emilio Salgari, se torna tenebroso conforme nos adentramos en los pecados del alma humana, no sólo de Marlow, también de otros personajes y hasta del mismo Kurtz y su leyenda.
La narrativa puede parecer ambigua, pero el simbolismo va de la mano con esa ambigüedad, de modo que inclusive la personalidad poco compleja del protagonista se vuelve una introspección al alma reflejada en las heladas aguas de la noche.
Porque para Conrad y sus personajes esa es la máxima representación del mar: un espejo interminable que refleja de forma cruda la condición humana. En los océanos y en los ríos, los seres humanos desatan las pasiones, la violencia y la locura.
La novela es una construcción en clave de hechos reales y otros ficticios, pero que en conjunto son una serie de simbolismos pensados para poner en tela de juicio la brutalidad humana y la fragilidad de la mente ante los horrores a los que el mar los conduce. Porque aquí el monstruo a vencer no es un Kraken o una sirena aterradora; el monstruo más peligroso, indomable, es el propio ser humano. El mar sólo es un camino, una guía cuyas corrientes te llevan a lugares donde tu cordura se pone a prueba.
Pero el mar también aleja y aísla, le permite a la mente sentirse en soledad; cada quien puede sentir esa soledad como un tormento o una bendición, según sus propios pesares.
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Tal como Conrad, existen muchas otras obras que representan el mar como un espejo o puente del horror que la mente y las pasiones humanas pueden representar. El propio Frankenstein es una serie de cartas enviadas desde un barco varado, donde la locura cada vez es más insoportable.
Existen incluso leyendas que van un paso hacía lo paranormal, como las tradiciones japonesas que consideran el agua, en especial los ríos, como un puente entre el mundo de los vivos y los muertos. De forma similar se presenta la entrada al Mictlán en la mitología azteca; lo mismo en la griega, cuyo viaje al inframundo inicia en la pequeña embarcación de Caronte.
Así termina este pequeño repaso por una visión más contemporánea, a la par que universal y ancestral, sobre el mar y lo que sus profundas aguas pueden representar en el corazón humano.
¿Alguna vez has mirado tu alma en el reflejo del océano?
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Alejandra Q Pérez (Guadalajara, Jalisco; 1999)
Egresada de la Lic. en Escritura creativa (UdeG).
Directora del proyecto La capa de Oscar Wilde, dedicado a la difusión del arte y la creación de talleres literarios.
Ha publicado en diversas revistas y antologías digitales y físicas.
Ponente en el Primer Encuentro de Estudios Frikis (Colef: 2023), el Primer Encuentro de Minificcionistas en Jalisco (UdeG: 2023)
y en el Segundo Encuentro de Mujeres investigadoras de la cultura asiática (Centro Cultural Hotaru: 2024).
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