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EL MONSTRUO HA MUERTO

La tierra clama nuestros nombres de Javier Armendáriz*

 

Erika Mergruen

 

El monstruo ha caminado en este mundo desde tiempos inmemoriales. Ha sido compañero de nuestra especie. Su forma y su rostro no son estáticos, fluyen y se transforman a nuestro ritmo. Han sido representados sobre las piedras de las cavernas, sobre las montañas, sobre los nichos de las edificaciones antiguas; los monstruos han sido nombrados en la palabra escrita y en la tradición oral. Han sido motivo en diversas representaciones artísticas: desde el libro iluminado del medioevo han recorrido un largo camino en el tiempo para iluminar u oscurecer el celuloide, la pantalla de bulbos, el plasma, los leds. Lo monstruoso, pareciera, es inherente a la humanidad. Cito:

Demonio —grité—, ¿osas acercarte? ¿No temes que desate sobre ti mi terrible venganza? Aléjate, ¡insecto despreciable! Mas no, ¡detente! ¡Quisiera pisotearte hasta convertirte en polvo, si con ello, con la abolición de tu miserable existencia, pudiera devolverles la vida a aquellos que tan diabólicamente has asesinado!

La cita anterior pertenece a Frankenstein o El moderno Prometeo, novela gótica de la escritora inglesa Mary Shelley, publicada en 1818. Desde su aparición, el monstruo creado por Víctor Frankenstein ha sido replicado una y otra vez: verde, de cuerpo cuadrado, como si se tratara de un robot torpe, mudo; a veces como un muñeco de plástico o de felpa, otras como un producto comestible: el monstruo hecho galleta o malvavisco cuyo significado se desintegra en la boca de los niños.

Bien mirado, uno puede creer que ese monstruo ha muerto tras más de 200 años de existencia. ¿Por qué elegimos borrar todo rastro de ese monstruo sin nombre? ¿Por qué nuestra urgencia de olvidar a eso, a la cosa, a la abominación?

Recordemos a los monstruos de los mitos y las leyendas, aquellos que custodiaban tesoros materiales, espirituales o intelectuales. Esos monstruos eran el agente provocador del esfuerzo, del dominio del miedo y del heroísmo. El monstruo simboliza la imagen de cierto yo a vencer para desarrollar un yo superior. Víctor Frankenstein no derrotó a su monstruo, a su criatura. Desde el inicio, Víctor canceló toda posibilidad: cuando le da la espalda a su creación para salir huyendo de su laboratorio sabemos que ambos personajes, que son uno sólo, están destinados a no prevalecer. Entonces, ¿en verdad queremos disolver al monstruo u olvidar la derrota de su creador?

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He invocado la novela de Shelley para hacer un paralelismo con la novela de Armendáriz, porque él ha creado a un monstruo: La tierra clama nuestros nombres. Enfatizo: “Nuestros Nombres”. Así como el doctor Frankenstein armó a su criatura con las partes más hermosas que arrancó de no se sabe cuántos cadáveres diferentes, asimismo lo ha hecho Armendáriz: ha arrancado trozos de la literatura existente: cuento literario, cuento tradicional, poema, estampa, diálogo, monólogo, autobiografía. Armendáriz ha creado una novela uniendo trozos, tanto en la forma como en el estilo. ¿Es esta una novela realista o pertenece a la literatura de la imaginación? ¿Es de terror, policíaca o costumbrista? ¿Es el trabajo de un periodista, de un antropólogo, de un cuentista?

Algunos la etiquetarán como un híbrido. Yo he elegido nombrarla la reencarnación del monstruo de Víctor; ya no en un cuerpo corrompido sino en folios de un libro impreso. Es una novela de lo extraño: La tierra clama nuestros nombres es un extrañamiento, como lo definió Leopoldo María Panero:

El extrañamiento, que estriba así en el hallazgo de combinaciones “extrañas” —nuevas— de elementos familiares ya dados […] el extrañamiento como el arma privilegiada del artista para obtener una significación nueva “original” única a pesar de su universalidad.

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Si bien el monstruo de Víctor era su otro yo, al que no pudo vencer, el monstruo de Armendáriz, en cambio, es el otro yo de un país completo. Lo dicho, el monstruo es el otro yo a vencer de un país conformado por todos nosotros, por todos esos nombres que clama la tierra. Es nuestro monstruo. Cito a Armendáriz:

La criatura se alzó sobre las patas traseras, descubriendo ante nosotros la herida que llevaba en el vientre. No sé cómo explicar lo que pasó después, pero la herida se abrió. Se extendió hasta volverse inmensa, hasta cubrir todo lo que veíamos. Había un fuego en el fondo, abriéndose paso entre los huesos y la piel y la sangre. Un fulgor dorado que erosionaba el aliento, que exterminaba cualquier palabra, cualquier imagen; un resplandor hermoso […]

En la novela de Armendáriz pareciera que el portal entre lo natural y lo sobrenatural se ha desvanecido. El todo de la novela es el monstruo, sus partes son cada capítulo, personaje, escenario, el tiempo pasado, presente y futuro. Es un monstruo que ha logrado cobrar vida no gracias a la alquimia o al texto encontrado de algún científico delirante. Su novela cobra vida con el poder de la palabra logrado por el oficio del autor. No hay pretensiones, pero sí la empatía y el conocimiento de quien ha sabido observar y aprehender su entorno.

No sólo el monstruo de Shelley ha muerto sino los de muchos otros autores, los de los mitos de civilizaciones antiguas, los de las religiones. Los gastamos como en algún momento gastamos las metáforas de la poesía hasta que estuvieron muertas. El monstruo que permanece como una metáfora muerta del transcurrir de nuestra civilización. Pero su esencia, su espíritu —o acaso debería decir su fantasma— nunca dejó de estar. Nuestra proyección, nuestro reflejo, sí, nuestros monstruos, prevalecerán mientras nosotros no desaparezcamos de la faz del planeta.

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Alberto Chimal, Javier Armendáriz y Erika Mergruen.

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Podemos proclamar: ¡El monstruo ha muerto, viva el monstruo!

Ante este monstruo renovado, La tierra clama nuestros nombres, podemos emular al triste doctor Frankenstein: darle la espalda y correr. Ya lo hacemos. La gran mayoría llevamos años en desbandada. Pero el monstruo nos sigue y nos encuentra una y otra vez, destruyendo, destruyéndonos. Leer las páginas de esta novela es una invitación a hacerle frente, a mirar el horror: contener el aliento en “La noche de Santo Toribio”, ensordecer el alma con “Las voces de los perdidos” y perder toda esperanza al escuchar “La última transmisión del Capitán Andrómeda” mientras nadie escucha los aullidos de “Los perros de Las Coloradas”.

La novela de Armendáriz es una lectura necesaria. Más allá de las ideologías o de las preferencias literarias. Es una obra terroríficamente hermosa que logra mostrar que el monstruo somos todos.

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*texto leído en la presentación de la novela en Casa Refugio Citlaltépetl el 4 de abril de 2025.

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Erika Mergruen

Nació en la Ciudad de México en 1967. Desde 1998, ha publicado poesía, minificciones y cuentos,

tanto como obras individuales como en antologías y libros colectivos, además de relato autobiográfico, dos novelas y un cuento infantil.

Ha impartido talleres y cursos, ha sido colaboradora de diversas revistas y periódicos.

Desde hace 20 años, mantiene el sitio http://www.osiazul.com.mx/

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