THE MUSIC OF ERICH ZANN
el poder de la música
Roberto Carlos Garnica Castro
Lovecraft escribió “The Music of Erich Zann” en 1921 y fue publicado por primera vez en 1922 en The National Amateur.
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En este breve relato, un hombre busca el edificio en el que vivió cuando era estudiante de Metafísica. Se siente desesperado y confundido pues, al parecer, nadie conoce la Rue d’Ausiel. ¿Algo se la tragó? Durante la infructuosa búsqueda rememora el extraño paisaje, el intolerable hedor y, sobre todo, la inquietante melodía de un violista alemán, música que esconde un terrible secreto y que le hizo huir despavorido, en medio de la noche, de ese lugar.
Sin duda es fascinante acercarse a este texto desde una perspectiva literaria, pero también es revelador minar sus apuntes filosóficos.
El tópico central de este texto es la música, pero también encontramos consideraciones en torno al sonido en general. Algunas interrogantes que surgen de su lectura son: ¿Existen sonidos provenientes de otro lugar[1] cuya percepción es problemática? ¿Hay composiciones musicales de hechura no humana? ¿Una obra puede ser, al mismo tiempo, hermosa y terrible? ¿Cuáles son los efectos de la música en los seres sintientes?
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Lovecraft habla de “strange music” (Lovecraft, 2013, p. 117), “weird notes”, “weirdness of his music” (Lovecraft, 2013, p. 117)[2], “unutterable music” (Lovecraft, 2013, p. 120), y asegura que “ninguna de sus armonías tenía nada que ver con la música que había escuchado antes” (Lovecraft, 2005, p. 213); incluso asevera que aquellos sonidos “contenían vibraciones que no evocaban nada que fuera de este mundo” (Lovecraft, 2005, p. 215), se trataba de “una nota suave, pausada, intencionada, burlona, que llegaba de muy lejos” (Lovecraft, 2005, p. 217).
En ese sentido, en consonancia con la filosofía lovecraftiana, el calificativo más adecuado para aquellos sonidos y aquella música es indescriptible. Hay que aclarar, sin embargo, que dicha noción va más allá de un recurso fácil, pues se trata en realidad de “un auténtico manifiesto ontológico y estético que exige el reconocimiento de realidades que están más allá de nuestras capacidades cognitivas” (Garnica, 2024a). A esto hay agregar que, si se trata de sonidos procedentes de otro lugar y/o de música extrahumana, igual que un posible color proveniente del espacio exterior, ninguna de las taxonomías existentes sería suficiente para clasificarlos y comprenderlos (Garnica 2024b).
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Hay que tener presente, además, que en sí mismo el concepto de música, a pesar de ser intuitivo, es de una complejidad mayúscula.
¿Qué hace que un sonido sea agradable? ¿Qué debe poseer una sucesión o acoplamiento de sonidos para considerarse música y no mero ruido? Y no se trata forzosamente de lo bello, pues así como existe lo sublime terrorífico en la pintura (Garnica 2024b) también existe la “aterradora música” (Lovecraft, 2005, p. 218), el “pandemónium”, la “caótica babel” de “sonidos que me llenaban de un temor indefinible… un temor de vagos prodigios e inquietantes misterios” (Lovecraft, 2005, p. 215 y 216).
Lo más impresionante es que esa música aterradora, como el abismo y la muerte, atrae. El protagonista de nuestro relato, desde la primera vez que escuchó a Erich Zann, se obsesionó por “lo extraño de su música” (Lovecraft, 2005, p. 212) y todas las noches perseguía los sonidos malditos de esa viola, incluso a hurtadillas.
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Y si la obsesión puede poseer al oyente es, por supuesto, porque también echa raíz en el intérprete: “a medida que pasaban las semanas, la interpretación se volvió más frenética, mientras el viejo músico fue adquiriendo un aspecto cada vez más demacrado y sospechoso, que daba pena ver” (Lovecraft, 2005, p. 215).
¿La música es capaz de abismarnos en la locura y destruirnos? Su “ejecución era cada vez más fantástica, delirante e histérica… Vi que no se daba cuenta de nada. Sus ojos estaban desorbitados, vidriosos, ciegos, y la frenética interpretación se había convertido en una irreconocible orgía al azar, mecánica, que ninguna pluma podría siquiera insinuar” (Lovecraft, 2005, p. 217).
Por si fuera poco, Lovecraft sugiere que la música tiene la facultad de refrenar o despertar poderes.
Es cierto, la música en tanto pasión intensa puede llevarnos a la obsesión, a la locura y a la destrucción, pero también es cierto que, como sentenció Nietzsche, músico, visionario y alemán como Erich Zann: «la vida sin la música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio» (Ruíz, 2017).
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[1] La noción otro lugar expresa la misma ambigüedad lovecraftiana: no se sabe si dichos sonidos tienen un origen meta terrestre o extra dimensional.
[2] Aunque generalmente se traducen dichos términos como extraño y rareza, en realidad se refieren a algo más complejo e inexpresable.
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AQUÍ puedes leer «La música de Erich Zann».
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REFERENCIAS
Garnica, R. C. (2024a), “The Unnamable, lo innominable como categoría ontológica y estética”, en Penumbria. Revista fantástica para leer en el ocaso. Recuperado de: https://www.penumbria.mx/lo-innominable-como-categoria-ontologica-y-estetica/
Garnica, R. C. (2024b), “Pickman’s Model de Lovecraft. Lo verosímil como ideal estético”, en Penumbria. Revista fantástica para leer en el ocaso. Recuperado de: https://www.penumbria.mx/lo-verosimil-como-ideal-estetico/
Garnica, R. C. (2024c), “The Colour Out of Space. El daltonismo de la ciencia moderna”, en Penumbria. Revista fantástica para leer en el ocaso. Recuperado de: https://www.penumbria.mx/el-daltonismo-de-la-ciencia-moderna/
Lovecraft, H. P. (2005), “La música de Erich Zann”, en Narrativa completa/Vol. I. Valdemar.
Lovecraft, H. P. (2013). “The Music of Erick Zann”, en Complete Works of H. P. Lovecraft. Delphi Classics.
Ruíz, J. (2017). Nietzsche al piano: “La vida sin música sería un error”. El Mundo. Recuperado de: https://www.elmundo.es/cultura/2017/09/14/59b9996a468aebf2298b4655.html
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Roberto Carlos Garnica Castro
Poseído por múltiples pasiones como la filosofía, la antropología, la historia y la literatura ha desarrollado una mirada caleidoscópica y rizomática que se funda en un principio muy simple: abordar cada cosa desde el otro extremo. En ese sentido considera que toda filosofía tiene un trasfondo poético y toda obra literaria una base filosófica… y la mortal vida es la fuente de todo.
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