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EL SOPOR DE LOS CABALLEROS

Julián Araf

 

«¿Por qué escribo? Porque simplemente no puedo seguir soñando estando despierto.

Necesito vivirlo, experimentarlo y decir que por un momento es real, mientras escribo.»

 

¿Alguna vez se ha detenido el hombre a contemplar sus sueños al estar despierto? Se podría decir que es imposible, ya que estos se esfuman en el momento en que se deja de soñar; los sueños vívidos son meras acciones ilusorias, formas en las que la mente engaña al sujeto y nos hace creer que tenemos control sobre el reino de Morfeo, cuando la realidad es que los sueños se moldean por sí solos, sin intervención de la conciencia del hombre.

Así pues, es sólo el sopor el que nos brinda un poco de dominio con respecto a nuestros deseos inconscientes. Entonces el hombre domina el deseo antes de dormir, antes de que materialice sus sueños aún sin planearlo: el sueño, pues, es espontáneo y aun así está ligado a lo que planeamos sin querer antes de cerrar los ojos. Pero, si controlamos el momento previo al sueño, en el que moldeamos de manera inconsciente al deseo que se refleja mientras dormimos, ¿cómo podríamos concebir las figuras fantásticas, llenas de cualidades proféticas, epifánicas o en algunos casos burdas, que tenemos en sueños?

Algunas otras veces los sueños simplemente son laberintos, que curiosamente el mismo ser moldea; como cual arquitecto, el hombre se predispone y crea paredes invertidas y callejones sin salida, puertas ocultas o que no conducen a nada, todo esto con una precisión gráfica increíble en la que sólo resta preguntarse el cómo. Claro que todo esto lo crea cuando el cerebro descansa, cuando no hay un pensamiento circundante en la conciencia, ¿o no?

Inclusive podríamos a llegar a pensar, dada la magnitud de las obras concebidas en el mundo onírico, que los sueños no son producto de nuestra imaginación sino, más bien, nosotros somos producto de ellos. Los sueños sueñan al hombre que los sueña a ellos: sueña al hombre en un mundo sencillo, plano y de una sola cara, en donde lo que es sólo lo es en un sentido (todo lo contrario al sueño, en donde un objeto o persona puede ser todos a la vez al igual que ninguno, que nada).

Paradójicos. Así son los sueños, de una cualidad y calidad indescriptibles e incomprensibles. Y si todo esto nos lleva a la conclusión de que nunca podremos entender de dónde y cómo surgen los sueños, entonces los sueños deberán de ser el género literario más fantástico y extravagante que se haya presentado a la humanidad. Porque para pensar un sueño no hacen falta letras, sólo ideas que no sean inmutables y que adquieran cualquier forma que deseen ellas mismas.

Porque los celos se pueden mostrar en forma de muerte, y los sapos podrán ser señal de desconfianza, al igual que un beso podrá representar toda la soledad de una persona. Los sueños tienen la característica de ser tan polimorfos como la imaginación misma, así que si pudiéramos, siquiera por una única ocasión, transcribir un sueño en letras, tendríamos sin duda el cuento de todos los cuentos, con distintas formas e interpretaciones.

Aunque tristemente esto último, como se mencionó en un principio, será imposible. Lo único que nos queda al despertar es la reminiscencia de un suceso increíble, que se pierde ante el choque de la realidad y se empieza a olvidar, poco a poco hasta el punto en el que el sueño polimorfo y fantástico queda reducido a algo tan burdo como un garabato sin sentido. Entonces, ¿qué alternativa tiene el hombre para continuar viviendo una fantasía independiente a la de sus sueños?

La literatura.

Que si bien no es del todo sueños, son garabatos con un poco más de forma, concebida a plena luz de la noche o de una buena siesta, en el sopor de los caballeros. Esos autores que deleitan con formas más fantásticas que concibieron gracias a la imaginación prolífera, ya que no se sacian con seguir durmiendo para soñar. Tienen que escribir para vivir esos sueños que nunca pudieron ni habrán de alcanzar, esa es la magia que nos motiva a muchos para escribir: ver (o más bien, leer) los sueños hechos realidad.

Chuang Tzu soñó que era una mariposa.

Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa

o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

 

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Imagen de cabecera: MC Escher

 

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20160305_140547Ante todos soy Carlos Vara, pero en mis momentos más privados escribo bajo el nombre de Julián Araf. Tal vez escriba como otro porque en el fondo siempre quise ser alguien más, y la magia que hallo en las letras es la misma que me permite cumplir tan peculiar anhelo. Nací en la pequeña ciudad cuenqueña de Tuxtepec, Oaxaca, en 1997, y por razones del destino (y también gracias al ímpetu) me hallo actualmente residiendo en Guadalajara, Jalisco. Empecé a escribir por pasión desde los 15 años gracias al amor que hallé en alguien, y cuando perdí el mismo, continúe más animado que nunca, pero imagino desde antes de tener memoria; desde literatura fantástica hasta las tragedias de las que hallo la inspiración en todas partes. Emprendedor de distintos proyectos literarios pequeños, pero, sobre todo, apasionado escritor y lector.

¡Llévatelo!

Sólo no lucres con él y no olvides citar al autor y a la revista.

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