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INÉS ARREDONDO

gritos desde el río subterráneo

 

Andrea Madrueño

 

¿Qué explica un loco?, ¿qué significa? Ruge, arrasa como el río, ahoga en sus aguas sin conciencia, arrastra las bestias mugientes en un sacrificio ancestral.

(“Río subterráneo”, Inés Arredondo)

 

En 1926 Virginia Woolf escribió un artículo titulado “Estar enfermo”, donde se interna en los paisajes desconocidos que aparecen cuando declinan las luces de la salud. Ella advertía la necesidad de encontrar un lenguaje especial para comunicar lo corporal; “uno más primitivo, sensual y obsceno” (“On Being Ill”, 1926). Cuando nos convertimos en desertores del ejército de los erguidos y necesitamos guardar cama. Convaleciendo y flotando por un momento con las ramas de la corriente, entre hojas muertas y flores, mirando hacia el cielo, quizá por primera vez en años.

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Como el cuadro Ofelia de John Everett Millais (1852), que nos muestra la belleza suspendida e inerte de la joven, cautivada por el hechizo fatal de las voces que acechan desde los raudales de la locura. No es ningún secreto que las voces y los cuerpos de agua tienen una relación un tanto siniestra. En distintas culturas podemos encontrar relatos que aconsejan hacer oídos sordos ante los cantos de las sirenas e ignorar los susurros de los espíritus elementales que invitan a los incautos a sumergirse en la oscuridad del agua para siempre.

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La escritura posee su historial de figuras seducidas por la fatalidad de aquellas voces que rondan los meandros del trabajo creativo y que han cobrado la vida de célebres plumas entre las que se encuentra la propia Virginia Woolf, quien una mañana caminó hacia el río Ouse con los bolsillos de su abrigo repletos de piedras. Su carta de despedida decía: “Comienzo a escuchar voces y no puedo concentrarme…”.

Lo cual nos recuerda el peligro que representa ese llamado ominoso para alguien que atraviesa por un periodo de fragilidad. En ese sentido, encontramos en la literatura mexicana un caso notable. Se trata de Inés Arredondo (Culiacán, 1928), una autora que consiguió nadar en aguas turbulentas —creativa y psíquicamente hablando— y cuya narrativa resuena con el eco sombrío de la relación que su cuerpo sostuvo con la enfermedad.

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Inés Arredondo (1928-1989)

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En el libro Sol negro. Depresión y melancolía (1987), la filósofa y psicoanalista Julia Kristeva reflexionaba sobre la importancia de que la depresión se apoye en cierta erotización del sufrimiento para que, por medio de mecanismos como la sublimación, el melancólico pueda defenderse del suicidio. Referido por la misma Inés Arredondo, la escritura le ayudó a superar algunas de sus peores crisis. Por ejemplo, su primer cuento publicado (“El membrillo”, 1957) fue escrito después de la muerte de su segundo hijo. En palabras de Arredondo: “Aunque el cuento no tiene nada que ver con la circunstancia ni con el estado de ánimo en que me encontraba cuando surgió en mí. A mi modo de ver, el dios de los posesos se apiadó por esta vez y buscó una salida para mi neurosis” (Cuentos completos. Fragmento de la entrevista La cocina del escritor, 1982).

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Desde cierta perspectiva podemos considerar que el trauma que se impone al yo durante momentos críticos como un duelo o en cuadros como el de la melancolía guarda semejanza con las voces acuáticas que piden vidas como tributo a cambio de apaciguar el sufrimiento. En Duelo y melancolía (Freud, 1917) encontramos que el duelo es por regla general la reacción frente a la pérdida de una persona amada; por su parte, la melancolía se caracteriza en lo anímico por una desazón profunda y una cancelación casi absoluta del interés por el mundo exterior. La inhibición melancólica tiene algo de enigmática, porque no es fácil ver lo que absorbe tan enteramente al enfermo. Al respecto, Kristeva señala: “El melancólico habla una lengua muerta que anuncia su suicidio y oculta una Cosa enterrada viva. Pero no traduce la Cosa para evitar traicionarla: quedará tapiada en la cripta del afecto indecible” (Sol negro. Depresión y melancolía, 1987). La melancolía se encuentra asociada con una herida narcisista no simbolizable, difícil de traducir a palabras y que obtura la dimensión deseante del sujeto con promesas de vacío y de muerte.

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En muchos aspectos, la obra de Inés Arredondo —contenida en tres libros de cuentos: La señal (1965), Río subterráneo (1979) y Los espejos (1988)— aparece como una radiografía descarnada de los padecimientos que la atormentaron durante gran parte de su vida. Se sabe que intensos dolores originados por problemas de columna la llevaron al quirófano en distintas ocasiones. Entre largos y terribles periodos de convalecencia, acompañados del letargo por las altas dosis de fármacos, la autora creó gran parte de su ficción, en la cual podemos apreciar el dialecto gutural y cavernoso del cuerpo emanando de la sordidez de sus letras.

De acuerdo con Claudia Albarrán (una de las principales estudiosas de la vida y obra de Arredondo), sus enfermedades y trastornos emocionales son un tema delicado, del cual familiares y amigos guardan total hermetismo. Aun así, es sabido que al menos en dos ocasiones fue internada por intentos de suicidio, tras ingerir altas dosis de alcohol y pastillas. (Albarrán, C. Escritura y enfermedad: Inés Arredondo). Es significativo recordar que durante la época en que Inés Arredondo presentó síntomas de depresión, ese tipo de trastornos constituían un tema tabú para el cual no existían tratamientos adecuados ni palabras para referirse a lo que la autora describió de forma aterradora como: “El grito, el aullido, el alarido que está oculto en todos, en todo, sin que lo sepamos” (“Río subterráneo”, 1979). Aquello primordial que se arremolina en la forma de fuerzas pulsionales que nos atraviesan a todos, las cuales muchos pueden asociar con el temor a la pérdida de la cordura.

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Acerca de la incomodidad de caminar en el filo donde los límites se desdibujan, encontramos en la literatura de Inés Arredondo una incitación para asomarnos en la madriguera donde se guarda lo vergonzoso y lo marginado, en especial lo que se refiere al horror familiar. Como la aproximación a la insania planteada en su cuentoRío subterráneo”, que en forma de relato epistolar narra la historia de cuatro hermanos aislados en una casa donde el destino ineludible de todos es la locura. A partir de la carta que la hermana menor dirige al hijo de Pablo (el hermano mayor), tratando de disuadirlo para que se mantenga lo más alejado posible de la demencia que infesta a la familia, nos enteramos de que ésta tiene un mecanismo de transmisión muy particular: el grito.

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En el imaginario de Arredondo la locura se contagia al intentar comprender ese grito. Los hermanos gritan como rebaño o manada y entre ellos se esparce un pánico enloquecedor, consecuencia de querer entender lo que es imposible de simbolizar. Es algo inquietante, precisamente porque proviene del propio cuerpo, dejando al descubierto aquello que se contrapone a la razón y nos emparenta con lo animal. Algo que perturba y a la vez fascina, y que Inés Arredondo —como autentica guardiana de lo prohibido— nos tiende la llave para que lo desenterremos. Es algo que tiene un hedor clandestino y abyecto como la Cosa melancólica. Tan cercano e íntimo que casi resulta imposible de soportar.

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AQUÍ puedes leer «Río subterráneo».

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Referencias

  • Woolf, V. (1926). Estar enfermo: Notas desde las habitaciones de los enfermos. Alba.
  • Kristeva, J. (1987). Sol negro. Depresión y melancolía. Waldhunter.
  • Freud, S. (1917). Duelo y melancolía. Obras completas, tomo XIV. Ed. Amorrortu.
  • Arredondo, I. (2011). Cuentos completos. “Río subterráneo”, p. 173-182. Ed. FCE.

 

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Andrea Madrueño

Bruja y psicoterapeuta. Especializada en las artes oscuras de la teoría psicoanalítica. Escritora de cuentos tétricos que han sido publicados en antologías y revistas digitales como Medusas (2022), Siniestras: cuentos de mujeres que incomodan (Especulativas, 2022),Penumbria Distópica (2022), Penumbria #56 (2022), Cósmica Fanzine (2022), Navidades Paralelas (Lengua de Diablo, 2022) y Revista Exocerebros #5 (2023).

Twitter: @andreamadrueno

Instagram: @andreamadrueno

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