Décima carta náutica
LA MUERTE PIRATA
Alejandra Q. Pérez
A lo largo de la historia de la humanidad se han presentado diversas formas de afrontar la muerte como parte natural del ciclo de la vida, pasando de temer a todo aquello relacionado con lo fúnebre a realizar rituales y conmemoraciones en honor a quienes ya no están entre nosotros. Así, surgen festividades como el “Día de muertos” mexicano —también existente en otros países de América Latina—, el “O-bon” japonés y el “Phi Ta Khon” en Tailandia, entre muchas otras festividades centradas en recordar a los fallecidos.
Para nosotros, estas prácticas forman parte de la cultura y tradición cotidiana; las conocemos desde pequeños y crecemos viéndolas en sus diversas formas. Sin embargo, antaño, en épocas de la Grecia clásica y el Imperio Romano, lo fúnebre no era un motivo que produjera buenas miradas en las poblaciones. Y, como ya deben intuir, nuestros queridos piratas se saltaban toda costumbre, creando un acercamiento muy particular con la muerte y los dioses que la representaban.
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Los piratas de la antigüedad eran comerciantes expertos, cuyo mantenimiento del sentido de unidad entre los suyos era la base de su éxito y dominancia en ciudades importantes como lo fue Sicilia o la Roma de Sexto Pompeyo —de quien hablaremos más adelante—; por esa necesidad de mantener la unidad, es que surge una visión piratica sobre la religión, tomando como principales deidades al dios de la guerra, Ares, y al dios del comercio, Hermes.
Es con estos dioses que los piratas muestran su primer acercamiento al culto de la muerte, pues por un lado tenemos a Ares —Marte, para los amigos romanos—, valeroso dios de todos los guerreros que protegía a sus seguidores en batalla, pero también era un dios sanguinario que infundía temor tanto a los humanos como a los dioses. De igual forma, Hermes era un dios difícil de clasificar, pues se le consideraba un “puente” entre muchas cosas, destacando su conexión con el comercio al ser una deidad que, justamente, comerciaba con otros dioses, así como ser el encargado de trasladar las armas de los caídos al inframundo, siendo ambas características de gran admiración para los piratas.
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Teniendo estas referencias, podemos hacernos una idea de la forma en que eran vistos estos antiguos piratas, pues en muchas ciudades eran aceptados por sus habilidades comerciales, además de temidos al considerarlos guerreros sanguinarios y sin temor a la muerte, adquiriendo un carácter casi mítico entre la población común. Este misticismo se acrecentó cuando Sexto Pompeyo, hijo del gran estratega militar y emperador Pompeyo Magno, fue considerado pirata por sus rivales políticos, Octaviano, Marco Antonio y Lépido (partidarios del derrotado Julio César). Octaviano se encargó de tirar todo poder que tuviera Sexto, pues éste, ante la caída de su padre, se vio obligado a esconderse en la mar, volviéndose el comandante de varias naves conformadas por ladrones, antiguos miembros del ejército de su padre y otros enemigos de Octaviano que habían sido expulsados de sus tierras natales. Así, con una poderosa escuadra, Sexto se dedicó a saquear ciudades y conseguir gobernarlas a cambio de protección y buenas relaciones comerciales con el resto de ciudades bajo su control.
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Ya sea porque los propios piratas adquirieron cada vez más un carácter tenebroso o porque el ejército de Sexto dejó una gran impresión a su paso, poco a poco se comenzó a relacionar a los piratas con rituales en veneración a las deidades de ultratumba, llegando incluso a considerarlos caníbales ante la idea de que realizaban sacrificios humanos como parte de sus rituales. El propio Sexto parecía creer en estas ideas, pues se afirma que tenía conexión con una bruja nigromante que le contactaba con su difunto padre, en lugar de consultar los acostumbrados oráculos de la época.
Existen diversos historiadores de la época que afirman que estas deidades de ultratumba a las que se encomendaban los piratas tenían, entre sus múltiples poderes, control sobre las aguas y tempestades de los mares, lo que resultaba muy favorable para los piratas.
Es con estas y otras creencias que van surgiendo los ritos funerarios en altamar, siendo el más recurrido —dada la naturaleza conflictiva de los piratas y los peligros propios del océano— el entierro en el mar.
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Ante la imposibilidad de realizar paradas en tierra, se realizaban breves ceremonias fúnebres que culminaban con el arrojo al mar del cadáver. Esta práctica, que inclusive se volvió común durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, ha sido plasmado en el arte a través de diversas formas.
En la literatura pirática, por ejemplo, Emilio Salgari nos muestra un entierro marino en su novela El corsario negro (1898). Después de recuperar el cadáver de su hermano, el capitán pirata conocido como el Corsario Negro debe realizar un entierro breve ante la inminente llegada de las tropas españolas. Lo que el lector presencia se aleja de las religiones tradicionales, pues los personajes se muestras devotos del mar y están convencidos de que las almas de los piratas fallecidos habitan entre las aguas nocturnas:
[…] La gran bandera del Corsario había sido puesta a media asta en señal de luto […] Toda la tripulación había salido a cubierta, colocándose a lo largo de las amuras. Aquellos hombres de rostro bronceado por los vientos del mar y el humo de cien abordajes estaban tristes y miraban con vago terror el cadáver del Corsario Rojo, que el contramaestre de a bordo había encerrado en un saco de tela gruesa juntamente con dos balas de cañón. […] En aquel momento parecía como si las ondulaciones del agua produjeran susurros extraños: ya parecían gemidos extrahumanos, ya suspiros roncos, ya débiles lamentos. El sonido de la campana resonó en la toldilla de popa. La tripulación en masa se arrodilló, y el contramaestre, ayudado por tres marineros, suspendiendo el cadáver, fue a colocarlo en la amura de babor. […]
(El corsario negro (1989), edición libre del Sistema de Universidades Estatales de Oaxaca.)
Así, a través de la pluma del gran autor pirático Emilio Salgari, tenemos una muestra de la presencia de estos ritos fúnebres y creencias de ultratumba presentes en la ficción.
Por supuesto, tenemos muestras similares en otras obras, como en la película Cómo entrenar a tu dragón 2 (Dean DeBlois, 2014), donde vemos morir a un jefe vikingo y cuya sepultura es realizada en una barca con destino al Valhala. O la constante presencia de almas cuya vida terminó en el mar en la saga Piratas del Caribe. Sin olvidar otras obras literarias que mezclan la terrible presencia de los piratas con deidades ligadas a la muerte, y de las cuales ya hemos mencionado en anteriores entregas.
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De nueva cuenta, vemos cómo la vida pirata parece abrazar la muerte, aunque esta vez de una forma más humana que parece romper, a la par que acompañar, la naturaleza salvaje del alma pirata.
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Alejandra Q Pérez (Guadalajara, Jalisco; 1999)
Egresada de la Lic. en Escritura creativa (UdeG).
Directora del proyecto La capa de Oscar Wilde, dedicado a la difusión del arte y la creación de talleres literarios.
Ha publicado en diversas revistas y antologías digitales y físicas.
Ponente en el Primer Encuentro de Estudios Frikis (Colef: 2023), el Primer Encuentro de Minificcionistas en Jalisco (UdeG: 2023)
y en el Segundo Encuentro de Mujeres investigadoras de la cultura asiática (Centro Cultural Hotaru: 2024).
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