LAFCADIO HEARN
EL CUERVO ERRANTE
Irad Ramírez
Un niño pasea por habitaciones vacías, jugando entre muebles cubiertos por sábanas y polvo, ajeno al tiempo, sin más compañía que libros, fantasmas e imágenes sacras. A pesar de su inocencia, una nube de melancolía transforma su semblante, destinado a permanecer solo toda su vida.
Lafcadio Hearn nació en la mítica Ítaca, actualmente la isla de Léucade, en Grecia, en 1850. Hijo de una pasión fugaz entre un militar inglés y una noble griega, fue abandonado al cuidado de su tía abuela en Dublín. Su paso por colegios católicos le crearon un temprano repudio por la religión, para disgusto de su devota madre sustituta. Al joven le atrajeron más los mitos páganos de antaño, por lo que toda su vida anheló los lugares de naturaleza anacrónica, ajenos al avance del tiempo.
Marcado por un sino trágico, un accidente le desfiguró el rostro, perdiendo la visión del ojo izquierdo, dejando un profundo complejo antes de pasar a la adultez. En las fotos de Lafcadio siempre se le aprecia de perfil y cabizbajo, incluso un relieve hecho en su honor en Tramore tiene esta particularidad.
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Al llegar a su mayoría de edad, un villano le quitó su patrimonio y lo desterró a Estados Unidos, pasando de una vida acomodada a la indigencia. Vagó por las calles de Cincinnati, donde se enamoró de la cultura de los inmigrantes africanos, se empapó de sus canciones, leyendas y tradiciones vudú. El impresor Henry Watkin, de origen inglés, rescató a Hearn, en el cual encontró un espíritu afín, compartiendo conversaciones y lecturas, dándole el apodo de «El cuervo» por el poema de Poe. Posteriormente, Hearn consiguió un empleo como reportero del Cincinnati Daily Enquirer, donde describió sus andanzas en los barrios populares, revindicando la cultura negra, por una sociedad que apenas se adaptaba a la abolición, ganando notoriedad y repudio de los círculos privilegiados.
Otro motivo de escándalo fue su romance con Alethea Foley, una mujer afrodescendiente con la que contrajo matrimonio. El intenso amorío duró apenas tres años, tras pelearse y reconciliarse en varias ocasiones. Otra consecuencia de la unión fue el despido de Lafcadio, tras la presión de algunas personas influyentes. Después, Lafcadio se mudó a Nueva Orleans, donde siguió en contacto con el folklore de la región, ahora como corresponsal del The Cincinnati Commercial, competencia directa de su anterior empleo. Durante diez años se dedicó a pulir su estilo y se empapó de la literatura francesa y de Poe. Su anhelo por la cultura negra lo llevó a instalarse posteriormente en La Martinica, una de sus etapas más felices, continuando con su labor de observación y registro, recogidos en Two Years in the French West Indies, de 1890.
Ese mismo año —por su naturaleza inquieta— aceptó un trabajo como corresponsal en Japón, país que se encontraba en una transición a la era moderna y que se abría progresivamente al comercio exterior. La naturaleza introspectiva de Lafcadio y su sensibilidad encontraron una afinidad por la cultura de sus nuevos anfitriones, donde pasaría sus últimos catorce años de vida.
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Pasado un tiempo obtuvo un empleo como docente en la Universidad Imperial de Tokio y se casó con Koizumi Setsu, de una familia noble en decadencia, descendiente de samuráis, con la que sólo se podía comunicar mediante un traductor, ya que Lafcadio nunca aprendió a hablar japonés. Tuvieron cuatro hijos y, para asegurar su futuro, Lafcadio adoptó la nacionalidad japonesa y el nombre de Yamuko Koizumi. Siguió con su labor de recopilar las historias populares, fértiles de apariciones y dramas; repelido por la rápida industrialización de Tokio, se acercó a los asentamientos rurales, evocando un pasado que desaparecía de a poco.
Sus relatos son como cajas chinas a Las mil y una noches, donde él mismo se introduce en sus relatos, dándoles una capa de verisimilitud y acompañándonos con comentarios y pies de página, donde explica algunas palabras y conceptos japoneses. Algunos de los libros más destacados que escribió en esta época fueron Kokoro y Kwaidan, donde describe sus descubrimientos en sus viajes por la región, con impresiones del carácter de las personas con las que interactuó, las leyendas de la tradición oral y otros aspectos que llamaron su atención.
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Los fantasmas japoneses que Lafcadio desenterró son universales, los ritos comparten similitudes con los de otras culturas y las leyendas parecen repetirse. «Lanchitas», relato escrito en 1880 por el xalapeño José María Roa Bárcena, tiene un efecto recurrente en los relatos japoneses: espectros que crean escenarios ilusorios, como una trampa para ratones, mezclando el pasado con el presente, no siempre mal intencionados, pero que provocan un daño irreparable, ya sea físico o psicológico, en sus víctimas. Otro relato con estas características es «La demoiselle d´Ys», de Robert W. Chambers, escrito en 1895, donde un viajero tiene un romance sobrenatural que trasciende en el tiempo. En otra historia de Chambers, «El hacedor de lunas», describe a unas criaturas similares a los cangrejos Heike, los cuales tienen la particularidad de tener un rostro en su caparazón, nombrados así por la épica Heike Monogatari también mencionada por Hearn en su relato «Hoichi el desorejado».
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En un fragmento de «Un Karma pasional», Lafcadio describe algo que recuerda al Día de Muertos:
Cuando llegó la época del Bon, el gran Festival de los Muertos que comienza el décimo tercer día del séptimo mes, preparó y decoró su casa para la celebración. Colgó las linternas que guían a los espíritus en su viaje al mundo mortal y depositó alimentos para los fantasmas en el shōryōdana, el Estante de las Almas. En la primera jornada del Bon, tras la puesta de sol, prendió una lamparilla ante la tablilla de O-Tsuyu y encendió las linternas.
Lafcadio murió a los 54 años de un ataque al corazón en 1904. La pérdida progresiva de la vista lo angustiaba, algo que lo persiguió toda su vida. Algunos críticos adjudican su particular visión de la realidad a esta deficiencia, como un habitante de un mundo de sombras e impresiones abstractas.
Cuando la literatura fantástica dejaba atrás los espectros del romanticismo, pasando a los de la razón, la atmosfera exótica y ancestral (incluso para el Japón de la época) influyó a autores de todo el mundo como Lovecraft, que comentó en El horror sobrenatural en la literatura:
Lafcadio Hearn, personaje extraño, errabundo y exótico, se aleja todavía más de la esfera de lo real, y con la maestría suprema de un poeta sensible urde fantasías imposibles para un autor del tipo pragmático.
Por otro lado, Jorge Luis Borges, quien estuvo en la casa de Lafcadio, dijo en «Mi experiencia con el Japón»:
Me impresionaron mucho (los libros de Hearn), sobre todo uno con un hermoso título: Some Chinese Ghosts. Creo que la fuerza está en la palabra some, «algunos», pues Chinese Ghosts no tiene por qué impresionarnos. Algunos los vuelve más precisos y a la vez más lejanos.
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Masaki Kobayashi dirigió en 1964 Kwaidan, película que adapta varios relatos de Hearn, con una estética especial, entre lo onírico y teatral, una de las películas favoritas de Guillermo del Toro, que la considera como «un cuento de hadas que es increíblemente aterrador e increíblemente hermoso y habla sobre el amor y la muerte con igual pasión».
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Retomando la belleza espectral del Kwaidan de Kobayashi, el artista francés Benjamin Lacombe ilustró los relatos de Lafcadio en dos bellos volúmenes publicados por Edelvives en español. Por otro lado, la editorial Valdemar recopiló en un libro homónimo una selección de las historias fantasmales de Lafcadio (incluyendo las que aparecen en la película), prometiendo en un futuro editar sus relatos vudú, a pena de sufrir una terrible maldición. Por último, Páginas de Espuma reeditó Fantasmas de la China, una gran forma de acerarse al bello y aterrador mundo de Hearn.
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AQUÍ puedes leer algunos cuentos de Lafcadio Hearn.
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Irad Ramírez
Artista visual y Especialista en Promoción de la Lectura, egresado de la Universidad Veracruzana. Se dedica a la divulgación de la literatura fantástica y de horror.
Fundador de Los Antiguos y Abismales, comunidad que se reúne periódicamente desde el 2017 para la lectura, análisis y discusión de cine y literatura de horror.
También colabora en el Reflexionario Mocambo, espacio cultural dedicado a la promoción de la lectura y las artes vivas.
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