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LOS MONSTRUOS QUE HABITAN EN LO SUTIL

todo lo que quieres saber sobre cuentos de Hadas

II

Aglaia Berlutti

Primera parte

 

Cuando era una niña pequeña, mi abuela me mostró una escultura de una de sus artistas favoritas: Malvina Hoffman, una obra impresionante de bronce oscuro de tamaño natural reunida en una espaciosa idea de creación femenina. La artista había esculpido con visión salvaje cuerpos, generalmente desnudos, de personas de todo el mundo.

Malvina Hoffmann (1916)

La artista derramaba su amor sobre la enjuta pantorrilla del cazador, los largos pechos de la Madre con dos hijos mayores, las espléndida esbeltez de la virgen, los testículos del anciano colgando hasta medio muslo, la nariz con unas ventanas más grandes que los ojos, la nariz curvada como el pico de un halcón, la nariz como un ángulo recto. Se había enamorado de las orejas enormes de los etíopes, de los rostros esquivos y exquisitamente redondeados de los indígenas australianos. Le encantaban cada uno de los cabellos enroscados como los cestos de las serpientes y cada uno de los cabellos ondulados como unas cintas que se desdoblaran o los cabellos lisos como la hierba. Sentía el amor salvaje del cuerpo. Comprendía el poder que había en nuestra piel y nuestro concepto de carnalidad.

Recuerdo haber pensado, aun siendo tan pequeña, que la vida es bella solamente por recrear la imperfección a través de una estética individual. Con una sonrisa  — a escondidas de los celosos vigilantes del museo —  apoyé mi mano sobre la curva de un rostro, en la cadera de una mujer gigantesca, en la pierna de un cazador eternizado en bronce y esperanzas. En aquel momento no supe muy bien como expresar la enorme emoción que me invadió, la sensación espúrea y fascinante que la tierra y el tiempo carecían en ese momento de significado o, mejor, que se encontraban contenidos en todos aquellos rostros, en todas las voces, las danzas misteriosas que nunca vería y que solo podría imaginar, toda la vida que la artista había retratado a través de su pasión.

¿Eso es lo que simbolizan los cuentos de Hadas en realidad? No lo sé. Al menos no tengo una respuesta concreta, como podría haberla tenido la maravillosa Angela Carter y su espléndida recopilación sobre relatos orales del mundo entero. Según Carter, “un cuento de hadas es una mirada furiosamente viva sobre la raíz central del pensamiento primitivo”. Lo cual es cierto, pero además forma parte de la cultura pop de una manera que resulta en ocasiones inquietante por su tácita aseveración sobre la naturaleza del relato, la idea sobre las emociones puras y algo más profundo. ¿No es ese el motivo por el cual las Princesas Disney continúan siendo estereotipos sobre la mujer admirados y admitidos por millones de niñas alrededor del mundo?

Recuerdo haber pensado algo semejante cuando se estrenó la película Maléfica, especie de spin off de la original historia de La bella durmiente. Investigando sobre la polémica que suscitó la película en su oportunidad, encontré que, en una versión primitiva de la historia, Maléfica es un “hada” (en contraposición con la versión Disney animada, que habla sobre una bruja) y que se le tiene por un personaje esencialmente benigno que fue “herido” por la ambición “de los hombres”. No se menciona, por supuesto, el motivo por el cual el personaje carece de alas (como todas las hadas literarias y del folclore europeo), pero sí se insiste en que Maléfica es una criatura “mutilada”. El pensamiento me intrigó y me pregunté si en algún momento alguna antigua narración esbozaría la misma conclusión a la que Linda Woolverton —guionista de la versión actual —  llegó: ¿Eran las alas de Maléfica un símbolo de su libertad, belleza e incluso feminidad? La idea no parece descabellada: en una de las tantas versiones del cuento original de «La bella durmiente» se insiste que un Hada “malvada y envilecida” se venga del Rey “por dolor”· Mucho más especifico, se le llama malvada “debido a la venganza”. Es una idea que asombra, no solo por el matiz que arroja sobre la visión que se tiene sobre el personaje sino por la simbología de la narración primitiva, que se aleja lo bastante de la versión actual, como para desconcertar al lector más desprevenido.

Incluso las implicaciones de la manera en que se aborda el personaje de Maléfica parecen meditar sobre puntos muy controvertidos de la versión original en la que se basa. En una versión más antigua de la historia, Aurora no despierta de su sueño interminable con un beso de amor: es violada por el príncipe hasta que queda embarazada. Una imagen profundamente chocante y cruel que convierte al cuento original en una de las acostumbradas metáforas sobre la violencia y el dolor tan comunes en la Edad Media. Aún más, la historia parece expresar esa idea del Príncipe “que rapta” a su “Dama” como derecho Divino. Una recreación del tristemente célebre derecho de “Pernada” que daba derecho al señor Feudal a tomar la virginidad de las hijas de sus siervos. ¿Es la misma visión sobre Maléfica, traicionada y herida por alguien en que confía, que nos muestra la película? ¿Es esa imagen dolorosísima de Maléfica, mutilada y desfigurada de una manera casi simbólica, la que insinúa que hablamos sobre un tema mucho más profundo y doloroso? ¿Es su metafórica vulnerabilidad y su dolor un reflejo de esa feminidad rota que parece contener su versión más primitiva?

«The Sleeping Beauty», por John Coller (1921).

Una idea que cuando se analiza parece mostrar todo un nuevo cariz sobre la historia de La bella durmiente que es más conocida y, sobre todo, la verdadera dimensión de los personajes. En la historia original (titulada “Sol, Luna y Talía” del italiano Giambattista Basile, que data alrededor del año 1634), la Princesa tampoco despierta por un beso de amor. Nueve meses después de ser violada por un noble desconocido, la Princesa da a luz a dos gemelos, un niño y una niña, Sol y Luna. Los niños son cuidados por las hadas, que acompañan a la princesa mientras duerme. Un día el niño trata infructuosamente de cogerse al pecho de su madre, encontrando finalmente su dedo. Empieza a chuparlo y logra, casualmente, extraer de su piel la astilla envenenada que la mantiene dormida. En ese preciso momento Talía recupera el conocimiento (unos cien años después de haber caído “muerta”). ¿Es entonces la nueva reinvención del mito de Maléfica un homenaje al simbolismo del cuento original? ¿Es el personaje, con toda su dualidad y singular vulnerabilidad  — que tanto ha molestado a los fanáticos de la versión original —,  una revisión de la historia original y su metáfora con respecto a la perdida de la inocencia?

Más allá, Maléfica (como planteamiento) parece subvertir esa noción occidental que insiste en la figura femenina como débil y accesoria o, en el mejor de los casos, como acompañante necesaria de la historia masculina. Para sorpresa de propios y extraños, Maléfica es una película de personajes femeninos en universos y vicisitudes femeninas y eso a pesar de lo descafeinado que puede resultar algunas propuestas y giros argumentales. Pero el solo hecho de que el guión rechace la idea del beso de amor para brindar mayor importancia a la complicidad femenina  — lo que ha hecho que más de un crítico insista sea “un alegato lésbico” —  crea un precedente muy intrigante sobre el planteamiento de estas nuevas heroínas femeninas, solteras y significativas por derecho propio. Desde la audaz “Merida” de Brave, que decidió romper el esquema del “vivieron felices para siempre” por el “viví feliz y cómoda sola”, hasta esa última imagen de Aurora coronada en medio de un reinado solitario, deja muy claro que Disney reconstruye su discurso tradicional a favor de algo mucho más sustancioso: una construcción renovada de la mujer y del mundo femenino.

Más asombroso y puntual resulta su cuestionamiento a la demonización de lo femenino, que parece hacer referencia inmediata a toda la visión medieval de la mujer como “tentadora” y “perversa”. El guión asume a Maléfica como parte de una naturaleza irracional, una idea que trasciende a la mera visión de la maldad por la maldad. Y es que el personaje, a pesar de su sencillez y, de nuevo, de ser concebido como una idea comercial, permite reivindicar esa idea de la mujer como poderosa y a la vez emocional. La fuerza de la mujer salvaje que forma parte de un imaginario sutil de la cultura universal.

Con su carga de ambigüedad moral y, sobre todo, su insistencia en el horror de lo que se oculta bajo capas de simbología, los cuentos de Hadas siguen siendo un misterio en sí mismo. Pero más allá de eso, se trata de una ruptura de la visión racionalista sobre la vida, para lograr algo tan complejo que por momentos resulta inclasificable. ¿Qué es un cuento de Hadas en realidad? ¿Una metáfora de la historia humana? De la imaginación a la realidad y de la inocencia a una perversa belleza, los antiguos relatos orales son un recorrido malicioso por nuestros secretos inconfesables. Una historia oculta bajo el rostro de la normalidad.

***

Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

TheAglaiaWorld 

 

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