TEKKONKINKREET
y el mito del minotauro
La mujer perro
Al enfocarse esta columna en lugares siniestros, no podía dejar pasar la oportunidad de hablar de Tekkonkinkreet, quizá la obra más famosa de Taiyō Matsumoto. Un manga —y película, porque el estadounidense Michael Arias lo adaptó a la pantalla en 2006 para el estudio nipón 4°C— en el que la protagonista es la ciudad.
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Ciudad Tesoro es el sitio en el que conviven las personas normales —que no interesan a la trama—, el Estado —más que nada representado por la policía, acéfala—, la mafia —que empieza a dividirse por discrepancias en sus intereses—, la gente de la calle —los huérfanos— y las empresas extranjeras —o alienígenas— que están llegando a la ciudad.
Cada una de las facciones que habitan este lugar, cada uno de sus personajes viven una situación que los aqueja, y esa situación está relacionada con Ciudad Tesoro, la vorágine que poco a poco termina por consumirlos casi a todos.
Me falta espacio para describir cada una de las facciones de la ciudad, así que voy a enfocarme en quienes más me importan, y a partir de eso explicaré cómo se involucran las demás partes.
Como mencioné en la entrega pasada, Taiyō Matsumoto pasó un rato de su infancia en un orfanato. Aún no he encontrado el chisme completo, así que desconozco exactamente en qué condiciones sucedió o cuál fue la razón de que sus padres lo dejaran ahí. Pero lo cierto es que ese momento permea gran parte de su obra. Tekkonkinkreet no es la excepción.
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Y es que, aunque la ciudad sea la protagonista, hay otros dos personajes cuya importancia es casi igual de relevante: Blanco y Negro, dos huérfanos callejeros que han aprendido a sobrevivir y habitar de una manera muy peculiar este espacio. «Los Gatos», como los llama la gente, se la pasan saltando de un edificio alto a otro, o hacia la calle, o hacia los carros en un juego de desplazamiento similar al parkour.
Es su manera de sentirse parte de algo, abrazar esos muros de concreto, saberse cada atajo y rincón de la ciudad se traduce en apoderarse de ella, hacerla suya. Subsisten robando, asaltando e intimidando.
Es bastante obvia la referencia de Blanco y Negro, pero estos chicos no son opuestos, esto es oriente, y ying y yang son complementarios. No queda muy claro si son hermanos, pero los niños gatos tienen, además de la ciudad, el uno al otro. Blanco es un crío sumergido en su mundo, inventando historias, tratando de entender y aprender a contar, o a leer la hora en los relojes que atesora. Blanco es esperanza, una metáfora es cómo pone una semilla de manzana en su callejón de la ciudad, esperando y esperando a que germine.
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Al ser un niño su actitud es infantil, pero él se empecina en ella. Su objetivo es evadirse de la realidad, de esa ciudad. Es un niño tierno, dulce, y de los dos gatos es el que siempre cae bien. Sin embargo, no deja de ser violento, pero vive con remordimiento. Se disculpa ante dios cuando hace mucho daño.
Por el contrario, Negro vive sin arrepentimientos. Él hace la mayor parte del trabajo sucio, a veces se ensaña con la crueldad; de hecho, cada vez más mientras avanza la historia. En ocasiones parece disfrutarlo, otras le da igual. Pero no es enteramente malo, pues casi todo lo piensa procurando a Blanco: le consigue papel de baño para que se suene los mocos, lo baña, le dice que se lave los dientes, lo viste, trata de darle las cosas que quiere y está dentro de sus posibilidades obtener, aunque sea de la peor manera.
La forma de vivir de estos niños es brutal. Lo único que han conocido es la violencia de la madre, esa ciudad en la que están al desamparo, a merced de aquél que quiera reclamarla como suya y eliminarlos. A la vez, la ciudad es lo único que tienen, lo único que sienten que les pertenece. Aun así, tanta rabia no puede ser contenida.
La violencia es su manera de devolverle la cara a esa crueldad, o al menos la única que conocen, o la única que los ha mantenido vivos hasta ahora. Así justifican golpear a todos los que se les atraviesan, dando por hecho que es en defensa propia.
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¿Y por qué nadie hace nada si son unos simples chiquillos? El Estado en este manga se reduce a ser representado por el departamento de policía, particularmente los agentes Fujimura y Sawada, que haciendo eco de nuestra vida no sirven de mucho. Fujimura, un agente veterano, se limita a ser una especie de conciencia de lo que pasa en la ciudad y dar como veredicto que no le queda mucho tiempo, y en tanto sucede algo en lo que puedan intervenir anda siguiendo los pasos de un viejo mafioso que ha regresado a este sitio.
Además de los gatos que no pueden atrapar, los policías se inquietan por la reaparición de Suzuki, «el Ratón», uno de los yakuza de antaño más importantes dentro de la ciudad que ha llegado con un nuevo subalterno favorito, Kimura. En palabras de Fujimura, Suzuki es «un hombre que le cambia el carácter a una ciudad», uno que en su momento estableció el negocio y los prostíbulos en Ciudad Tesoro, un hombre que impone. Sin embargo, la decadencia de cualquier imperio siempre llega.
El Ratón reaparece llamado por su jefe, un hombre de más alto rango —a los japos les encantan esas cosas de los rangos— que pide su ayuda para reorganizar los negocios y apoyarlo en uno nuevo con un extranjero, Serpiente —sutil, ¿eh?
El jefe de Suzuki, en colaboración con Serpiente, está construyendo un parque de diversiones llamado «El castillo de los niños» —en el distrito de los gatos y Suzuki—, algo que considera muy rentable y oportuno; además, él se lleva de maravilla con la gente de afuera. Pero Suzuki no, considera gentuza a los extranjeros y estos nuevos proyectos con Serpiente no le parecen adecuados para la ciudad. Ahí empiezan las disconformidades.
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Kimura, el alterno de Suzuki, está al tanto de todo y al principio quiere ayudarlo porque lo estima, pero es nuevo en la ciudad y ahora va a tener que abandonar todo el sentido común que ha adquirido para poder trabajar en ella. Kimura es muy parecido a Negro en cuanto a sentimiento, pero no audacia. Disfruta la violencia porque dice que ésta no necesita ser razonable, ni coherente, ni compasiva; todo es presidido por el dolor, lo cual le parece una obra maestra hasta que…
Negro se le atraviesa en el camino, exigiéndole que deje de jugar en su ciudad y se abstenga de vender la mercancía que le pidió Suzuki comerciar. Hay una pelea donde Kimura queda muy malherido, además de mostrar su incapacidad para cumplir lo que le piden y evitar a los gatos. Así que el Ratón lo manda a descansar un rato.
Oportunamente, Kimura es contactado por Serpiente para que le ayude a «limpiar su ciudad» —ajá, eso dice el extranjero— y, pues como Kimura está ofendidísimo con el Ratón, acepta. Aquí primero el orgullo y luego las lealtades.
Todos creen que Ciudad Tesoro es suya, sólo hay por ahí un viejo sabio alcohólico y andrajoso que aconseja a uno de los niños: «No digas ‘mi ciudad’, Negro, es un mal vicio».
Pero nos encanta el vicio, ¿sí o no? Más cuando involucra poder y dinero. Se está dando un proceso de gentrificación —tan de moda en estos días— que, además, ejemplifica la herida histórica más doliente de Japón: la restauración Meiji, el momento en que el exterior forzó a Japón a abrir sus puertas.
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Serpiente es un personaje rarísimo que interviene en Ciudad Tesoro con tres matones enormes —que parecen más bien androides— a los que les habla en un idioma codificado que te hace dudar si son de la tierra o más bien de otro planeta.
Serpiente proclama que su trabajo es empapar de música clásica las baladas populares, transformar y limpiar la ciudad. Se ensaña en eliminar a los Gatos. El Ratón, abiertamente, le dice que no está de acuerdo, que si la ciudad tiene que cambiar su carácter deberían ser los ciudadanos quienes lo hagan. Serpiente se burla de él respondiendo que «ese sentido de localidad anticuado frena el desarrollo de la ciudad».
Te voy a decir que Ratón, a pesar de ser un mafioso, es un personaje muy entrañable para mí. Ratón representa al viejo Japón idealizado, el de los samurái —antes de convertirse en salary man—, la pintura, la cerámica y la contemplación de la belleza. Se lamenta por su vejez que piensa lo hace volverse negativo ante los cambios, pero cree fervientemente que la alteración que está a punto de ocurrir va a terminar con todo y le confía una frase a Kimura: «Pronto esta ciudad parecerá Disneyland».
Y yo no quiero ser intrigosa, pero ahí se siente como que dio un llegue a esa escena histórica del emperador Hirohito con un Mickey Mouse como diciéndole algo al oído, o la historia de que en ese viaje le dieron un reloj de Mickey Mouse que atesoró hasta la tumba. ¿Atesoró o lo tenía encadenado a la muñeca hasta en el lecho de su muerte? Nomás lo dejo por ahí.
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Pero bueno, a la gente le encanta pensar que el progreso tiene que ver con edificios cool de cincuenta pisos, condominios, mil anuncios y tiendas departamentales. Pero ya, ya, le bajo.
El punto es que Serpiente necesita limpiar la ciudad, y para eso tiene de su lado a Kimura y a sus androides, que no son androides porque sangran —tal vez sean cyborgs— sino más bien una alegoría de hasta qué punto se deshumaniza a las personas para convertirlas en sólo un medio para obtener un fin. Súper productivo y eficiente este pedo.
Los hombres-máquina son tan eficientes que logran lastimar casi de muerte a uno de los Gatos, y la situación se torna tan delicada que se decide que lo mejor es que los niños se separaren y así se pierde el equilibrio; y sin éste, se empieza a perder la cordura.
Entonces, ya casi al final aparece alguien que hasta ahora sólo vivía en los rumores de la gente de la calle: el Minotauro. Matsumoto deja muy en claro con los diálogos que el Minotauro es todo el poder de la oscuridad auténtica, pero es curioso que cuando aparece la semilla de manzana en el cemento comienza a germinar.
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En la mitología griega, el Minotauro fue el hijo de los reyes de Creta. Minos, el rey, siempre presumía de contar con el favor de los dioses y los retó para que le dieran un presente que nadie más pudiese tener. Y que sale Poseidón y saca de las olas un majestuoso toro blanco y le dice a Minos que ahora lo sacrifique en su honor —bien humilde el dios—, pero el rey estaba tan fascinado con el animal que fue incapaz de matarlo e intentó engañar a Poseidón sacrificando otro toro, esperando que el dios no se diera cuenta. Obvi que se dio cuenta, y su venganza fue impregnarle a Pasífae, esposa de Minos, un deseo desenfrenado por el toro. Ya buscarás tú los detalles si no los sabes, pero el chiste es que termina dándose al toro y de esa unión salió el Minotauro, una criatura mitad toro, mitad humano.
Pasífae lo cuidó mientras fue pequeño, pero empezó a crecer y volverse violento, con un desenfreno por consumir humanos. Minos no estaba feliz con toda la situación, así que mandó encerrar al Minotauro en un laberinto en donde se le enviaban tributos humanos para alimentarlo.
Es interesante pensar qué es lo que hacía violento al Minotauro, por qué sus padres decidieron abandonarlo dentro de un laberinto con su sed insaciable y los tributos que le mandaban periódicamente para alimentarse eran gente que sólo le temía o buscaba matarlo. Al final, Teseo lo eliminó gracias a toda la ayuda que le da Ariadna, la hermana del Minotauro. Ajá, ajá.
A mí me encanta viajarme y entonces pienso que Teseo a lo mejor se relaciona con la palabra Tesoro, como la ciudad Tesoro, y que al final una ciudad también puede ser un laberinto donde te quedes atrapada. Sobre todo en México, por eso es que este manga lo sentí tan cercano.
Me parece que no hay un cierre claro y está sujeto a interpretación. Pero no lo sé, porque también lo percibí esperanzador. De cualquier forma, esta es una obra que no puedes dejar pasar. Así que dale y checa el manga, o la película.
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Soy la mujer perro.
Me encantan las historias de terror, el anime, los taquitos y el rámen.
Me gusta bordar. Vivo alejada de la gente, convivo más con animales, pero siempre buscando conectar con mis colegas.
Escribo para no morir de envenenamiento.
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