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TODO EN TODAS PARTES AL MISMO TIEMPO

y la permanencia de la ciencia ficción

II

 

Aglaia Berlutti

Primera parte

 

Ursula K. Le Guin (1929-2018), decana de la ciencia ficción, solía insistir que la literatura del género es una manera de construir el futuro. Lo hizo, luego de asumir el poder de la palabra no sólo como una forma de crear, sino también de comprender las diversas transformaciones que la mente humana atraviesa. En especial, Le Guin se hizo preguntas sobre la percepción del tiempo, el hombre como criatura y la posibilidad de una nueva frontera en la concepción de lo real. La obra de la escritora logra traducir y reconstruir la visión que el hombre tiene sobre sí mismo y, sobre todo, el cómo de las transformaciones del mundo y su historia. Según la autora, más que un género literario, la ciencia ficción es un espejo en el que se reflejan los temores y esperanzas del espíritu humano.

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Ursula K. Le Guin

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¿Qué es la ciencia ficción? Más que un subgénero literario, es una búsqueda consciente de construir un espacio en que la fantasía —el vehículo por excelencia para reimaginar la realidad— puede fundir su valor con la cualidad de lo científico para forzar límites; para explorar el poder de la mente del hombre para crecer y contemplar el infinito desde sus medios (en ocasiones rudimentarios, otras veces más poderosos). Para bien o para mal, la ciencia ficción existe porque el temor y la esperanza no son suficientes para consolar los viejos anhelos del hombre sobre su historia y lo que le espera. Y ese es su mayor legado.

Fuera del tiempo: en búsqueda de los misterios

El escritor Walter M. Miller Jr. (1923-1996) pareció obsesionarse con la interpretación del espíritu humano a través del tiempo, las transformaciones culturales y sociales y, sobre todo, en esa percepción de la mente humana como una consecuencia inmediata del mundo que construye. Un ciclo interminable que elabora y delimita esa identidad que trasciende e incluso sobrepasa la mera existencia del hombre. Miller contempló la existencia humana como una serie de pequeñas escenas interconectadas, que asumen la perspectiva del futuro como una serie de consecuencias inevitables.

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Walter M. Miller Jr.

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La visión de Miller no es optimista, sino una reflexión sobre la derrota de la naturaleza humana por el transcurrir del tiempo y la erosión de las ideas que considera imprescindibles, esenciales. De esa mezcla inquietante entre lo metafórico y lo real, Miller encontró una manera de concebir el futuro y, más aún, lo posible como una serie de líneas equidistantes entre lo que el hombre puede ser y la frontera que cruza y lo restringe a sus propias debilidades.

Miller fue un prolífico escritor de relatos y sólo publicó una novela durante su vida, Cántico por Leibowitz (1960), a la que se le llama con frecuencia una de las obras del género más desconcertantes. A pesar que la historia se estructura de una manera casi simple, posee una complejidad tan profunda que parece abarcar todo tipo de tópicos y planteamientos filosóficos e intelectuales. No sólo engloba esa necesidad esencial de la ciencia ficción de reinventar la identidad del hombre para el hombre o, en todo caso, del hombre para su historia, sino que se atreve a más. Concibe el espacio mental y espiritual del ser humano, su obra y filosofía como una serie de patrones y construcciones que brindan sentido a no sólo su historia, sino a su individualidad.

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Miller, que insistió durante toda su vida en contemplar a la humanidad desde la perspectiva de sus infinitesimales errores, logra con su novela recrear un mundo donde la ciencia y la religión se combinan, se mezclan entre sí, se contradicen, corren en paralelo y finalmente parecen condenadas a completar un único significado sobre la naturaleza de la mente humana, sus pequeñas grietas y valores. Para el escritor, la ciencia y la religión forman un único concepto, como dos caras de un mismo planteamiento paralelo que contribuyen a elaborar un ideal quebradizo sobre el pensamiento Universal. No obstante, la novela no se regodea en los pormenores y detalles, sino que a través de ellos —o la mera insinuación de pequeños hechos concretos— asume su cualidad de alegato existencialista, de visión amplia y robusta sobre lo que el hombre intenta ser a través de su propia ambigüedad.

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El libro se divide en tres capítulos principales y el autor intenta, a través de hechos simples, englobar la historia humana en una especie de breviario sobre sus dolores y terrores. En el primer capítulo, “Fiat Homo”, este aparente viaje a través de la complejidad del espíritu de la razón comienza a partir del dolor, el miedo y la muerte. Con una impecable habilidad para delinear personajes y construir una idea perenne sobre la finitud y fragilidad de la naturaleza del hombre, Miller logra esbozar la desesperanza de un mundo en ruinas, el terror de un universo críptico basado en lo que fue, existió y ahora yace destruido: un paisaje de pesadilla que rodea a los personajes y que parece hacerlos rehenes de su circunstancia.

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En el segundo capítulo, “Fiat Lux”, la novela se replantea así misma e incluso aborda ese límite entre lo que creemos necesario y lo que no; esa aseveración del poder y la razón, la esperanza y la aspiración a la fe. Miller insiste en el planteamiento de la dualidad eterna entre la religión y la ciencia, en reflexiones cada vez más enrevesadas sobre la cualidad única del hombre para mezclar ambas ideas en una filosofía alterna, inquietante en su dualidad, poderosa en su necesidad de reconstrucción de lo que creemos es real.

El tercer capítulo, “Fiat voluntas tuas”, no sólo es la conclusión, sino la reflexión rotunda de la novela sobre su razón de ser: esa insistente consideración sobre el poder de la esperanza y la manera en que la concibe la mente humana. Miller entonces crea lo que es con toda probabilidad la metáfora más profunda y conmovedora sobre la existencia humana, sus vicisitudes y pequeñas tragedias. Y lo hace con una elegancia de argumento y ritmo que asombra. No sólo redimensiona el valor del conocimiento humano como una idea perenne — imprescindible— para conocer su historia, sino que además transita ese extraño espacio entre el dolor, el temor, el aprendizaje espiritual, la moralidad y esa complejidad de las dudas éticas con imágenes asombrosamente vívidas, a través del símbolo insistente de esa individualidad del hombre.

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Concluirá…

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

TheAglaiaWorld 

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