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WAAY CHIVO

Jimena Jurado

 

 

Balaba babas y sangre

Cristina Sánchez-Andrade

 

 

Lo vimos una vez. Llegó como balido en viento.

Con su crisma, de la que surgían dedos o espirales de hueso,

el chivo vino a abrir las puertas tempranas del espanto.

La abuela y yo ateridas, sujetas en la orilla de un grito temblando,

atrás los matorrales, igual que nuestras piernas de mimbre.

Cómo forcejear contra esa furia, si sus ojos tan sólo,

prismas de una luz antigua entre los pinos, son dos golpes

contra los nuestros; si parecen guardar pacto con un rojo ulterior,

más allá de las montañas de sombras donde hierve

una luz distinta. Así nos mira el chivo,

con ese color de los soles sospechosos del arado.

Cómo, si sus patadas suenan como cavar una tumba

en plena luz de pueblo en Coajomulco,

y nosotras somos, para él, un ruido que le crece dentro

y adentro de ese ruido crecen noches de sangre negruzca

donde laten otras vísceras aún y hacen fermento con su baba.

Llegó más pronto que temprano corneando incluso el aire en pesadumbre,

con su fuerza repartida a brincos, como una consecuencia

de la fiebre del campo.

El chivo había escapado, a oscuras, del corral terroso de los montes

que los cabreros encontraron abierto como un golpe.

Un único corral para su furia. Lejano a los corderos

parecía, más bien, que se codeaba con las bestias.

Hallaron sólo entonces la fractura

en los maderos, su estela de sudor y un pasto pisado por pezuñas.

Y andaba su ausencia

de boca en boca. El pueblo decía que aquella cosa no era un animal

y que su baba ardía en las manos cada vez que intentaban su doma.

Después supimos que ese chivo, amo y señor de los cabreros,

pastoreaba a su gente.

Al cabrío no volvimos a verlo, pero un día

llegó la lluvia desde el Este y la escuchamos

antes de sentirla, con su olor a petricor, y su voz de multitud

nos trajo los presagios.

Cómo saciar su sed que es tantas.

La sed de sus ancestros en su lengua.

Yacía el ganado en la mañana siguiente,

compartiendo horizonte con los granos de tierra y de agua gorda,

lamido por un hambre que no es de este mundo, por algo que eligió

las hebras de su sangre solamente,

y lo dejó tendido como palma para los petates

reducido a osamenta y piel hasta hacerlo lucir

como la obra maestra de un taxidermista.

Desde entonces entiendo

ese color pegajoso de una baba que hay a veces

en medio del camino, previa al crimen,

como una trementina viscosa y turbia,

que va dejando rastro hasta en el sueño, después de los balidos

de los vientos nocturnos.

Entonces, debajo del silencio de mi almohada y la de abuela: la posible violencia

de acaso imaginar si esa figura, ya metida muy dentro aquí en el miedo,

tiene las mismas formas del chivo que se fue

corriendo hasta la noche,

o si, tal vez, encarna otro cuerpo incomprensible

y nunca lo sabremos.

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La versión en inglés de este poema fue traducida por Julia Rios y publicada en la antología Shadow Atlas: Dark Landscapes of the Americas (Hex Publishers, 2021, EE.UU.). AQUÍ la puedes conseguir.

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Ilustraciones de Kamui Gomasio y Marcos Castro para “Waay chivo” en Monstruos mexicanos de Carmen Leñero (Alas y raíces, 2019). AQUÍ lo puedes descargar.

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Jimena Jurado es autora de los poemarios Fungifuturismo (Ediciones El transbordador, España, 2022) y Confín de nadie (Fondo Editorial del Estado de Morelos, 2018 / Casa Bonsái, 2022, México). Participa en la antología Shadow Atlas: Dark Landscapes of the Americas (Hex Publishers, EE.UU.) y en Desde el contorno, antología de poesía morelense (Ediciones Simiente, 2019). Estudió la Licenciatura en Escritura Creativa (CMA) y se diplomó en Creación Literaria, en la Escuela de Escritores Ricardo Garibay. Fue becaria en la categoría de poesía en el Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico (PECDA Morelos 2020-2021), y en el programa Under the volcano, en 2019, bajo la tutoría de David Huerta.

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