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APUNTES JAPONISTAS

VI

 

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Cuarta parte

Quinta parte

 

El modernismo primero y la vanguardia después buscan en el Japón un equilibrio de elementos sensuales y espirituales. La poesía logra poner distancia ante el excesivo ascetismo budista e impregna de sensualidad panoramas y mujeres.

En Celebración del modernismo (1976) Saúl Yurkiévich observa que “volver a los modernistas significa rehabilitar la fruición de la ficción, readmitir el placer literario, revalidar el humanismo, la sensualidad, el humor, el juego”.

El pequeño libro Nikko, de Rebolledo, publicado en 1910, describe cómo el autor, hastiado de su vida como diplomático en Japón, de la comida soporífera en frac, de los días con la “Baronesa Fulana” o la “Condesa Zutana”, se pone en contacto con la naturaleza, “lejos de los afanes de la capital”. Al respirar las resinas de cedros bajo “tupidas bóvedas de follaje” y oír el agua que cuelga en cortinas y se deshace en diamantes, logra descansar de su vida práctica. Al hablarnos Rebolledo de los fragmentos de una antigua columnata gótica, recordamos a Lafcadio Hearn, que escribió en su ensayo “Horror gótico” acerca de la selva y la catedral. Hay cierta diferencia entre la catedral y el templo oriental, observa Rebolledo.

Su amigo Von Vedal enciende su cigarro japonés Golden Baty y afirma que acaba de adquirir una pintura de aparecidos o “baquemono” para su colección. Le contesta el autor: “Un fantasma espeluznante, me figuro; la casa de usted, mi querido amigo, debe de estar poblada de espectros, y pues de comprar se trata, ¿recuerda Ud. esa serpiente de bronce cincelado que compró Fouquet el año pasado en la tienda de las lindas Sasamotos?” Las puertas del tempo de Yemiso son custodiadas por “gigantes, patios pequeños con linternas, fábricas rojas de techos negros, adornos de tigres, de dragones y de fénices”. Luego de subir una escalinata, el autor y sus acompañantes llegan al ábside, donde ven sentadas en dorados lotos las estatuas gigantes de Amida, de la Kwanón de Mil brazos y de la Kwanón de Cabeza de Caballo. Al lado del templo se alza una columna de bronce para ahuyentar los malos espíritus. El autor llama la atención hacia las ramas de bambú con tiras de papel al frente de las casas, ramas que son ofrendas en honor de dos estrellas que se encuentran en conjunción en la Vía Láctea y que según una leyenda son dos amantes infortunados. Recordamos la leyenda de las Híadas, ninfas convertidas en estrellas. El autor recuerda a Lafcadio Hearn. Lee también a Loti, que lo deleita pero que lo engaña con sus esplendores exóticos. El agua se transforma en nieblas y éstas se guarecen como aves en las copas de los cedros. El agua se convierte en bruma traslúcida que permite ver las cimas de las montañas, y luego se trueca en nubes que se aglomeran y ocultan el cielo, y luego en lluvia terca, para formar “pezones en los charcos amarillentos”.

El autor concluye como empezó: mencionando el aroma de los cedros y la música de las flautas de agua y los salterios jocundos de las cigarras. Agrega que la señorita Nieve bordó “un sueño de oro” en su vida con su belleza espiritual. Antes, la ninfa Nieve ha aparecido acompañada de la Srta. Lirio, con vistoso quimono.

Y Rebolledo ha mencionado a Irena Kurebayashi que ríe “burlona y sonoramente” de los avances de un joven conde, y flirtea “por deporte”, como baila y juega tenis, ya que su cuerpo tiene “el humor frío de las salamandras” y no llega a ser ardiente. Esta mujer que durante un paseo va a la vanguardia nos recuerda el título Salamandra, que publicó después el autor.

En su libro Hojas de bambú, publicado el mismo año de Nikko, Rebolledo habla de “la bella cascada de Keigón, larga, gruesa y graciosa como una cabellera de mujer y célebre por la cantidad de dobles suicidas, amantes desventurados, que entran por su puente de cristal en las regiones del Meido”. La cabellera acuática contrasta con la cabellera de fuego simbólica de la Salamandra. Un dragón en el agua puede verse dibujado en la hoja del Índice de la primera edición de Rimas japonesas. El autor añade al pie de página que el Meido es el lugar adonde se cree que van «los espíritus de los suicidas”.

El autor asciende “más allá de las nubes” por las laderas del Fujiyama hasta alcanzar la cumbre. Recordamos su poema “Más allá de las nubes”.

Luego de admirar una abadía se encamina al templo de la diosa Kwanón, con techo de paja, situado en el tope de una escalinata pétrea. Una “onda extraterrestre” lo baña al comprender el símbolo encarnado por la estatua de Nuestra Señora de las Misericordias, “gigantesca y rutilante, de divina sonrisa”.

La estatua resulta espiritualísima después de la visita que ha hecho el autor al barrio de las cortesanas de Tokio: el Yoshiwara, donde ha tomado un néctar “divino y eterno” en una copa de porcelana transparente representada por la mujer, semejante a una estatuilla de Satsuma, a un lepidóptero raro, a una muñeca en el escaparate iluminado de una enorme juguetería.

El autor extraña a su novia, a su país, durante este viaje “de recreo, de reposo y de enseñanza” que el cheque de su padre le ha facilitado. Al sentirse “como rana en el pozo de su país”, el autor ha accedido al viaje pero luego ha extrañado su tierra natal.

En el baile admite que las japonesas “valsean” como europeas y admira a Miss Flasher, una “perfumada magnolia”, una “envenenada flor del mal”. El autor la ha visto antes, en la Fiesta de los Cerezos, en el hotel. En el buque de regreso la re-encuentra y nota que ella tiene “todos los encantos de la hembra, mostrándolo con irresistible poder en sus provocativos contornos y en sus hipnotizadoras pupilas de ave de presa que, si lo amilanaban, era porque le producían la sensación de hallarse al borde de espantosos abismos de sensualidad en las mismas puertas, abiertas de par en par, del pavoroso infierno del sexo”. Se ve atraído e hipnotizado por ella.

En las noches, liba fuego en la boca purpurina y aspira hashish en los rizos que agobian la nuca suave y siente vértigo al asomarse a los ojos de ella: zarpazos de vértigo. Se refresca entre los lirios del cuello lánguido o “en los brazos fríos como los de una estatua”. Los labios pulposos, las combas elásticas de Miss Fischer le dan placer por varias noches. Percibe la “trepidación incesante de la hélice”, mas ésta no logra sofocar los latidos de su corazón ardoroso. Miss Flasher es como una sirena que lo hechiza, entre “almohadas de espumas”, cubriendo su cuerpo con mantos de algas. El cuerpo es perlino y ella muestra los brazos “de frescura de onda”.

Deja que el autor descubra su seno turgente y la acaricie con raudo aleteo, o repose como las gaviotas en una llanura ondulante. Al cimbrarse, acentúa sus curvas tentadoras. Pule las manos y mejillas, el cuello de seda y el rostro de roca. Recuerda que una vez, durante una charla acerca de la belleza, Miss Flasher confesó que no hay nada comparable a un hermoso cuerpo: ni siquiera “una cara bien delineada”.

Se despide de Miss Flasher en Seattle, y ambos se hallan algo arrepentidos. El autor piensa que, con todo, su falta, si es que existe, ha sido ya explicada con las noches blancas y días negros del “Yamato Maru”, y sabe que se sentirá triste hasta que se una con su mujer a la sombra del árbol edénico, sobre el césped fresco y bajo el aura sopladora, oyendo pájaros y viendo sonrisas seráficas, rebosando dicha y hundiendo sus ojos en soleadas lejanías y celestes purezas”.

Abel Morán es el nombre del autor de Hojas de bambú imaginado por Rebolledo.

Los suicidios en el Yoshiwara ocupan gran parte del libro de cuentos Princesas de amor de Judith Gautier. Estos seguramente influyen sobre Rebolledo. La historia de la cortesana Espada Negra, que aguarda “como araña siniestra que acecha desde el borde de su tejido una presa que tal vez no vendrá nunca a caer en el lazo”, es siniestra. La Espada Negra es una maligna planta de sombra que vegeta en el Yoshiwara y que se mata luego de matar a su pretendiente.

El tatuaje con tres flores de cerezo le permite a la cortesana Espada Negra identificar al hombre que ha matado a su bien amado. Lo mata y luego se mata ella. Otra cortesana, Cerceta-de-Seda, es separada de su amado por un príncipe, y el amado se acerca en una barca al junco que se lleva a su amada y se envenena ante ella. La finísima Perla se mata por tener que unirse a un occidental al que odia, pues está amenazada de perderlo todo si se niega.

La frase “más allá de las nubes” se lee llegado un momento de la historia de la Espada Negra, y esta frase influye sobre Rebolledo, que incluso llega a planear un libro con ese título. La imagen de la araña y el tatuaje influyen sobre un cuento cruel del moderno autor japonés Tanizaki.

En “Abanico de rayos”, una cortesana se quita la vida para evitarles más infelicidades a los miembros de una familia. Me imagino una historia de vanguardia titulada “Abanico de rayos X”.

Todas estas historias son narradas a una “princesa de amor” del Yoshiwara a quien pretende un príncipe. A él, consumido por la castidad y el estudio, le han mentido para que vaya al Yoshiwara prometiéndole el valioso manuscrito de un filósofo chino. Sin embargo, él se enamora de ella y la pretende, y ella a su vez se enamora de él.

Él compra la libertad de ella por un tiempo, mas pronto ella debe volver a ejercer su “infame oficio” y no quiere. No quiere que los caracoles “babeen sobre la flor que la mariposa amada ha acariciado con sus alas”. Esta frase nos recuerda el poema de Marquina sobre el sapo que babea las flores que un joven ha cuidado para una princesa. La joven, princesa de amor, llamada Pájaro-Flor, es bañada, frotada con excremento de ruiseñor, maquillada y vestida. Con un saquito precioso que contiene un átomo de perfume, piedra fragante formada con los sesos de un gato centenario y vagabundo, sale a su jardín y fuma. Escribe una carta al príncipe. Al final del libro la joven resulta ser verdadera princesa, y no sólo “princesa de amor”, ya que es la única superviviente de una familia que se creía extinguida, y que fue robada por malhechores durante un incendio. Quien compró sus dominios confiscados es un viejo señor que puede devolvérselos si ella lo acepta como padre. Y la princesa Pájaro-Flor adopta su nombre original: Rocío del Alba. Sólo así puede unirse con el príncipe San-Dai.

Las horas, que antes se identificaban con nombres de animales, ahora se conocen por números, hay ferrocarriles y los teléfonos invaden el Yoshiwara.

El libro Princesas de amor de Judith Gautier destaca por sus personajes, buenos o malos.

La Espada Negra no tiene que ver sólo con asesinato y suicidio: también con pederastia, como lo demuestra el cuento “El espado negro” de Paul Pradet, publicado en el periódico El decadente en 1888.

La unión amorosa de una oriental y de un pintor europeo es el motivo del capricho japonés lírico-dramático La muñeca del amor, del escritor español Felipe Sassone, estrenado en un teatro en 1914 y publicado el mismo año. El “Prólogo” no se dijo por culpa de un reflector y por miedo del autor a última hora. Empezaba así:

“En un Japón quimérico, bajo el sereno azul, / ha tendido el ensueño su poético tul, / y el carmín perfumado de las rosas de Abril, / y la ardiente afrodisia de los lotos en flor, / han teñido de sangre el rostro de marfil / de la japonesita que se muere de amor”.

A Flor de Té la pretenden tres cadetes a los que les canta Sileko, padre de Flor:

“Calma, escuchad: Costumbres belicosas / de nuestra altiva condición guerrera, / son un contrasentido en primavera / cuando todo el ambiente huele a rosa, / y el cielo tiñe en púrpuras y en oros / nuestro gran sol ardiente,  / y el viento canta entre los sicomoros / rizando el quieto lago transparente”.

El penúltimo verso influye, directa o indirectamente, sobre Verónica Volkow, que en la primera versión de La sibila de Cumas dice: “Hark the wind among the sycamores!”

Podemos ver ahora el origen japonista del verso, aparentemente inglés y romántico, de la autora. El laurel y el sicomoro son importantes para captar el futuro. La antigua “dafnomancia” o adivinación con hojas de laurel se ve en la actualidad sustituida por la intuición literaria, por la previsión (o premonición) de los textos. El sicomoro está en el soneto profético “Dafne” de Nerval.

Volviendo al “capricho japonés” de Sassone, podemos añadir lo siguiente: cuando se acercan los pretendientes al balcón desde el cual Flor les va a arrojar una almendra para elegir a aquél que la reciba, se desmayan al ver que Flor besa al pintor europeo Silvio.

Flor se va a Europa con Silvio, mas el matrimonio resulta infortunado. Ella, que se había deshecho de sus muñecas para elegir amante, vuelve al Japón con un muñeco que un criado entrega a su papá de regalo. Flor destroza el lienzo del pintor y cae desvanecida en brazos de su papá.

La que se deshacía de sus juguetes usados se ve transformada en juguete de un europeo.

El título, La muñeca del amor, se basa en el de la novela de Félicien Champsaur aparecida dos años antes, Muñeca japonesa, de la que Sassone parodia el argumento, y que inspira el poema de Huidobro que he mencionado.

Sin muchos acentos y con errores aparece el libro En el país del sol de José Juan Tablada, publicado por D. Appleton y compañía, editorial americana e inglesa, en 1919.

El título de Tablada se basa en el texto de Darío titulado “El país del sol”, que figura en Prosas profanas (1896), cuyo final transcribo: “Vuelve, pues, a tu barca, que tiene lista la vela – (resuena, lira, Céfiro, vuela) – y parte, harmoniosa hermana, adonde un príncipe bello, a la orilla del mar, pide liras, y versos y rosas, y acaricia sus rizos de oro bajo un regio y azul parasol / en el país del sol.

La impresionante falta de acentos y a veces de comas nos sorprende a cada página del libro de Tablada. Las erratas abundan.

Por la espontaneidad que las anima, Tablada llama “Mangua” a este libro de crónicas de viaje, pues Hokusai, el famoso pintor, al llevar sus composiciones a un editor, las llamó “Mangua”, que significa “el dibujo como viene”.

El poeta para Tablada debe ser poeta incondicionalmente, “como el loto florece, como la abeja milifica, como la cigarra canta”. Sueña con su amada: los lotos blancos le recuerdan “el casto albor de su frente y la regia palidez de sus manos” y el loto rojo le trae a la memoria “la escarlata de sus labios juveniles y el relámpago de sus sonrojos”. Vuelve el tema final de La dama de las camelias. “Profunda y sombría” como su  amor es la selva centenaria. Los reflejos de hojas verdes en el agua oscura son “los destellos apasionados de sus ojos de esmeralda”.

Y en lugar de perseguir los ojos como el Monsieur de Phocas lorraineano, Tablada sigue la pista de los murciélagos, de los vampiros elegantes del Japón.

El andén es ruidoso, la locomotora silba como juguete, las chimeneas de las fábricas vomitan humo negro que por momentos oculta la cumbre del Fujiyama. Las impresiones miniaturescas abundan en este libro, y el autor se muestra como un Gulliver sensible y para adultos. Valles en miniatura, un lago minúsculo, pequeñas flores lilas, paisajes “feéricos y paradisiacos”. El artificio ha modificado y refinado al paisaje natural.

Se nos describe la ciudad religiosa de la Shiba, hecha de “raros monolitos” de aspecto imponente que recuerdan propíleos (pórticos de templos) o avenidas de “menhires” (megalitos).

El oro de las lacas en un sagrario “ofusca la vista”, que se pierde en “una aglomeración caótica de formas monstruosas en que se mezclan confundidos los corimbos de las flores y las garras de las bestias fabulosas”.

Tablada es invitado a los funerales de un noble y se extasía ante “un feérico jardín minúsculo hecho por los festivales de algún genio hermano de Oberón y Titania, un parque en miniatura que de noche alumbraría una luciérnaga y que llenaría de ecos el murmullo de una sola cigarra”.

Entre bonzos y gongs termina la fúnebre ceremonia.

Los labios de las “geishas” musicales lucen “como dos gotas inmóviles de sangre”. Las nébulas de humo perfumado suben desde el seno de los pebeteros ardientes.

El autor asiste al teatro de la Hiedra legendaria y presencia una obra acerca de una mujer pantera de capacidades vampíricas y devoradoras.

La transformación de la mujer en bestia felina se ve a través de un biombo transparente. La silueta se transforma de nuevo en mujer.

La Vampiro, la “goula asquerosa” marca el seno de marfil “con un moretón cárdeno como una flor de hiedra”.  El seno de marfil unido al vampirismo influye sobre un poema de Nervo que aparecerá después en el libro En voz baja (1909).

La “infame bruja”, la “mujer chacal” es vencida por un noble que se quita la vida.

En el capítulo titulado “El castillo sin noche”, Tablada realiza el ritual que después realizará Rebolledo: visitar y describir el barrio de Yoshiwara. Con movimientos de autómatas, las cortesanas fuman y se maquillan, para luego volver a “su inmovilidad de muñecas”, mientras a sus espaldas brilla la fauna fabulosa sobre el negro de los biombos. Ellas son “odaliscas del serrallo de algún genio, desposadas de gnomos subterráneos, tributarias de algún minotauro”.

Arabia, los gnomos, la mitología griega, me lleva a mis temas literarios de 1969, a mis cuentos “Los viejos compañeros”, “¿Quién dem…?” y “One for Joan”. Los mitos griegos conviven con las religiones orientales en el libro de Tablada y en la pintura del visionario norteamericano John La Fargue.

Después de ver a las andreidas perversas del Yoshiwara, Tablada tiene “el sueño de beber amor, pero en las ondas frescas de un venero inviolado”. Esta sensación de pureza luego del suntuoso fango pasa al poema “La ciudad sin noche” de Rebolledo y a su libro de 1910, Hojas de bambú. En este libro se repite de modo original el ritual estético de Tablada.

“La mujer de Tjuan-Tsé” es un cuento fantasmagórico similar a los cuentos de Lafcadio Hearn, aunque diferente también.

Le es narrado a Tablada por un comerciante chino, fumador de opio.

El novio de una mujer es la encarnación del espíritu del antiguo amante de ella, que vuelve de la tumba para poner a prueba la fidelidad jurada.

Los une al final un misterioso abanico.

Después del cuento fantasmagórico, viene un fragmento sobre las Náyades y las Ninfas de las fuentes, que se sumergen en el estanque más hondo, “huyendo la brutal envestida del Sol lujurioso”.

La unión de las ninfas, el agua y el fuego, es parecida a la del final de “El libro verde” de Machen.

Luego se ven lirios blancos salpicados por la sangre que ha provocado la embestida bestial.

Elogia Tablada la cigarra “agria, estridente, convulsiva”.

Reaparecen “los grandes lirios blancos y salpicados de sangre, como vírgenes manchadas en el dintel de un crimen”.

El irrealismo avanzado de Tablada destaca en todos estos fragmentos.

Hay un animismo del bambú, una cálida humanización de esa planta, que habla de sus distintas aplicaciones. Tablada recuerda al Darío de “Canto el oro”.

Beatriz Álvarez Klein muestra afinidad con Tablada en su poema “Nube”: “Entre el resplandor / plateado / de la nieve / asoma el calor / de dos hojas de bambú”.

Beatriz Álvarez Klein.

Luego de iniciarse Tablada en el Japón, es continuado por Rebolledo, que observa, pasa por los mismos rituales estéticos y nos da también el resultado de sus escrutinios. El mundo exterior objetivo se ve transformado por el mundo interior subjetivo. La vida es como el arte y el arte es como la vida. En las dos hay elementos de misterio, con seducciones malignas.

En su poema “Noche de opio”, Tablada relaciona a la princesa Satsuna, “ebria de opio y de amor”, con un murciélago que oculta a la luna, como un abanico ocultando un rostro.

En 1905, un año después del libro Florilegio, en que figura este poema, el argentino Lugones publica un soneto orientalista, “Delectación morosa”, en Los crepúsculos del jardín, que dice: “Poblóse de murciélagos el combo / cielo, a manera de chinesco biombo”. Al leer el soneto recordamos una túnica color claro de luna en cuyos campos «vuelan pardos murciélagos”, en el libro de Tablada sobre Japón y también recordamos las continuas transfusiones de sangre en Drácula de Stoker, comparables con las inyecciones de morfina de un adicto. La adicción al opio y sus derivados es parecida al vampirismo legendario en que la víctima del monstruo perece gradualmente.

“Noche de opio” anticipa cierta edición de Fantasmas japoneses de Hearn, publicada en 1930 por Edition D’Art H. Piazza, en que hay una estampa a color con una mujer, murciélagos y flores.

En “La letanía de O Járuko Sama”, de Rebolledo (poema incluido en El desencanto de Dulcinea) el autor, en una época desgraciada, se dirige a O Járuko Sama (loto místico, amante dulcísima, visión de opio, vaso de Nirvana) y le pide piedad de su existencia miserable y “una hora de olvido”.

Continuará…

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007), Ensayos (2009) y La ciudad de los bosques y la niebla (2019).

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