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HUMANISMO FREUDIANO Y SEXUALIDAD

III

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

 

El encuentro de Jesús con los esenios (una secta judía ubicada en Palestina) es una de las causas del anti-sensualismo cristiano, muy destacado por la Inquisición. Según el historiador judío Josefo, los esenios “rechazaban los placeres por considerarlos un mal, y estimaban en cambio la continencia y el dominio de nuestras pasiones como una virtud”. En el Diccionario de religiones (1951) de Royston Pyke figuran estos datos reveladores. En contra del hedonismo de Aristipo y Epicuro (para quienes el bien era el placer y el placer era el bien), errantes o estáticos, vagabundos o anacoretas, los esenios oraban, se dedicaban al estudio de las Escrituras, no bebían bebidas alcohólicas y, entregados a prácticas ascéticas, tomaban baños fríos y se abstenían de todo trato sexual. Creían en la eternidad del alma y en el castigo eterno de los malignos. No es seguro que San Juan Bautista haya sido esenio, pero algunos lo suponen. Yo diría que, en el caso de que sí lo haya sido, Salomé no hace sino darle la razón a un partidario de la castración. En el caso de que no, la decapitación del Bautista es simplemente un ejemplo de la crueldad sádica de su enemiga Salomé. Yo creo que esta última situación es la más probable, ya que Cristo no es una personalidad castrante. No es tampoco una personalidad suicida, como lo demuestra su encuentro con el diablo en el desierto.

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Recuerdo a un joven –conocido por mí– del movimiento subterráneo de ’67 que, después de ver a Cristo en un viaje de LSD, se cortó el pelo y se suicidó, arrojándose desde un lugar alto. Era un músico del grupo de blues llamado El Hangar Ambulante. El LSD es bueno cuando lo usa la gente apropiada. Podemos decir que su suicidio es anti-cristiano, en medio de horribles problemas psicológicos. El suicido del poeta ruso Esenin, en plena relación con Isadora Duncan, hace pensar en los esenios.

El monje esenio Matías, en la obra de teatro El paso de los esenios (1931) de George Moore, teme que su libro sagrado no pueda ser escrito, pues aún los sabios han sido engañados por los placeres de este mundo, los placeres de las mujeres, y él se ha vuelto un observador de sí mismo, temiendo caer en el mismo pozo en que han caído otros. Él sabe que a pesar de su vida sobria, de moderación y castidad, a pesar de su filosofía, la carne puede subyugar su mente, así como ha subyugado la de otros hombres. Cree que debe resguardarse contra el peligro. Una voz interna le ha dicho que en el templo de Ashtoreth ofrende sus testículos al regazo de la diosa, como lo han hecho ciertos jóvenes, y él ha obedecido a esa voz. Un monje esenio, Saddoc, le pregunta a Matías si ese sacrificio le ha servido para hacer prosperar su libro, y él sólo responde con otra pregunta: “¿Para qué atormentarme con preguntas?”

George Moore por Edouard Manet

George Moore por Edouard Manet

En la idea de la virgen María como causa anti-sensual interviene la creencia –falsa– en la ausencia de uniones de Adán y Eva antes de la aparición de la serpiente. En eso se basa la virginidad de María.

La prostitución, con sus enfermedades venéreas, ha dado fama de sucio al sexo, fama que contribuye también a formar la actitud anti-sensual de judíos y cristianos.

Volviendo a Roston Pyke y a su diccionario de religiones, hay ciertos datos en el artículo sobre el ascetismo, y el autor dice que originalmente esa práctica era un “ejercicio y control de sí mismo a fin de lograr fuerza, habilidad y maestría en los juegos atléticos”. Los primeros cristianos aplicaron el ascetismo a su “práctica de disciplina moral”, basada según Pike en los estoicos griegos. Yo añado: de algunos estoicos, pues los peripatéticos no niegan las emociones: sólo las controlan, buscando siempre el término medio.

Sin duda el anti-sensualismo es una neurosis y puede ser una locura completamente profana.

Durante el movimiento frenético, que trata de convertir locura profana en locura sagrada o poesía, surge el decadentismo francés, originado en los experimentos del gótico Beckford y de los románticos Shelley, Keats y Byron. El pacto con el diablo, que inspira a Goethe, el horror cósmico y los temas sexuales abordados por los decadentes, provienen de Beckford. El personaje de Epipsychidion (1821) de Shelley tiene aficiones arquitectónicas, como Beckford y Walpole.

William Thomas Beckford

William Thomas Beckford

El movimiento frenético es un gótico francés que toma de los góticos ingleses ciertos elementos: los negros, lo macabro, la sexualidad. Gautier en su novela La señorita de Maupin (1835) es el primero que describe una selva mental decadente: “Mi alma es una tierra extraña, una tierra florida y espléndida en apariencia, pero más saturada de molestias venenosas y pútridas que la tierra de Batavia: el más mínimo rayo de sol en el fango hace que los reptiles incuben y que los mosquitos vuelen en enjambres; “nagasaris” y flores de asoka pomposamente ocultan la sucia carroña”.

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Las flores y los cadáveres -recuerdos de Ausonio y Ariosto- abundan en la novela y en un fragmento de Flaubert llamado “Noviembre” (1843): “Yo era, en la variedad de mi ser, como una selva inmensa de la India, en la que palpita la vida en cada átomo, y se la juzga monstruosa o encantadora, según la ilumine cada uno de los destellos del sol. La atmósfera está cargada de perfumes y venenos….” Flaubert menciona después “floridos islotes que la corriente arrastra al mismo tiempo que troncos y cadáveres verdosos por la peste”. En el fragmento de Flaubert, la liberación del personaje monologante y deificado se logra con el diálogo con la mujer. En la novela, lleva a confusiones sexuales y al final a la liberación.

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Lugones en “La vendimia de sangre” del libro Las montañas del oro (1897) describe una selva mental parecida a las selvas de Gautier y Flaubert: “En la hipnótica selva de mi alma, – donde anudan sus cópulas los lobos, – donde teje su red la araña negra – i suda sus ponzoñas el euforbio….”

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Luego el inglés Harry Crosby escribe: “En el extraño zoológico de mi cerebro / fantásticas figuras fornican y se fusionan / en caducos monstruos que abusan / de las visiones doradas de muchachas sobre las cuales reino”. Los versos son del libro Esqueletos rojos (1927).

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La selva mental del personaje de Flaubert se inspira en la selva descrita por Poe en el poema en prosa “Silencio”, pues como en aquella hay en ésta animales africanos: el elefante, el rinoceronte y el hipopótamo. La selva de “Silencio” pretende ser la descripción de un viaje de opio. Aunque los personajes de Gautier no usan drogas sus experiencias mentales son comparables con las del opiómano.

El personaje Kane del cineasta Orson Welles no usa opio pero vive experiencias de opiómano. En la selva mental del personaje de Gautier, llamado D’Albert, hay murciélagos-vampiros gigantes, escarabajos enormes y otros animales pesadillescos. Cuando dice que planta trigo y surgen asfódelos, beleño, cizaña y cicuta, Gautier recuerda “La planta sensitiva” de Shelley, en que bellas plantas hindúes se ven sustituidas por hórridas plantas venenosas que hacen pensar en asesinatos.

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En el poema de Shelley “Epipsychidion” (canto del alma), la hipocresía social favorece el travestismo de los personajes, que tienen que ocultar su amor libre. En la comedia de Shakespeare, Como gustéis (1600), Rosaline se disfraza de hombre, y en la novela de Gautier, en que la amada es Rossetta, Maupin se disfraza de hombre. En la canción de los famosos Beatles, “Get back”, es abordado el tema del hombre que cree ser mujer y los personajes nos recuerdan a Razetta y Loreta, de la comedia de Musset, La noche veneciana (1830), en que el opio es uno de esos “venenos inciertos o tímidos que dan al azar el sueño o la muerte”. En la canción de los Beatles, el opio que menciona Musset se vuelve “hierba de California”. En la comedia de Musset no hay travestismos pero en los dibujos de Fontanals, de 1918, para esta comedia, hay hombres que parecen mujeres. Musset –como sabemos– estuvo unido con George Sand, que se vestía de hombre. En la novela de Gautier hay “jarrones japoneses azules con cuerpos redondos y cuellos cónicos y llenos de flores extrañas”. Los jarrones japoneses se vuelven vasos chinos en las literaturas de Avellaneda y George Sand. En la novela de Gautier, D’Albert tiene doble personalidad, pues es romántico e irracional a la vez. Es un Quijote del amor, que busca mujeres ideales y no las encuentra. Considera feas a las mujeres en general y busca a la Dulcinea de sus sueños. Hay en la novela continuas alusiones a novelas de caballerías. D’Albert no ama a nadie: se ama a sí mismo y se ve rodeado de espejos. Pero finalmente encuentra a Rossetta.

La belleza de Rossetta es como una estatua inconclusa, que necesita amor para estar completa, o para cobrar vida como la estatua de Pigmalión. El cristianismo de D’Albert no desprecia al sexo, ya que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Ama al sol que inunda el cuerpo y odia a las sombras que lo ocultan con hipocresía. Sin embargo, desprecia a las vendedoras feas y sólo favorece a los mendigos pintorescos. Ama a los jóvenes y odia a los viejos. Confiesa que asesinaría con gusto a dos o tres personas, pero que tendría el cuidado de no deformar sus cuerpos. D’Albert está acomplejado: es feo, pero quiere ser bello y fuerte, y también veloz. La velocidad es otro ideal de D’Albert. Y sueña con ser mujer para conocer “una nueva voluptuosidad”, así como sueña con ser Tiberio, Calígula o Nerón. Rossetta dice que las flores del alma de D’Albert buscan sólo crecer en el brillo solar del amor perdurable” (el rayo de sol del amor nos recuerda Ossian y anticipa una canción del grupo musical The Cream).

Grabado de Howard Simon (1929) para Mademoiselle de Maupin.

Grabado de Howard Simon (1929) para Mademoiselle de Maupin.

Rossetta afirma que D’Albert escribe versos pero que el mejor poema es él mismo. Y es que sus versos son misóginos: la mujer es esclava del placer, es inferior y constituye un mero juguete. D’Albert simpatiza, más que con el amor libre, con adulterios, prostituciones y traiciones. Según él, ha regresado a “la ignorancia del salvaje o del niño”. Sin embargo, va del inmoralismo o afición por el mal al amoralismo o indiferencia ante el bien y el mal. Quiere ser Dios y no hijo de mujer, y en esto anticipa a Maldoror del conde de Lautréamont. El ideal de D’Albert es vivir en un lugar exótico, servido por negros y blancas, y fumar opio, no hashish. Hay el recuerdo del romanticismo, de “la flor azul con un corazón de oro”, pero ésta se vuelve venenosa “planta del ideal”. En el frágil pecho de D’Albert “viven juntos los ensueños sembrados de violetas de la joven casta y los locos ardores de las cortesanas deleitándose”.

D’Albert tiene inclinaciones aristocráticas, admira la República de Platón, desea a una mujer rica, con sirviente negro, desprecia a la mujer pobre y se ve atraído por “el despotismo oriental”.

D’Albert se enamora del joven Théodore (que es en realidad la señorita de Maupin disfrazada) y al final de la novela Maupin abandona a D’Albert y a Rossetta (que debido a confusiones la ha amado), dejando instrucciones para que se unan. La señorita de Maupin ha tenido alma masculina en cuerpo femenino y desde muy joven se ha vestido de hombre por razones que son “tediosas e inútiles de explicar”. En la novela, Maupin juega el papel de la mujer andrógina que une al hombre joven y a la mujer joven, para curarlos de sus obsesiones.

Epipsychidion de Shelley y La señorita de Maupin de Gautier se originan en el relato de Beckford “Historia del príncipe Alasi y de la princesa Firuzkah”, uno de los episodios de la novela Vathek (1786), en que el príncipe narra cómo fue a dar al Infierno (el Palacio del Fuego Subterráneo) y se refiere a una princesa que tuvo que cambiar su nombre y disfrazarse de hombre para poder reinar y que por haber tratado de vencer a Mahoma y de establecer la religión de fuego de Zoroastro, fue mandada al Infierno junto con el príncipe.

La novela gótica desemboca en el surrealismo, lleno de sueños, pesadillas y temas sexuales.

 

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Continuará…

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Imagen de cabecera: Ilustración de Alastair para Esqueletos rojos.

 

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EGPenEmiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).