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PENUMBRIA Y EL SADISMO

VI

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Cuarta parte

Quinta parte

 

A fines de la década de los 60, cierta izquierda artística –basada en la beat– preocupa a los iniciados de izquierda y provoca en los derechistas una rabia comparable con la de los nazis ante Thomas Mann y otros autores que mezclaban influencia nietzscheana con influencia cultural judía (la Biblia, etc.), cometiendo un pecado contra los Jefes Secretos, puramente arios. El director cinematográfico Roman Polanski es tomado erróneamente como ejemplo de esa izquierda un tanto nietzscheana y provoca rabia en los derechistas. Esa rabia proviene también del libro En el camino de Kerouac. Hesse después del Nobel se suaviza ante Nietzsche (volviendo nebuloso al lobo estepario) al ver que Gide, premiado por una obra racionalista, ha sido poco antes irracional y nietzscheano. Manson es lector de Hesse, y Gide influye sobre Cassidy al ser admirador de Nietzsche y homosexual. El “super-niño” de la poesía de Yeats proviene de la Golden Dawn y es un intento de volver inocente al super-hombre, intento fallido, pues pronto el niño insoportable crece y se vuelve peor.

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No es bueno prohibir libros, pero sí hacer buenas introducciones a libros malos, en que los peligros son prevenidos. Hay canciones populares que son tan buenas como esas introducciones: “What I say (Hit the Road Jack)”, interpretada por Ray Charles y The Double Six of Paris, es un buen ejemplo.

Cuando los libros son prohibidos, es imposible reconocer al enemigo, saber cómo es, en qué consiste, etc. El libro anónimo Los tres impostores, al ser prohibido en vez de introducido, ha sido confundido con libro bueno y en realidad es malísimo. En la época de la Inquisición y de los nazis, el libro prohibido es casi siempre humanista, científico y artístico. De ahí que, en nuestros días, al ser prohibido, el libro malo sea confundido con el bueno. Cuando el Marqués de Sade es introducido como gran escritor, el autor de la introducción estimula al criminal, no al investigador. Los libros de Kerouac que no son nietzscheanos no necesitan introducciones preventivas. La crítica adversa no tiene el propósito de que el libro sea prohibido, aunque en la actualidad es tomada como invitación a prohibirlos. En el camino influye sobre Manson, pero también influye el sistema judiciario sobre-protector. Este no es efectivo, pues, al alejar al reo loco Manson de la psiquiatría, agrava la agresividad y estimula la sodomía de Manson, en un ambiente carcelario y masculino, y posteriormente lo azuza, cuando roba autos, bancos y casas, para aumentar su odio por la sociedad en general, convirtiéndolo en loco peligroso. La antipatía irracional de la policía contra el movimiento subterráneo (llamado “hippie”), antipatía que podemos comparar con el odio nazi contra el judío, provoca la actitud azuzona contra Manson, parecido, física pero no mentalmente, a los subterráneos. A fines de la década de los 60, no hay simpatía subjetiva por la víctima al castigar objetivamente al asesino, pues la víctima es subterránea y eso no agrada a la policía de esa época, siempre respaldada por la actitud derechista de los acusadores. “Los cazadores de brujas aplicaron con éxito el principio que Marx vio como básico para el capitalismo, de dividir y gobernar, explotando enemistades personales y colectivas, tensiones familiares, incomprensión de clases y culturas”, dice Maureen Duffy en su libro El mundo erótico de las hadas (1972). La influencia nefasta de En el camino, en que son recomendados los libros de Nietzsche y el robo de autos, junto con el jazz y la poesía, estimula la personalidad dividida de Manson. La derecha destructiva en medio de la izquierda artística es el principal mal dentro de esa tragedia real. En la Enciclopedia del asesinato (1961), Colin Wilson y Pat Pitman describen el asesinato cometido por Leopold y Loeb, influidos por Nietzsche.

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Ante el libro Corydon de Gide, a favor del robo y el asesinato, recordamos la droga de la manzana del edén, causante de enfermedades mentales y físicas desde la época de Caín hasta la de los sodomitas, y del atuendo usado por vergüenza, no por frío. Gide hace pensar en esa droga, y sin duda en la época de Corydon estimula el nazismo. El sexo culpable surge con la droga de la manzana, pues el sexo inocente existía antes de ésta, como dice la Biblia. Abel es un recuerdo de esa época previa, de la sabiduría del edén. La evolución fingida de la serpiente parlante es la causa de la ilusión engañosa de la supra-humanidad de Eva. La serpiente, vestigio del caos, necesariamente se opone al cosmos y miente. La embriaguez benévola de Noé lleva a la desnudez y aleja del asesinato y sodomía. El vino es un antídoto contra los efectos de la droga de la manzana.

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Darío en Los raros (1896) se refiere a un estudio de Mauclair “en que el alma de nuestro siglo está analizada con penetración y cordura a la luz de una filosofía amplia y generosa, poco conocida en estos tiempos de egoísmos superhombríos y otras nietzschedades”.

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Cansinos Asens, en su prólogo para la novela Pobres gentes (1846) de Dostoyevsky, observa: “Dostoyevsky, espíritu cristiano, asiduo meditador del Evangelio, desborda aquí su amor innato a las criaturas todas, haciendo del amor su imperativo social. Actitud romántica, desde luego, que dista un abismo de la filosofía del superhombre que Nietzsche proclamará más tarde, y en la que el amor quedará aplastado bajo la voluntad de vivir y dominar”. El autor español dice acerca del personaje descrito en “Esquema de la vida de un gran pecador”, del autor ruso: “…el hombre que peca principalmente por orgullo –cualidad satánica, el superhombre, podríamos decir, al que se ha de rebajar esa talla inhumana, reduciéndolo a las debidas proporciones mediante el amor y la humildad.” El pecador de Dostoyevsky pasa de ser un demonio a ser un santo: nos recuerda a Heathcliff de Cumbres borrascosas, novela basada en el ritual dionisiaco. La amada del pecador, llamada Katia, se basa en la Katy de Emily Brontë. La deificación del pecador nos lleva al personaje pre-nietzscheano del fragmento “Noviembre” de Flaubert.

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Comparables con Nietzsche son Lautréamont y el Marqués de Sade.

El daño mental que provocan las introducciones a favor de los libros del Marqués de Sade es un mal comparable con la enfermedad venérea, y aún peor al contagiar a otros con mayor facilidad. Los libros del Marqués no son para el público en general, sino para todos los psicólogos y para algunos críticos literarios, artistas transformadores y lectores que entienden psicología, crítica y arte. La literatura es para el público en general, y los libros del Marqués no son literatura propiamente dicha. Son vendidos en secciones llamadas eróticas que son en realidad pornográficas. Esto quiere decir que (con tal de vender) es tomado como amoroso un cultivador del odio. Por otro lado, lo erótico es una humanización del sexo y lo pornográfico es una animalización del sexo. Juega un papel dentro de la sátira, no fuera de ella. Es pornográfica la animalización de Zeus en varias ocasiones. La mitología hace una sátira al retratar a Zeus, y por eso es buena para la humanidad. La transformación del Marqués no es para demostrar su inocencia, presentando como bueno a un escritor malo: es para volverlo motivo de tragedia y comedia, volviendo sagrada la locura profana. Sin embargo, no es bueno el exceso de libros del Marqués en las librerías.

El placer de contemplar escenas horribles en el arte (literario u otro) es confundido por el crítico Mario Praz con el placer de contemplar escenas horribles en la realidad, y esa confusión proviene de su lectura del Marqués  de Sade. Praz hace bien al rechazar a ese autor, mas se ve confundido, ya que cree que los decadentistas son sádicos y no transformadores de temas del Marqués en temas trágicos y cómicos. Praz se refiere a las mujeres de los poemas de Baudelaire, “hermosas mendigas, ancianas seductoras, negras fascinantes, cortesanas humilladas”, y confunde la piedad que el poeta siente por las mujeres infelices, victimadas por el mal, con sexualidad perversa. Toma la ternura por las ancianas como atracción morbosa hacia ellas. Un fragmento sobre la estupidez  como fuente de belleza (materia prima para la piedra filosofal) hace decir a Praz que Jeanne Duval es estúpida, hecho no registrado por Baudelaire.

En la obra de este poeta, el bien es logrado por un medio estético. Lo raro o lo maligno alejan del mensaje moral demasiado evidente y acercan a la vaguedad que propicia la Belleza. Baudelaire, ante la “literatura” edificante, cursi, con contenido moral, afirma una belleza (trágica) que por sí misma afirma el bien. Por eso la Dicha es ornamento vulgar para la Belleza y sólo la Melancolía es su ilustre compañera. Semejante a Baudelaire al unir lo bello y lo horrible es Valle Inclán, autor español a veces malinterpretado. Cuando Darío, en un soneto, compara al Marqués de Bradomín con el Marqués de Sade, hace una broma pero despista a la investigadora Lily Litvak, que confunde la protesta por la represión sexual con la excitación sádica que el cruel siente ante la virginidad femenina. Litvak busca pruebas de sadismo en las Sonatas de Valle Inclán. Bradomín, después de perder el brazo por un balazo, dice: “Poco a poco, volvieron a cercarme las nieblas del sueño,  un sueño ingrávido, flotante, lleno de agujeros, de una geometría diabólica”. Después de la pérdida, Bradomín no es igual: predominan en él el exceso y el defecto de masculinidad. Por un lado, siente alzarse dentro de sí “el ánimo guerrero, despótico, feudal, este noble ánimo atávico, que haciéndome hombre de otros tiempos, hizo en éstos mi desgracia”. Por otro lado, ante un efebo, lamenta más que nunca “no poder gustar del bello pecado, regalo de los dioses y tentación de los poetas”.

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Como la zorra que ha perdido su cola, en la fábula de Esopo, Bradomín dice que después de todo su brazo no servía para nada y tiene “el consuelo de haber vertido su sangre por aquella princesa pálida y santa como una princesa de leyenda”. Bradomín consigue ser héroe del amor, no de la guerra. Cuando pierde el brazo se vuelve consciente de que el riesgo no debe acompañar a la vida amorosa. Ese riesgo es el único elemento que lo une con el Don Juan tradicional, ya que la ternura y la poesía son inseparables de su concepción del amor.

Antes de ir a México Bradomín dice: “Yo sentía levantarse en mi alma, como un canto homérico, la tradición aventurera de todo mi linaje”. Bradomín es un intento (fallido) de ser prudente como Ulises, no imprudente como Don Juan u Orfeo. La sucesión de las cuatro estaciones en las Sonatas nos recuerda necesariamente la leyenda eleusina de Perséfona. La historia de Bradomin es una variación de la vida de Orfeo, pues Bradomín canta a los efebos después de perder el brazo, como si esta fuera Eurídice, y es que al perderlo pierde también atractivo ante la mujer. Recordemos que Orfeo pierde la cabeza después de perder a Eurídice. En las Sonatas, el Marqués de Bradomín es el Caballero que se enfrenta con el Diablo, la Carne y la Muerte.

Cerca del final de las Sonatas, antes de la aparición del sadismo en Bradomín, está el sueño de “geometría diabólica”, propio de los modernos cuentos de horror.

El sueño del cerdo, el sacerdote y el moribundo, tema subterráneo de la literatura, que se origina durante el paganismo, en Virgilio, y culmina en autores posteriores, como Bocaccio, Cervantes y Shakespeare, es deformado por el Marqués de Sade, autor de un diálogo en que su doble personalidad sale a relucir, consistiendo en una mezcla de Cristo y de Satanás que luego Manson lleva a la práctica. El diálogo de Sade es transformado por el materialista dialéctico William Morris en el cuento “El estanque de Lindeborg” (incluyendo escenas que influyen sobre Lovecraft) y es transformado asimismo por Lewis Carroll, pero el Conde de Lautréamont deforma el cuento de Morris y el fragmento de Carroll, devolviéndole el carácter sádico al sueño del cerdo, el sacerdote y el moribundo.

Si exploramos bien podemos ver que Darío, acusado por sus enemigos de escribir textos de evasión, es muy consciente de la realidad de su época, pues en un artículo titulado “La brimade” (del libro Parisiana de 1920) señala la influencia de Nietzsche, demostrando que éste ha influido a la vez sobre el anti-social y sobre el social impersonal. Poco a poco, este último se vuelve anti-social: es un pandillero en el poder.

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“¿Quién”, se pregunta Darío, “no ha sentido en la niñez la hostilidad de los primeros días de la escuela y del internado? ¿Y ya en el estudio de algún arte o industria, o disciplina cualquiera, la burla, el odio casi, la enemiga infaltable del compañero? Parece que el recién llegado fuese a quitarles algo, a hacerles algún daño, y el encarnizamiento no cesa sino con la revelación de una fuerza superior, casi siempre unas buenas bofetadas al más insolente y burlón de la clase. Entonces el nuevo entra a formar parte de la comunidad. Y quizás será el martirizador más terrible del próximo novato.

“Si esto pasa en las aglomeraciones humanas, en que el espíritu tiene otras miras y ejercicios que los de la fuerza, ¿qué no será en los colegios de la muerte, en los lugares donde se aprende a matar, en donde lo que se estudia es el manejo de las armas, la ciencia de la destrucción, el arte sangriento de ser más fuerte que otro en un punto dado?”… Luego Darío añade: “Hay que combatir a todo trance la fiera que llevamos en nosotros. Si no, proclamemos como superior la filosofía de Sade, ese precursor de Nietzsche, y establézcase en cada capital culta del orbe un Jardín de los Suplicios.

“Las brimades eran –felizmente, repito, ya no son– bromas pesadas, groseros tratamientos que se hacían padecer a los recién entrados, fuese cual fuese su condición; pero, naturalmente, más duros y hasta sangrientos, con los de débil carácter o de escasa fuerza. Ponerlos desnudos en un cuarto y embetunarlos, o pincharlos con agujas, echarles cubos de agua fría en medio del invierno, deshacerles los pies a pisotones, darles patadas y puñetazos, azotes, etc. Por la menor falta, castigos, vara. Todo esto bajo la mirada complaciente de los superiores.” Dice luego Darío: “En Alemania, país en que el militarismo ha entrado en la sangre, en la vida nacional, no se han suprimido, ni creo que se supriman esas asperezas del cuartel. Cierto es que allí, en el mismo cuerpo estudiantil, existen hábitos y costumbres de la más exquisita barbarie medieval.” Entonces Darío narra un drama en que un consejo de guerra ha juzgado en Metz “a los culpables de uno de esos verdaderos crímenes, merecedores de las penas más severas.” Darío cuenta la historia real de un soldado apellidado Polke, perteneciente al 12 regimiento de artillería de Sajonia, dado de baja por los médicos militares, que lo encontraron débil. Incorporado un año después, “hizo ejercicios solo, bajo el mando de un cabo llamado Trautmann. Este, un verdadero troglodita, hizo con el pobre lo que se le dio la gana. Era una lluvia de patadas y puñetazos, fuera de la privación del alimento.

“Llegó a tanto la atrocidad, que un día el cabo le dio tal golpe en la cabeza con la culata de su fusil, que el mozo quedó sinsentido. No solamente él le pegaba, sino que ordenaba a otros reclutas que hicieran lo mismo, entre las risas de los compañeros. De más decir que todo el mundo martirizaba al infeliz. Un subteniente le dio un bofetón porque lo vió fumar un cigarrillo, y un teniente se burló, en vez de reprender. Por último, el maldito cabo le obligó a saltar por una ventana y a correr, a paso de carga, durante diez minutos. Polke, dice quien narra el hecho, concluyó por caer fatigadísimo. Cuando se levantó, desesperado, loco, se pegó un tiro.” Darío critica lo leve de las penas aplicadas a los culpables: a los camaradas, tres días, al subteniente, tres semanas y al famoso cabo cinco meses de prisión. El anti-social considerado como héroe social es un ideal de Nietzsche, realizado por el cabo Trautmann.

Volviendo al tema de Polanski, podemos decir que su vida dolorosa muestra un paso –obligatorio, no deseado por él– del Cantar de los cantares, en que está la rosa de Sharon, al Libro negro, del mismo Salomón, en que hay impiedad y anti-semitismo. Su vida es también una deformación de El gran dios Pan de Machen, efectuada por lo más puritano de la sociedad de orden establecido (Establishment), una sociedad nazi… sin esvástica, para no ser reconocida de inmediato.  Los críticos puritanos que repudiaban a Machen vienen a la memoria. En El gran dios Pan, después de la violencia sexual de un doctor loco, Mary da a luz a una hija bella y fatal, Helen, que provoca suicidios. Dionysos Sabazius ha penetrado a Mary por el cerebro –no por la vulva– durante la operación. Lo fálico-agresivo se une a la descripción de nínfulas que copulan con faunos, metáfora de la nostalgia por la época renacentista, en que los mayores de edad se unían con las menores. En el siglo XVIII, las jóvenes de catorce años podían casarse con los hombres de treinta, como lo demuestra el abate Prévost en su cuento “La aventura de un hombre desesperado”. En 1835, Poe, de veintiséis años, se casa con su prima Virginia Clemm, de trece.

En las épocas victoriana y porfirista, esa unión era considerada diabólica y ahora también es considerada así (por cierta cantidad de gente) debido a que es preferible el doctor puritano y dogmático al doctor normal y al erotista empírico. El doctor puritano cuenta con el poder de las palabras y no gusta de la mujer, a semejanza de Apolonio de Tiana. Por ende, no recuerda con placer ninguna iniciación sexual de la pubertad o de la adolescencia, ni simpatiza con quien la recuerda. En la novela Lolita, Nabokov dice que la causa del grande y la joven es comparable con la causa civil de los negros en Norteamérica. A pesar de esta declaración liberal de un autor famoso, y del arte de David Hamilton y Graham Ovenden, la causa del grande y la joven ha sido bastante ignorada. El mero hecho de la madurez sexual de la jovencita, con su novio joven o grande, es un escándalo para los puritanos, semejantes a los jotos al rechazar a las mujeres. Es preciso ya adoptar una actitud más científica y artística ante este tema.

Dice Maureen Duffy en El mundo erótico de las hadas: “…hay siempre, sean cuales sean las leyes o costumbres sociales, criterios de aprobación individual basados en el carácter psicológico de cada persona”.

Las autoras Rachilde y Barbara Newhall Follett, aunque consideradas precoces, son en realidad normales.

En la novela Lolita podemos percibir la influencia de Machen, pues Nabokov imagina un pueblo llamado Beardsley, en recuerdo de la edición de El  gran dios Pan ilustrada por Beardsley.  La actriz Mia Farrow, Allison McKenzie en la serie realista de TV La caldera del diablo y Rosemary en El bebé de Rosemary, nos hace recordar “La pirámide de fuego” de Machen (en que una joven es raptada por enanos que tienen una caldera diabólica) y “El gran dios Pan” (en que hay nínfulas y Sabazius es el diablo). También recordamos El castillo maldito (El hijo del diablo), serie de Paul Féval que incluye un tomo titulado Los vampiros, vieja obra que también anticipa a Polanski.

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El amor por la niña es tierno; el amor por la jovencita ya incluye sexualidad. El amor sexual por la niña es anormal. Pero el amor sexual por la joven es normal, así como la inclinación de la joven por el hombre grande, a pesar de no ser la regla. El hombre con experiencia sexual puede ser tan atractivo como el joven inexperto que quiere ser iniciado. Sin embargo, no debe ser un mero papá, ni tener estorbo fisiológico –disparidad de tamaños– si pretende copular.

La sexualidad erótica con Carolina, un personaje imaginario mío, ha sido malinterpretada (yo creo) por algunos lectores, pues en un fragmento el narrador imaginario dice que mientras acomete el trasero de la joven siente hielos. Eso no quiere decir que la penetre analmente: la penetra por la vulva, pero por detrás, no por delante como es común.

Los amantes se alejan de las torturas.

En mi libro Los sueños de la bella durmiente figuran las “Viñetas galantes” del personaje Julito Calabrés, unos sonetos breves en que la irrealidad es lograda a partir del uso de ambientes antiguos, rima y ritmo. El edén pasa a ser infierno, y la perversión invade a la ingenuidad. El sexo oral, placentero y anti-conceptivo, se deforma hasta convertirse en aberración. El falo se confunde con la nariz. La contemplación erótica, voluptuosa y saludable, se vuelve voyeurismo en un mundo torturado, burdelero y bestialista. Mi modelo es Crowley de Manchas blancas (1898), pero mis poemas son originales.

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EGPenEmiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).