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CAIMÁN

HIJO POSTIZO, NUDO DESATADO, MONSTRUO LIBERADO

 

Alicia M. Mares

 

“Nuestra misión no es clara. No hay cadáver que identificar ni papeles que firmar. No hay nada que heredar y no habrá funeral. Pero yo sé por qué estamos aquí. Es la única manera que tiene Cam de despedirse.”

Asombroso debut de David J. Poissant

Así podría resumir la premisa de “El hombre lagarto”, cuento que inaugura con bombo y platillo la colección El cielo de los animales (Edhasa, 2017), pero es mucho más que la historia de dos amigos que visitan la casa del difunto padre de uno y casi por accidente se topan con un caimán en el patio trasero.

Es también una historia sobre la paternidad, la violencia y el perdón, sobre la aceptación de la identidad queer y de los hijos que han dejado de ser niños; de la maravilla detrás de lo imprevisto.

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Gran. Puto. Caimán.

Verbatim. Así lo describe Cam a su amigo en cuanto se asoma al jardín de la casa de Red, el padre abusador del cual huyó apenas pudo y recién acaba de fallecer. Jamás lo volvió a ver desde que se fue de casa, y están allí porque no le queda otra forma de cerrar ciclos que volver a su viejo hogar, comprobar que el viejo ya no está. Pero entonces, el caimán.

“Es enorme. Es una locura. También es la cosa más triste que vi en mi vida. En el patio de atrás hay una jaula improvisada, un óvalo de alambre tejido con techo de gallinero. Adentro, el caimán chapalea en una vieja pileta de plástico para niños. El plástico de la pileta está resquebrajado por el peso del caimán. Con medio cuerpo llena la pileta, el vientre hundido en unos pocos centímetros de agua marrón espesa, las patas colgando a los costados. La cola, del tamaño de un hombre, sigue la curva de la cerca de alambre.”

Entonces entienden porqué le decían a Red el hombre lagarto: al parecer, se dedicaba a cuidar de manera obsesiva a su caimán, tanto que obtuvo cierto renombre en la comunidad.

Lo que sigue es un relato minucioso y asombroso de cómo ambos se roban al caimán después de atarle el hocico con cinta de embalaje, de cómo lo meten en la cajuela de la Pick-up y lo cubren con una lona, de cómo van manejando mientras cae una tormenta que se está volviendo huracán y finalmente Cam decide liberarlo en el campo de golf donde trabajaba.

Esto ocupa la mayor parte del cuento: es algo exultante, eufórico, que me dejó hecha un manojo de nervios. Solo esto era suficiente para crear un relato memorable, pero retomando la estructura del cuento doble —explicado, entre otros, por Piglia—, Poissant se atreve a ir más allá y traza símiles entre la vida de Cam y la de su amigo, entre la manera en que ambos trataron a sus hijos. La forma en que los hombres pueden volverse monstruos.

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El escape del monstruo evita la transformación en monstruo

La antesala de la monstruosidad: el cuento hace breves intervalos para explicar cómo el señor Lawson arrojó a su hijo por una ventana en un arrebato de locura, tras verlo besarse con otro chico.

Cuestionó a Jack y a su novio, a su propia esposa; fue el último en enterarse de la verdad, pero no la oculta. En cuanto llega la policía al hospital, él se declara culpable.

Le costó su familia y su trabajo. Ya lleva un año de la despedida, de haber querido decirle a su hijo que quería entenderlo, que quería ganarse su confianza de nuevo, pero de no haberle dicho nada. No ha ido a verlo desde entonces.

El cuento llega a su clímax:

“Pego puñetazos en el aire. Grito: «¡Vete! ¡Corre!». Y justo antes de que el caimán llegue al agua, tomo envión y las yemas de mis dedos rozan las últimas crestas y escamas de la cola que zigzaguea como látigo delante de mí. El cielo es un entrevero de relámpagos y alcanzo a ver ese cuerpo gigantesco, torpe y sin gracia en tierra, deslizarse en el agua como nació para hacerlo. El cuerpo enorme corta el agua, veloz y elegante y liso, y el caimán desaparece de la vista, vuelve al mundo al que pertenece, nuevamente a salvo en la quietud caliente del lodo y los peces y las cosas que no vemos y que viven en la profunda, verde oscuridad.”

El desenlace, sin embargo, será algo mucho más emocional.

Ambos hombres vuelven a casa después de haber ejecutado tamaña hazaña; allí los espera, asustado y llorando debido a la larga ausencia, el hijo de Cam.

Y en esa imagen —Bobby y Cam abrazados, la reunión de un padre e hijo que no ha sido manchada por el crecimiento de ninguno— el señor Lawson piensa en Jack. En cómo fue un niño hermoso, en cómo lo amó tanto, pero después de que se convirtió en un hombre homosexual ya no pudo entenderlo.

En contraste, Cam confiesa que llamó a su padre, que si Red se hubiera disculpado, él le habría perdonando todas las golpizas. En su lamento, podemos escuchar un eco de lo que posiblemente Jack, el hijo del señor Lawson, ha de estar sintiendo.

Lawson abre, en ese instante, una caja que Cam trajo de la casa de Red. Y allí encuentra un hatajo de cartas: 

“Todos los sobres escritos con la misma letra temblorosa. Todas dirigidas a un mismo y único destinatario, Mr. Cameron Starnes, por un mismo y único remitente: Red. Y entonces sé que no existió ningún llamado telefónico, que Cam nunca perdonó nada, que jamás volvió a acercarse hasta que el monstruo desapareció. Miro las cartas y sé en qué quiere impedir Cam que me transforme.”

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David James Poissant

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El caimán es un nudo que se desata, y viceversa

Han liberado un monstruo, pero después de que el verdadero murió, y es la única manera en que Cam puede decir adiós.

Y toda esa aventura —aunque haya sucedido de forma accidental, imprevista casi como la magia— sirve para mostrarle a Lawson lo que podría ser de su vida en unas décadas, de lo que la separación, la falta de comunicación y las heridas pueden hacerle a la relación entre un padre y su hijo. Pero también le han sugerido un modo de cruzar esa brecha antes de que sea irremediable, de recuperar a su hijo antes de que lo pierda para siempre.

El caimán, en este cuento, es una especie de monstruo simbólico, la última atadura entre un padre y su hijo, pero también la representación del miedo y la culpa que unía a ambos y ahora es libre de marcharse a otro lado.

Aunado a esto, el caimán es el desafío que superan dos amigos y fortalece su vínculo, el hijo suplente que adoptó Red en un arrepentimiento tardío y que ahora vuelve a su estado natural, demostrando que ni siquiera ese simulacro de paternidad podría haber hecho enmiendas.

Este animal es una figura simbólica muy versátil en el cuento, y apenas condensa la genialidad de Poissant.

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AQUÍ puedes leer «El hombre lagarto».

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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)

Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación. Trabaja como redactora en una agencia digital. Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos. Creció al lado de un árbol de jacaranda.

Twitter: @AliciaSkeltar

Facebook: @AliciaMaresReading

Instagram: @aliciamayamares

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