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DOS CONJUROS DE

SANTIAGO CARUSO

Enrique Urbina

 

Esto iba a ser una crónica, pero salió caos.

 

A Santiago Caruso me lo presentó Alejandra Pizarnik y viceversa. Era inminente, por mis gustos y lecturas, que lo conociera en algún punto de mi vida, pero tocó que Ricardo Bernal, hace un par de años en un curso sobre vampiros, nos mostrara las ilustraciones de La condesa sangrienta. Me impresionó su uso de símbolos, de los colores, de la técnica, de todo eso que se junta y se vuelve simultáneo cuando una obra nos llega profundo. También fue el momento: todo a oscuras, sin ruido, después de días de viaje sólo para hablar sobre muertos vivientes.

 

Todo eso, mi sensación de la obra del argentino, se me quedó en una palabra: extraño. Qué extraña se me hizo la obra de Caruso, una obra que parece hecha fuera del tiempo (decadente, simbolista, de un siglo XIX que sólo existió en pesadillas pero que sigue presente, uno poblado de monstruos), que no va de acuerdo —“gracias a Satán”*— con las modas artísticas de ahorita. Su pintura es the thing that should not be, pero es. Esos organismos, esas antinaturalezas vivas, pienso, son las que más tienen la capacidad de rasgar el velo de lo real para mostrar la realidad.

 

Pasó el tiempo y viajé a Argentina y tuve la oportunidad de conocerlo pero no sucedió. Regresé a México con muchas historias pero con el silencio de aquella que tenía esperada con Caruso.

 

Y luego me enteré de que vendría a nuestro país.

 

En su anuncio decía que estaba interesado en hacer una lectura/pintura en vivo. Inmediatamente pensé en Penumbria y El Scary Witches. Confié, tal vez sea una palabra más adecuada; sabía que para un pintor fantástico necesitaba gente fantástica. Y así funcionó. Gracias al entusiasmo de todos, las cosas se concretaron rápido. Esto no importa: el producto final, el acto de magia en escena, es lo que va a disfrutar la gente. No importa pero debo mencionarlo: creo que los únicos que pueden alinear los planetas para que las cosas se den somos nosotros. No es una cursilería, es un hecho

o una creencia.

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Y así nacieron Revelación Mesmérica y R.Y.P Leonora. Sábado 12 y domingo 13 de marzo. Con horas establecidas pero insuficientes (el tiempo, en este tipo de eventos, siempre es una cosa que adelgaza hasta casi desaparecer, se hace insuficiente, vuelve todo liviano y difícil de aprehender en su duración). Dos improvisaciones con nombres que prometían magia. Invocaciones y diálogo entre vivos y muertos. Dos suspensiones del tiempo; paréntesis dibujados con pincel.

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Sábado y domingo fueron diferentes pero iguales. Manuel Solís y Andrea González abrieron respectivamente las noches leyendo las minificciones que hicieron con base en las pinturas de los flyers del evento. Sus textos, aunque breves, dieron el primer paso, muy necesario, para que todo fluyera. La naturaleza de sus textos lo permitió:  en ellos estaba contenida la posibilidad de lo máximo en lo mínimo, lo concreto que abre espacios para lo ambiguo. Pusieron la primera piedra en el círculo mágico en el que cosas pasarían.

 

El proceso de creación de ambas pinturas —una obviedad que es necesario mencionar— fue distinto. Fueron causa y efecto de diferentes experiencias. Las formas que Caruso fue desentrañando de las pinturas, junto con la voz de Clauzzen, provocaron atmósferas y alteraciones únicas sugeridas por los estilos de Poe y Carrington. El de Poe, la melancolía peligrosa y la locura acechante; el de Carrington, el mito trastocado y la realidad insegura.

Pintura inspirada en Poe.

Pintura inspirada en Poe.

 

Fueron dos resultados sorprendentes de esa mezcla; dos resultados que, a partir de varias narrativas (los cuentos, la música, la lectura, la gente, la temperatura, el lugar) pudieron alejarse del acto de contar para emprender una exploración poética y sensorial sobre aquello que no se puede ordenar pero que se impone frente a nosotros. Así es la pintura: una simultaneidad que nos hace callar, dejar de narrar y empezar a experimentar. Así fue cuando terminó cada día: después de la saturación de los sentidos por la música, las voces, el calor y las luces quedaba el silencio de cada obra. Y este silencio era potenciado por el estilo de Caruso: en sus detalles, en los demonios escondidos en los claroscuros sangrientos hechos con blancos, negros y rojos, uno encontraba, además de referencias a Poe y a Carrington, conexiones con imágenes más profundas venidas de los sueños, las pesadillas y el adictivo miedo que nos consume cuando está presente la oscuridad profunda, el arte y la estética del horror. Quedaba el silencio ante lo que no puede ser nombrado.

Pintura inspirada en Carrington.

Pintura inspirada en Carrington.

 

En ambos días, sin embargo, el efecto hipnótico que la lectura/pintura provocó en los asistentes fue similar: cuando Caruso pintaba sólo había silencio y expectativa; todos ojos, todos imaginación desbocada. Algo se aproximaba, producto de la acumulación de todo lo extraño que sucedía ahí, y nadie podía saber qué. Por eso el silencio y las miradas concentradas en los artistas. “Esto parece una iglesia”, murmulló G… Estuve de acuerdo. Eso era un ritual muy viejo. Santiago y Clauzzen estaban re-haciendo, revitalizando la función ancestral del arte: conectar a la gente con otros planos de conocimiento. En la improvisación, en la producción espontánea, se abrieron umbrales antiguos.

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Santiago y Clauzzen

[Para las dos obras se dio un descanso a la mitad de la improvisación. Varios nos acercamos a observarlas, a ver el organismo en proceso de ser en un sueño próximo a su realización. Una pregunta surgió al respecto: ¿Cuándo estarían acabadas? No porque algo les falte o les sobre, sino porque ellas en sí eran un misterio. Y mejor aún, lo fueron aun después de terminado el evento. El arte efectivo revela cosas nuevas ocultando otras].

 

Quise esperar a que la visita de Santiago en México terminara para poder hacer este texto. Necesitaba una pequeña distancia temporal para alejarme y acercarme de ese momento. Pensé, en las horas que siguieron después de los eventos, escribir algo, pero no pude. Seguía mudo. Apenas empiezo a hablar. Aún me encuentro dudando, sospechando de mis palabras. Me leo exagerado, pasional, inocente, pero así sucede cuando lo cotidiano se agrieta.

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Ver a Caruso pintar fue increíble. El adjetivo está gastado pero aquí se vuelve preciso: de la nada, de la oscuridad, el pintor trajo una luz. Un brillo que alumbra más allá de las formas. Unas figuras traídas de más allá de los límites de la razón. ¿Cómo podía una persona realizar en materia aquellas imágenes? Se volvían conjuros, insisto, algo que los hombres han olvidado a hacer.

 

Entonces, mientras reviso las fotos, mis recuerdos, las imágenes y mi Ex Libris me doy cuenta por qué es que Caruso logra tanto en poco tiempo; sé o creo saber de qué se trata todo esto: de pasión y sumergimiento. Es así como algo nacido de la mente del hombre puede tener tanta energía; porque cuando Caruso pintaba y Clauzzen leía y nosotros mirábamos pasaba algo que no se piensa mucho ya: estábamos viviendo. Todos nuestros sentidos se enfocaban en una cosa y aprovechábamos el momento. El arte hacía magia. El arte era magia.

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¿Pasa eso en cada improvisación, en cada producción espontánea de una obra plástica? No sé, puede que así sea y que no conozca lo suficiente, pero no me importa. Sé que ahora no puedo ser objetivo con mis aproximaciones al evento con Caruso, pero tampoco puedo negar que esa noche fue de revelaciones. Mías y, estoy seguro, de más gente. Me di cuenta de muchas cosas: de cómo la imaginación fantástica no evade realidades, sino que crea otras que se emplazan y unen con la nuestra; que así como la inspiración no llega de la nada, la magia tampoco: los conjuros se hacen con trabajo, con mucho, y con pasión que lo empuja a uno a ir más allá de las profundidades. Recordé por qué el arte no es algo útil pero sí necesario.

 

Fueron, como lo dije esos días, unas veladas realmente mágicas.

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Santiago y Enrique

 

*No sé si fue el sábado o el domingo, pero alguien le pidió un favor a Caruso que no pudo cumplir.

Él, abrumado, exclamó algo parecido a esto.

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Fotografías de Andrés Galindo, salvo la pintura inspirada en Carrington y el Ex Libris (Enrique).

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urbina2Enrique Urbina Jiménez (Ciudad de México, 1993) cursa la licenciatura en Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana. Textos suyos han sido publicados en las revistas electrónicas Penumbria, Scifi TerrorYerba Fanzine y Fantasía Austral. Ha sido incluido en las antologías Penumbria Año I y Microhorror.

@DoctorPeste