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Hermosos cantos perversos

EL TERROR EN LA POESÍA

 

Rubén Espinoza

 

 

El sonido es uno de los sentidos más invasivos por sí mismo, quizá solo compitiendo con el olfato por la facilidad que tiene para mantener la invasión en nuestro cuerpo y permanecer en él hasta que algo más fuerte nos hace olvidarlo o hasta que nos acostumbramos a su presencia.

Cada vibración llega no solamente hasta nuestros oídos, sino a cada parte de nuestro cuerpo, donde lo recibimos con nuestra piel, con nuestros recuerdos, con nuestras evocaciones, incluso con nuestra intuición o con esas memorias dormidas de voces ancestrales que nos dicen que existen sonidos que no deberían ser emitidos y mucho menos escuchados. Todo el tiempo recibimos esa horrible información sin posibilidad de poder rechazarla.

Olvidamos de pronto que la Tierra avanza hasta a una velocidad de 110 mil 700 kilómetros por hora y que seguramente nunca hemos escuchado el sonido de su movimiento, o que las estrellas no nos ensordecen por la ausencia de aire en el espacio que conduzca sus sonidos, incluso que para que el sonido exista necesita ser escuchado —como ese árbol que cae a mitad de la nada sin que nadie los escuche— y que hay tanto que jamás oiremos.

La poesía no es exclusivamente sonidos, son historias, son caminos de pensamiento por lugares de nuestra mente que se sincronizan con el pensamiento del autor a través del tiempo para llevarnos por lugares que pueden ser luminosos o terribles y que, sin embargo, cuando es un buen poema en cualquier caso será hermoso*.

¿Qué pasa cuando este sentido es invadido por historias terribles? Ya desde hace muchos años se ha explorado esta posibilidad con historias que buscan este fin. La oralidad tiene un poder encantador: el sonido frente al fuego nos ha reunido desde tiempos inmemoriales para escuchar esas historias de terror que seguramente jamás olvidaremos y que alimentan las pasturas de la yegua de la noche.

Poco a poco las historias de terror han cobrado adeptos, pero la poesía de terror sigue siendo un espacio donde la creación aún nos debe mucho y como lectores exigimos poco y, por ello, aquí presento algunos textos pertenecientes a subgéneros del terror muy diversos, pero que serán difíciles de olvidar, principalmente si se leen frente a las velas que piden:

*

“Me da miedo tener cuerpo”

Emily Dickinson

Me da miedo tener cuerpo–

me da miedo tener alma–

posesión –profunda y frágil–

y propiedad –obligada–

Doble herencia –conferida

a heredero por sorpresa–

Duque en inmortal instante

y con Dios, como frontera.

*

Los hongos nacen en silencio…

Marosa di Giorgio

 

Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio; otros con un breve alarido, un leve trueno. Unos son blancos, otros rosados, ése es gris y parece una paloma, la estatua a una paloma, la estatua a una paloma; otros son dorados o morados. Cada uno trae –y eso es lo terrible– la inicial del muerto de donde procede. Yo no me atrevo a devorarlos; esa carne levísima es pariente nuestra. Pero, aparece en la tarde el comprador de hongos y empieza la siega. Mi madre da permiso. Él elige como un águila. Ese blanco como el azúcar, uno rosado, uno gris. Mamá no se da cuenta que vende a su raza.

*

Mi vecino dice que vio al diablo

A. E. Quintero

 

Mi vecino dice que vio al diablo,

que lo vio bajar corriendo por la escalera de servicio

y estaba desnudo como un caballo.

Que tenía ojos encendidos como setas en llamas

y unos cuernos semejantes al manubrio de una bicicleta.

Que parecía un muchacho de diecisiete años

o un arbusto lleno de pájaros negros, no recuerda.

Pero que olía a mariguana

y sus labios tenían el color que dejan

las moras cuando las cortas.

Que su pene estaba erecto y parecía un cazador de perdices,

una robusta escopeta a punto de disparar. Un arpón

a pocos segundos de atravesar una ballena.

Y que su cuerpo le recordó el cuerpo que él tenía de joven.

Nalgas como cascos de soldado

y una enorme espalda cuesta arriba, difícil de trepar.

Que no era nada feo, pero que era el diablo.

Y está seguro que tenía alas pero las tenía escondidas.

A sus noventa y ocho años

mi vecino dice que vio al diablo

y que se parecía a él cuando era joven.

*

De Dios al Diablo hay solo unos hongos de distancia y la evocación de esas imágenes perversas que llegan de forma intempestiva y sin mediación alguna, donde cada poeta mezcla sus versos con sus sonidos para recordarnos que la belleza puede estar también en lo más terrible.

**

* The Representation of Semantic Information Across Human Cerebral Cortex During Listening Versus Reading Is Invariant to Stimulus Modality, de Fatma Deniz, Anwar O. Nunez-Elizalde, Alexander G. Huth and Jack L. Gallant, disponible en: https://www.jneurosci.org/content/39/39/7722

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Carlos Rubén Espinoza Guerrero (1994)

Nació en Toluca. Becario para los talleres de la Fundación para las letras mexicanas del año 2013 y 2017, además de Interfaz 2017. Director de la editorial Manumisión. Corrector de estilo y ghostwriter. Parte de sus textos pueden encontrarse en las revistas digitales Círculo de poesía y Campos de plumas; además en las antologías En la Web y Jíbaros.

Fb: @Creg.1994

IG: @Leviatancreg

TW: @Carlos_ruben_eg

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