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LOS LIBROS QUE LEÍ CON MAMÁ

Miguel Antonio Lupián Soto

 

El hábito de la lectura se lo debe enteramente a mi madre, María Antonieta Soto Mercado. Siempre se preocupó por tener enciclopedias y revistas del Reader´s Digest en casa y, como buena profesora de inglés, le pedía a mi tío Chucho que nos trajera librillos ilustrados de Estados Unidos (en particular, recuerdo uno sobre tres cabritas que debían cruzar un puente custodiado por un trol). Pero el que me marcó fue una hermosa edición de La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson (a mi hermana le tocó Mujercitas de Louisa May Alcott). Todavía recuerdo la emoción y el miedo de navegar, junto a Jim Hawkins, a bordo de La Hispaniola. ¿Qué habrá pasado con ese libro? Seguro se perdió en una de nuestras varias mudanzas.

Por lo que me pareció necesario (aunque sigo sin explicarme por qué tardé tanto en hacerlo) retribuirle este gesto durante su lucha contra el cáncer. Elegí libros infantiles ilustrados por su brevedad y tono juguetón. Los títulos fueron saliendo al azar (pues todavía no lograba desempacar y acomodar todas mis cosas) y, haciéndole recordar sus años de docencia, le pedía, al terminar de leérselos en voz alta, que me hiciera un pequeño resumen y discutíamos sobre los posibles mensajes de las historias (en este punto notamos cómo todos, de alguna u otra forma, giraban alrededor de la pérdida). Me hubiera encantado leerle ese cuento que escribí donde, a través de un ritual prehispánico, la protagonista vencía al cáncer, pero ya no tuvimos tiempo.

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La experiencia fue mágica: sus ojos brillaban y me encantaba verla sonreír y concentrarse para develar los misterios. Durante esos minutos al día nos olvidábamos de todo el dolor, éramos inmortales.

Así que hoy, cuando hubiera cumplido 70 años, les comparto (exhortándoles a hacer lo mismo con sus mamás y abuelitas) los libros que alcanzamos a leer.

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La cosa perdida

Shaun Tan es de mis escritores/ilustradores favoritos. A mamá le encantaron los detalles de “la cosa” (una mezcla de animal y máquina; un “cangrejo-tetera”, recuerdo que dijo) y el mensaje de encontrar tu lugar. Para finalizar, vimos en el teléfono el corto basado en la historia. (AQUÍ)

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Historia de un niñito bueno / Historia de un niñito malo

Mamá se divirtió y sufrió mucho con las aventuras de estos dos niñitos —donde al niño bueno le pasan cosas horribles y el malo siempre se sale con la suya—, concluyendo que la vida no es justa (recuerdo con un nudo en la garganta las veces que mamá me preguntaba por qué le había pasado esto).

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Donde viven los monstruos

Un gran clásico que mamá disfrutó mucho porque el travieso Max le hizo recordar a sus nietos, que eran su adoración, y se sintió identificada con la mamá: regañona pero amorosa. Ahora me queda claro que mamá siempre permitió que crecieran bosques en mi habitación.

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La vieja que comía gente: leyendas de espantos 

Le conté a mamá que este libro (que reúne adaptaciones de cuentos y leyendas) lo había recomendado Emiliano González en uno de sus ensayos y que muchos años después lo encontré en una librería de viejo (situación que nos entristeció, por la muerte de Emiliano).

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Gato, ¿estás ahí?

Libro ganador del Premio hispanoamericano de poesía para niños 2020. A mamá le encantaron los poemas juguetones, peludos y muy emotivos de Evelyn Moreno. Pero también se nos llenaron los ojos de lágrimas, porque La cobra (mi gatita negra de 13 años que, desde la mudanza, se la pasaba pegada a mamá) acababa de fallecer. Recuerdo su mirada triste y cómo me ayudó a enterrarla en el jardín.

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La noche de la muñeca: una noche de espanto en doce horas y tres suspiros

Soy muy fan de Ana Romero, sobre todo cuando mezcla la poesía con el terror (Monstruo es una chulada). A mamá le costó seguir algunas metáforas, pero entendió perfecto la tristeza y soledad de los personajes.

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Los hermanos de Ranita, La Cucarachita Mondinga y el Ratón Pérez, Canción para dormir a Pastillita, El caballito jorobado, La máscara que hablaba, El niño de mazapán y la mariposa de cristal

Maravilloso rescate de la Biblioteca de Chapulín a cargo de la UNAM. Las historias que más disfrutó mamá fueron la de El niño mazapán —donde un hada le concede a una tierna pastelera el deseo de tener un hijo, pero le sale grosero— y la de La Cucarachita Mondinga y el Ratón Pérez. Reímos mucho con la forma en que Mondinga bateaba a sus pretendientes («¡Ay, qué horror! Ese ruido me espanta, me asombra y me asusta. Sigue tu camino, que no me puedo casar contigo») y con las tragedias del pobre ratoncito. Por supuesto, Los hermanos de Ranita le hizo recordar El libro de la selva y todas las veces que nos llevó a mi hermana y a mí al “cine del castillito” para ver películas de Disney.

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El jardín maléfico

Este librito me lo acababa de regalar de cumpleaños mi querida amiga y colega Jazmín García. Plantas carnívoras, flores venenosas, polillas gigantes, estanques engañosos, osos feroces y piedras asesinas. “Como el curso que darás, ¿no?”, dijo mamá refiriéndose a Muerte en el bosque: cuentos de extrañeza botánica, curso de apreciación literaria que estaba por impartir.

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La madre y la muerte / La partida

Aunque lo conseguí recién se publicó, no fue hasta que buscaba el libro del día para mamá que me acordé de su existencia. Estas historias nos pegaron duro, pues abordan el amor incondicional de las madres y la inevitabilidad de la muerte. Todavía recuerdo con un nudo en la garganta cómo mamá, con la voz entrecortada, llegaba a esas conclusiones.

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El cuaderno de las pesadillas

Soy muy fan de la obra infantil y juvenil de Ricardo Chávez Castañeda, y me encantó cómo mamá, después de varios minutos de análisis, lograba identificar las diferentes (y terroríficas) interpretaciones de cada historia. Sus favoritas fueron “La feria”, “De vidrio” y “La huida”.

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Siete relatos mayas de terror

Este libro lo acababa de conseguir en la Feria Internacional del Libro Universitario y corrí a leérselo a mamá. Se sorprendió con estas terroríficas leyendas mayas y le encantaron las ilustraciones verdinegras.

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Yáotl en la tierra de los muertos

Tuvieron que pasar dos años para encontrarme con esta chulada (también en la FILUNI). Le conté a mamá que lo escribió uno de nuestros grandes expertos en temas prehispánicos (Eduardo Matos Moctezuma), que lo editó Paola Aguirre (mi editora de El libro de agua) y lo ilustró Daniela Martín del Campo (mi ilustradora de Historias de Espiralia). Amamos al perrito Xólotl, pero lloramos con el viaje de Yáotl a la tierra de los muertos en busca de su papá. “¡Madre, madre, mi padre vino a verme, mi padre vino a verme!” La señora abrazó al niño y le pidió que le explicara, pero Yáotl solamente dijo: “Ahora sé que mi padre es un bello colibrí”.

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Desde entonces todas las mañanas me la paso en el jardín, buscando consuelo en el sol y esperando la visita de mamá.

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Miguel Antonio Lupián Soto

Ex alumno de la Universidad de Miskatonic, feligrés de la iglesia Cthulhiana y devoto de San Lemmy.

Director de Penumbria.

Autor de Légamo (Casa Futura Ediciones), Historias de Espiralia (Edelvives), Anímula (BUAP), Soy un fantasma (UNAM) y más.

mortinatos.blogspot.mx

@mortinatos

 

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