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NATASHA NO LLEGA

Felipe Alí Santamaría Ricci

MÉXICO

 

Te preguntas por qué tarda tanto. El reloj en la pared evidencia que apenas lleva quince minutos de retraso. No es gran cosa, otras veces se le ha hecho tarde y no ha sido nada. Caminas hacia la sala y te sientas en el sillón a hacer lo único que puedes: esperar.

Ves un disco sobre la mesa y no lo reconoces. Las líneas, puestas por el fabricante para alguna leyenda, permanecen en blanco. Sólo expone tres letras mayúsculas: DVD. Te levantas, vas a la ventana del apartamento y te asomas. Desde el cuarto piso puedes ver toda la calle. Dos niños pasan a toda velocidad junto a la fila de autos estacionados, una mujer les grita que tengan cuidado, huyen sin hacerle caso, van armados con pistolas de juguete disparándose mientras corren.

Natasha no aparece.

Regresas a la sala. Han pasado cinco minutos más. Vuelves a fijarte en el disco y no alcanzas a recordar la última vez que utilizaste el reproductor de DVDs. Decides averiguar qué es. Te inclinas para recogerlo, lo colocas en el reproductor y te acomodas en el sofá frente la tele. Con el control remoto, inicias la reproducción del disco.

Natasha en primer plano.

Ahí está.

El cabello le cubre el rostro, pero alcanzas a ver que te sonríe desde el televisor. Tu mirada se dirige rápidamente hacia su sostén, después hacia sus bragas, negras con encajes rosas. Tú se las regalaste hace apenas un par de semanas.

¿Así que por eso se demora? ¿Lo planeó todo? Quizás ahora mismo se encuentra detrás de la puerta esperando el momento indicado para entrar. Diriges los ojos hacia el resquicio inferior tratando de dilucidar si hay alguien detrás. Devuelves la atención hacia la pantalla.

El cabello ya no le cubre el rostro, aunque sigue sonriendo, piensas que parece más una mueca. Sus labios imitan una sonrisa pero sus ojos están ausentes. Mira algún punto de una pared que no puedes ver, pero te das cuenta de que está viendo sin reconocer las figuras. Mientras te levantas y te acercas lentamente a la televisión, la cámara aleja su enfoque. Ahora puedes ver mejor el cuarto. Es espacioso, las paredes presentan manchas de humedad y moho. En la esquina izquierda una escalera desciende desde lo que debe ser el primer piso de la casa.

Apenas ahora te percatas de que a un metro de Natasha hay un hombre encapuchado y atado a una silla, forcejea por liberarse, grita algo ininteligible, asumes que está amordazado. Y tú, que has tomado la tele con ambas manos, que estás tan cerca que parecieras querer entrar en ella, crees respirar su temor.

El chillido de una puerta al abrirse suena y la luz se cuela por unos brevísimos instantes desde lo alto de la escalera. Un hombre desciende haciendo crujir los escalones a cada paso. Su rostro queda oculto entre las sombras. Al llegar al piso, camina hacia Natasha, pasa tan cerca de la cámara que su rostro queda fuera del encuadre y sólo logras verlo hasta los hombros. Camina dándole la espalda a la cámara. Llega junto a Natasha y le acaricia la mejilla.

El encapuchado grita, grita por ambos, ya que te has quedado mudo. El hombre ríe. Natasha parece recobrar un poco la conciencia. Lo mira extrañada, trata de alejarse pero él la toma por el cuello. Ella intenta zafarse torpemente mientras él ríe de nuevo. El reconocimiento del horror por venir parece haberle devuelto cierta lucidez, logra acertarle un golpe en plena cara y él la avienta al piso; cae fuera del encuadre de la cámara.

El hombre la sigue mientras comienza a quitarse el cinturón. La escuchas gritar, él se encima sobre ella, un sonido seco interrumpe su alarido.

―¡Suéltala! ―gritas y lloras de rabia e impotencia. El encapuchado grita aún más fuerte que tú. Te preguntas quién es, qué hace ahí con ella. Piensas que de saberlo podrías averiguar dónde los agarraron, aunque en realidad eso no cambie nada.

Sacudes el televisor mientras insultas al monstruo que está violando a tu novia.

―¡Hey! ¡Mai! ―grita el hombre.

La puerta vuelve a abrirse.

―¿Qué?

―¡Cállalo!

Mai baja las escaleras y se detiene frente al encapuchado.

―¿Qué hago?

―¡Cállalo!

Mai lo golpea. Se ríe y lo golpea de nuevo. Comienza a emocionarse, cada vez golpea más fuerte y sin dejar de reírse. Su boca se abre al máximo. Escupe saliva a cada carcajada.

―Dé… jenlos ―balbuceas.

El encapuchado se duele sonoramente a cada golpe pero no deja de gritar.

―¡Que lo calles!

Mai, cegado por el goce, lo golpea con todas sus fuerzas en la cara. Se escucha un crack.

El sonido de los jadeos entrecortados del otro hombre y la respiración agitada de Mai es lo único que se escucha ahora. Después de un tiempo que te parece eterno, el otro vuelve a entrar en el enfoque de la cámara con el miembro semiflácido aún por fuera, su rostro permanece oculto por las sombras.

―¿Lo mataste? –pregunta, mientras se abrocha el pantalón.

―No lo sé ―contesta y con un movimiento rápido arranca la capucha.

Bajo la sangre y suciedad, a pesar de la nariz rota y la mordaza, te reconoces. Ahí estás con la cabeza ladeada y el cuerpo totalmente inerte.

Empujas el televisor al suelo, como si con eso cambiara lo que has visto. Retrocedes y tropiezas. Tomas el celular, sales del apartamento y corres escaleras abajo mientras telefoneas a Natasha.

No contesta.

Al llegar a la calle, el teléfono aún repica desesperanzador. Vas hacia tu auto. Las manos te tiemblan y no consigues meter la llave en la cerradura. Escuchas un rechinar de llantas a tu espalda, un instante después todo se oscurece cuando alguien te tapa la cara con una capucha negra. Te golpean en el estómago, te suben dentro de una camioneta y atan tus manos. Te empujan y caes junto a alguien que sólo puede ser Natasha.

****

Felipe Alí Santamaría Ricci

Nacido en Mérida, Yucatán, en 1992.

Estudio ingeniería química, ya que decían que las letras no pagaban.

Ha publicado los libros de cuento De regreso a la noche (Editorial Dante, 2011) y El pozo (SEGEY, 2018).

Twitter: @alisrcc

Facebook: Alí SRcc

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