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PABLO DE SANTIS

el escritor y el enigma

 

Enrique Urbina

 

Me enteré del trabajo de Pablo de Santis a través de una conversación contrabando, una de ésas donde se intercambia información valiosísima y que muy pocos conocen. El escritor Édgar Adrián Mora era mi interlocutor. Y mi maestro. Como yo estudiaba Literatura, me recomendó Filosofía y Letras, una novela donde el protagonista/detective, en busca de un manuscrito, termina perdido en los pasillos de lo que podría ser la Biblioteca de Babel que Jorge Luis Borges imaginó en el cuento homónimo. Pero el libro, como el enigma que cuenta, era prácticamente inconseguible en México, así que busqué y busqué y busqué. Encontré poco, pero suficiente.

Quedé fascinado. Aún lo estoy. Porque De Santis crea mezclas insólitas. Sus novelas, la mayoría enigmas detectivescos, no sólo juegan con el concepto de la realidad y la ficción, sino con la posibilidad de crear espacios nuevos en la literatura latinoamericana. ¿Qué tienen en común un congreso de traductores, una playa con animales pudriéndose, un asesinato y unos textos prohibidos? Ahí está el enigma y el trabajo literario: el enlace está en el trabajo de la escritura y la lectura. Esas dos acciones (el quehacer fundamental del detective, diría Ricardo Piglia) siempre están presentes en los textos de De Santis como trabajo y como ficción, y en su juego provocan historias que al mismo tiempo son la voz única que éste tiene en la literatura. Es su marca, una que nace también del conocimiento profundo de su tradición/pasado e impacto/futuro. Porque además de todo, es adictivo, sus textos no son difíciles ni densos ni pesados; al contrario. Sin embargo, esto no quiere decir que sus obras sean sencillas. Pocos escritores pueden jactarse de crear entramados laberínticos, estructuras narrativas superpuestas como estratos, y De Santis lo logra con una sutileza (y a veces ironía) que sólo llega con el trabajo duro y constante.

Pablo de Santis.

Entonces viajé a Buenos Aires. Y encontré mucho sobre él. Porque allá su carrera es muy conocida. Prolífica. Ha sido guionista de narrativa gráfica en la mítica revista Fierro y también ha publicado múltiples novelas, cuentos y ensayos. Incluso adaptaron El inventor de juegos, una novela infantil, al cine. Pero también lo encontré a él en la Feria del Libro. Le platiqué sobre mi experiencia, sobre su estado de culto en México. Por eso, sorprendido, pero agradecido, De Santis accedió a responder las siguientes preguntas:

Aunque no todos los autores compartan una mismo interés ideológico o estético, ¿qué particularidad notas en la literatura fantástica argentina con respecto al resto del mundo?

El cuento fantástico argentino quedó fuertemente marcado por la obra de Borges y Bioy Casares y el concepto que ellos tenían sobre el género:  en un ambiente reconocible y real ocurre un hecho asombroso. Añadiría dos elementos más: cierta preferencia por el ambiente intelectual y el humor. Borges decía que en todo cuento hay una estructura lógica y una poética, y yo diría que en el cuento fantástico argentino están bien equilibradas.

Uruguay ha creado su propia forma de cuento fantástico, donde lo poético domina a lo lógico: esto aparece en Felisberto Hernández y en Mario Levrero, a quien tuve oportunidad de conocer cuando él vivía en Buenos Aires (y era jefe de redacción de una revista de juegos y crucigramas).

¿Qué es para ti la literatura de género?

Es la nostalgia por restablecer la misma relación con el relato que teníamos en la infancia: es el intento, a menudo fallido, de recuperar la infancia.

¿Por qué tu interés en la literatura fantástica? ¿A qué se debe tu elección de utilizar recursos que parten de ella?

Me gusta que la literatura invente, que agregue cosas que no están en el mundo. Empecé a escribir ficción a partir de mis lecturas de Ray Bradbury y eso me marcó con mucha fuerza. Todo lo que leía y veía en televisión y en el cine escapaba del realismo: la serie Dimensión desconocida, las películas de terror, la revista de historietas Dr. Tetrik… La literatura fantástica fue un modo «adulto» de procesar mi afición infantil por el terror.

Muchas de tus obras mezclan elementos del género policial con otros, como la ciencia ficción o el terror, ¿a qué se deben estas mezclas? ¿De qué autores y lecturas vienen?

La combinación de géneros siempre es muy complicada, pero hay grandes autores que lo han hecho muy bien. En Soy leyenda, Matheson mezcla novela negra, ciencia ficción y la tradición vampírica; también pienso en El ángel caído de Hjorstberg o en Solaris de Stanislav Lem (una novela de ciencia ficción con un tema de literatura fantástica: el regreso de los muertos a la vida). Yo probé hacer alguna mezcla en La traducción, que es una combinación de relato policial y fantástico.

La mayoría de tus protagonistas/detectives son, en el mejor de los términos, kafkianos: gente común, subordinados, jóvenes, a veces sin experiencia, que se ven envueltos casi sin querer en conspiraciones complicadísimas y gigantescas, ¿por qué construirlos así?

Mis detectives son herederos del doctor Watson, más que de Sherlock Holmes: no son los más inteligentes, pero tienen cierto empecinamiento que los redime. Pero, además, me parece atractivo el personaje débil, el que hace algo por primera vez, el que no sabe muy bien de qué trata la cosa. Porque la verdad es que casi siempre nos sentimos así, a pesar del paso de los años y de la supuesta experiencia que adquirimos.

También, en libros como La traducción, Filosofía y Letras El calígrafo de Voltaire noto que los personajes y los enigmas giran en torno al uso y estudio -profundísimo- de las palabras, ¿crees que sí existe ese interés en tu obra?

Muchos lectores me señalaron que en mis libros se repiten los grupos de gente que se dedica a alguna actividad intelectual: los críticos de Filosofía y Letras, los traductores de La traducción, los copistas de planos en La sexta lámpara, los inventores de juegos…Yo nunca quise hacer novelas donde haya personajes que sean escritores, pero de alguna manera el trabajo de escribir se filtra sin que lo note en estos personajes un poco absurdos.

Aquello se traduce, entonces, en curiosidad particular por la fuerza poder del lenguaje, de la palabra, y su capacidad de cambiar la realidad, ¿a qué podría deberse esta constante?

Creo que viene de la infancia, de las palabras mágicas de los hechiceros de los cuentos. Una vez escribí un pequeño ensayo sobre la relación entre la palabra y el género fantástico: «El oráculo y el hechizo». En los cuentos fantásticos de Borges al principio dominan los objetos mágicos, pero en los últimos cuentos son las palabras mágicas las que mandan: así ocurre en “La memoria de Shakespeare” o “La rosa de Paracelso”. En sus memorias de infancia, El castillo alto, el polaco Stanislav Lem recuerda su fascinación por una palabra maldita, que había encontrado en algún folletín: el que la pronunciaba se convertía en una masa gelatinosa.  Pero también en la literatura policial hay palabras misteriosas, como aquella frase de Rouletabille en El misterio del cuarto amarillo: «El jardín no ha perdido nada de su encanto ni el jardín su esplendor». Palabras, frases, a veces un nombre, que arrastramos como piezas perdidas de un rompecabezas hasta que les encontramos su lugar.

Continuando la pregunta anterior, ¿para qué y por qué escribir hoy, en tiempos donde la imagen multimedia parece tener más presencia que lo escrito?

Porque hay una relación más directa con la imaginación, y los libros envejecen mucho más lentamente que las películas y las series. Pero, en mi caso, también he escrito series de televisión, como El hipnotizador, basada en la historieta que hicimos con el dibujante Juan Sáenz Valiente. Pronto va a salir la segunda temporada.

Has escrito “literatura infantil”, novela, cuento y cómic. ¿Cómo haces ese salto entre géneros/discursos? ¿Cuál crees que son las diferencias fundamentales entre cada uno?

Creo que todo lo que hago pertenece al mismo mundo imaginativo, y que no hay grandes diferencias entre unas cosas y otras. En mi interior no separo lo infantil de lo adulto, sino algunos textos más realistas (Desde el ojo del pez, Las plantas carnívoras, un cuento autobiográfico que se llama “Clase 63”) del resto de las cosas, que están cerca del policial y de lo fantástico.

¿Qué diferencia(s) tiene la narrativa gráfica argentina y su industria frente al de otros países como Estados Unidos?

Es una historieta «de autor», pero no en sentido estético, sino de producción: en la gran mayoría de los casos una persona sola se encarga de todo: los dibujos, el color, las sombras, las letras… En la historieta estadounidense trabaja todo un equipo. Otro de los rasgos es cierto expresionismo, cierto pathos, y la persistencia: en Argentina el género sobrevivió aun en tiempos en los que el mercado había desaparecido por completo. Ahora hay muchos editores jóvenes que publican constantemente, a pesar de las dificultades. Y se han ganado cierto lugar en las librerías. Antes la historieta era invisible en librerías, y se mezclaba con literatura infantil.

Escribiste la adaptación a novela gráfica de La ciudad ausente, de Ricardo Piglia, ¿cuál fue y es tu relación con él y su obra?

Fue un trabajo que hicimos en muy poco tiempo (menos de dos meses) con el extraordinario artista Luis Scafati. Debe haber sido en el año 2000. Poco después vino la gran crisis de la Argentina, y esa editorial, que tenía otros libros de Piglia y que también editó los últimos libros de Bioy Casares, desapareció.  A Piglia lo había conocido mucho antes, en la única cena de fin de año que organizó la revista Fierro, probablemente a fin de 1985. Era una mesa grande en una pizzería no muy sofisticada, pero fue inolvidable para mi porque conocí también a Mario Levrero, gran escritor uruguayo. Los dos, Piglia y Levrero, colaboraban con la revista. Siempre tuvimos una relación muy cariñosa con Piglia, que mantuvimos a lo largo de los años. Admiré siempre mucho su obra, desde Respiración artificial, que fue el primer libro suyo que leí, hasta sus diarios, que leí hace poco. A su inteligencia extraordinaria, Piglia sumaba su generosidad y buen humor.  Yo coleccionaba cada artículo suyo, cada entrevista que le hacían: todavía conservo esos papeles, inclusive la publicación original, en el diario Clarín, de sus famosas Tesis sobre el cuento.

Además de tu trabajo en géneros distintos, tu novela infantil El inventor de juegos fue adaptada al cine; esto, en México, es muy difícil que suceda. ¿Por qué piensas que en Argentina existe esta posibilidad de amplitud en la recepción de tu obra?

Me encantó la película que hizo Juan Pablo Buscarini con El inventor de juegos: fue un trabajo enorme de construcción de escenografía, trajes, máquinas, los juegos mismos… En lugar de elegir lo más fácil de filmar y desechar el resto, hizo al revés: se quedó con las escenas difíciles.

¿Conoces la obra de algún escritor mexicano contemporáneo que incluya recursos y temas fantásticos en su obra? ¿Qué opinas de ella?

Conozco muy poco de literatura fantástica mexicana. Mi favorito es José Emilio Pacheco, y dentro de su obra me encanta su relato “Langerhaus”. También están los relatos fantásticos de Carlos Fuentes, sobre todo el maravilloso Aura. En Farabeuf, de Elizondo, hay cierta cercanía con lo fantástico y el horror. Saliendo de la literatura, me gustan mucho las películas de Guillermo del Toro: aquella de vampiros con Federico Luppi, las dos Hellboy… Además escribió su propia novela de vampiros, muy entretenida.

Recomiéndanos, por favor, un par de obras de escritores argentinos, ya sean guionistas, novelistas o cuentistas, que hayan publicado recientemente y te parezcan interesantes.

El último libro de Guillermo Martínez, Una felicidad repulsiva, encierra varios relatos de horror, sobre todo “Una madre protectora”. Sergio Aguirre es un autor que publicó sólo cinco novelas breves, todas excelentes. Entre ellas hay tres nouvelles fantásticas: El misterio de Crantok, El hormiguero y La señora Pinkerton ha desaparecido. La oscuridad de los colores, de Martín Blasco, es una novela policial con elementos fantásticos y de horror, ambientada en la Buenos Aires del pasado. Bestias afuera, de Fabián Martínez Siccardi, es una historia de fantasmas en el confín remoto de la Patagonia.  La escritura es clara y a la vez perturbadora. Ganó el premio Clarín de novela.

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Enrique Urbina (Ciudad de México, 1993). ha publicado en diversos medios electrónicos e impresos como Tierra Adentro, Paraíso Perdido y Penumbria. Es editor de la sección #Intervenciones en la revista Vozed.

 

 

 

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