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SÍNDROME DE MEDUSA

Damaris Gasson

VENEZUELA

 

Antoine era fabricante de maniquíes; un arte que, pese a ser visto como intrascendente, tiene su complejidad y antigüedad tanto como cualquier otro. Él trataba de conservar la tradición y continuar fabricando sus maniquíes de madera, pese a que era más fácil armar el torso y los miembros con alambre para después forrarlos con yeso, utilizando moldes especiales para ello. Aunque usara tornos y lijas, procuraba seguir moldeando y pintando los rostros de manera manual, como un escultor, aunque esto le demandara un esfuerzo excesivo a sus maltratadas manos y a su agotada espalda.

El crujido que escuchaba cada vez que se erguía en la silla era atronador, como si tuviera un molino de galletas encima del trasero, y sus manos, pobres, pobres manos: la mar de las veces ambas quedaban engarfiadas alrededor del martillo y el cincel y con los pulgares debía desprender poco a poco el resto de los dedos. En el cuello parecía tener un collar de lava ardiente y cuando ésta algarabía de dolores se juntaba, viajaban a la cabeza para iniciar el Armagedón.

Pero Antoine era demasiado orgulloso para ir a ver médicos o curanderos. Le pedía a la señora que vivía en su casa (y que hacía las veces de ama de llaves y de compañía, pero rotundamente no de esposa) que le diera refriegas de mentol y le masajeara la espalda. Dicha señora, Anne Marie, no tenía inconvenientes en prestar servicios adicionales como enfermera, pero le preocupaba la rigidez de los músculos de Antoine: ya no era sólo dureza, es que eran impenetrables por sus dedos, como si fueran de piedra. Pero el mal humor de Antoine la disuadió de decirle nada y como él nada comentaba, se guardó sus observaciones para sí.

Antoine no sólo estaba movido por el lucro; si así fuera, hubiera contratado aprendices y se dedicaría a descansar. Él se enamoraba de sus obras e incluso, cuando las vendía para los escaparates de las tiendas de modas, realizaba recorridos vespertinos para cerciorarse de que sus muñecas (o petit filles como les decía a veces) estuvieran bien. A los modistas no les sorprendía los paseos de Monsieur Antoine, solo lo consideraban excéntrico, así que cuando les decía que colocaran las maniquíes de tal o cual forma o con tal o cual vestido, lo dejaban hacer, pues ciertamente tenía buen gusto y parecía que sus creaciones respondían a los deseos de sus manos.

Una noche en que el malestar era particularmente agudo, Antonie salió a dar un paseo a sabiendas de que sólo iría a satisfacer su obsesión. Y de hecho ésta se vio recompensada cuando encontró a una de sus creaciones desnuda y tirada en el piso de un escaparate. Era obvio que dejaron el trabajo de preparar la vitrina para después, pero Antoine tomó esto como una afrenta personal. Su muñeca lo veía con desdicha y desvalimiento, en sus ojos pintados Antoine observó brillar el reflejo de las lágrimas. Su niña lo necesitaba, y lanzando un tarro de basura al vidrio rompió el escaparate y se la llevó a casa.

Cuando llegaron, Antoine le dio a Marguerite (así la bautizó) un baño de esponja, la vistió y la sentó a una prudencial distancia de la chimenea. La observó por largo rato y constató que la expresión de desdicha que tuviera en la tienda había sido reemplazada por una de alegría y gratitud. A partir de ahí, Antoine dejó a un aprendiz encargado de la fábrica y despidió a Anne Marie de su casa. No se le vio más en la calle y su aprendiz tenía instrucciones estrictas de dejarle los víveres y el dinero en la puerta de su vivienda a cierta hora, donde cada vez le aguardaba una carta con diversas instrucciones.

La curiosidad de la ex ama de llaves pudo más que la prudencia, que le duró un año, aparte el deseo de retornar a un trabajo que en su momento le resulto sencillo y cómodo. Se decidió y fue a visitar a Antoine y se paró ante su puerta, tocando y rumiando excusas y pretextos como quien prueba platillos adaptables a varios paladares. Esperó unos minutos y siguió tocando insistentemente, hasta que una jovencita radiante le abrió la puerta. Pensó en el pícaro viejo verde que se había guardado el secreto para evitar las burlas y las críticas y le preguntó a la joven por Antoine. La muchacha le dijo:

—Pase usted, madame, lo puede ver ahí, sentado frente al hogar. Pero me preocupa, tiene días sin moverse, sin comer y sin hablar. Parece una estatua de piedra. Yo antes era así, ¿sabe? Pero él me rescató. Me pregunto ahora si por el hecho de haberme transformado en una mujer de verdad, ahora a él le toque volverse un maniquí. Lo más extraño es este papel que le dio un señor que lo vino a ver. ¿Puede usted decirme, madame, qué dice ahí?

Y Anne Marie leyó, apartando a un lado la inquietud que la evidente locura de la joven le generó para analizarla luego:

Del Consultorio de Monsieur Granier

Diagnóstico: Fibrodisplasia Osificante Progresiva

Y lo supo porque unas amistades de su familia tuvieron un caso así: los músculos de Antoine se transformaban en hueso.

La cabeza de Medusa (Caravaggio, 1597)

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Damaris Gasson

Nacida en Caracas, Venezuela (diciembre de 1970).

Administradora de profesión y escritora de corazón.

Más de 50 cuentos publicados en diversas revistas latinoamericanas y españolas

(El Narratorio, Penumbria, Círculo de Lovecraft, El Callejón de las 11 Esquinas, entre otros).

Twitter: La Dama (@damarisgasson)

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